“La felicidad del ser humano integral como fin último de la Política de Estado” - Dr. Gerardo Amarilla
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Muchas gracias. La verdad que siempre cuando sale “a Uruguay y Paraguay”, dijo que había alguna confusión, yo digo una feliz confusión, porque realmente nos sentimos muy unidos; recién me dijo un funcionario del Senado: “Si hubiéramos sido limítrofes seguramente hubiéramos sido solamente un país, hubiéramos estado seguramente unidos”. Así que para nosotros es un placer estar en Paraguay.
Para los que no conocen Uruguay, somos muy parecidos a los paraguayos, solamente un poquito más tristes; yo digo siempre que el paraguayo es una persona muy feliz, muy alegre, que realmente venir a Asunción a uno lo llena de felicidad y de alegría.
Y agradecer en primer lugar al Dr. Soto, agradecer no solamente por la organización de esta Cumbre y por lo que ha sido la Embajada de Voluntarios por la Paz en su tarea, y lo hablo porque es su ejemplo de vida, el ejemplo de él como ser humano y el compromiso que tiene con estas causas; para nosotros es un honor. Yo voy a pedir un aplauso para el Dr. Soto.
Agradecerle a William Paras, que es un gran apoyo aquí de esta CUMIPAZ y ha sido un fuerte batallador e insistente para que esto se realizara, y creo que el éxito de esta Cumbre se la debemos mucho a él y a todo el equipo de colaboradores, a todo el equipo de voluntarios, y sobretodo a la gente aquí también de Paraguay que ha trabajado, la gente del Congreso, tanto de la Cámara de Diputados como la de la Cámara de Senadores que sé que han apoyado y han trabajado para que esto realmente sea un éxito como sin duda lo es.
Tengo que agradecerle especialmente a la licenciada también Machado, en esta ocasión, por el título de la conferencia de hoy que me puso en una exigencia en pocas horas, de preparar un tema tan profundo, tan amplio y tan difícil de abarcar en poco minutos y en pocas horas de preparación, como: “La felicidad del ser humano integral como fin último de la Política de Estado”. Realmente un título que quien lo lee piensa que es una conferencia magistral, y realmente fue un título que me fue impuesto y tuve que preparar a partir de ese desafío. Pero bueno, un gusto para mí compartir a partir de lo que tiene que ver el tema, con un tema que también tiene que ver con algo clave en la conferencia, y que es el poder transformador de la educación, y me parece que está muy estrechamente vinculado.
Para empezar, el concepto de felicidad. Cuando nos enfrentamos al concepto de felicidad, la definición de la Real Academia Española dice que es el estado de ánimo - es el estado de grata satisfacción espiritual y física. Hay otra definición un poquito más amplia, que dice que es “el estado de ánimo de la persona que se encuentra plenamente satisfecha al tener lo que desea o disfrutar de una cosa buena” [http://es.thefreedictionary.com/felicidad].
Yo estuve analizando algunos de estos textos y hay algunos autores que especialmente hablan sobre el tema profundamente, y derivamos sin querer en Aristóteles y en la famosa obra moral “A Nicómaco”, cuando habla justamente de la felicidad, le dedica varios capítulos a la felicidad.
Dice Aristóteles que «este bien supremo: felicidad –y según la opinión común– es vivir bien, obrar bien, es sinónimo de ser dichoso. Pero en lo que se dividen las opiniones es sobre la naturaleza y la esencia de la felicidad».
Y así dice este pensador: «Unos los colocan en las cosas visibles y que resaltan a los ojos (como el placer, la riqueza, los honores), mientras que otros, la colocan en otra parte. Añadida a esto, que la opinión de un mismo individuo varía muchas veces sobre este punto: el enfermo cree que la felicidad es la salud, el pobre cree que la felicidad es la riqueza. O bien, cuando uno tiene conciencia de su ignorancia realmente se limita a admirar a los que hablan de la felicidad en términos pomposos y trazan de ella una imagen superior a la que aquel mismo se había formado.
Y así las naturalezas vulgares (dice Aristóteles) y groseras, creen que la felicidad es el placer, y he aquí, porque solo aman la vida de los goces materiales.
Efectivamente, no hay más que tres géneros de vida que se pueden particularmente distinguir: La vida… (de lo que acabamos de hablar); después de la vida política o pública; y por último, la vida contemplativa e intelectual.
La mayor parte de los hombres, si hemos de juzgarlos tal como se muestran, son verdaderos esclavos, que escogen por gusto una vida propia de brutos; y lo que les da alguna razón, parece justificarles, es que los más de los que están en el poder, solo aprovechan de este para entregarse a excesos dignos de un Sardanápalo».
Realmente, Aristóteles aquí nos muestra que la felicidad es un concepto muy subjetivo, y tiene que ver simplemente con la persona que lo siente, cómo lo percibe... Él habla además que «después hay espíritus distinguidos y verdaderamente activos, que ponen la felicidad en la gloria, porque es el fin más habitual de la vida política; pero la felicidad comprendida de esta manera es una cosa más superficial y menos sólida de la que pretendemos buscar aquí».
Y ahí sigue hablando Aristóteles, y es bastante extenso en su análisis de realmente lo que debe ser, o lo que se debe entender por felicidad para cada ser humano.
Hay un tema también que lo habla en otra obra, en “Política”, cuando habla de la felicidad de un Estado; y se refiere allí, hablando de qué sería un Estado perfecto, «es, evidentemente, aquel en que cada ciudadano –sea el que sea– puede, merced a sus leyes, practicar lo mejor posible la virtud y asegurar mejor su felicidad»; y ahí Aristóteles habla de las diferentes situaciones de Grecia, del Estado de Esparta, por ejemplo, que la felicidad en Esparta era justamente haber luchado en muchas batallas, haber vencido en muchas guerras, haber tenido muchas muertes de adversarios, por ejemplo; en Atenas era otro concepto; y así según la subjetividad de cada lugar.
Hay otros autores que hablan de la felicidad. Hay un autor español, Valiente Fandiño que es del Seminario Filosófico de Santo Tomás de Aquino, que dice que: «Es aceptable pensar que una de las aspiraciones más dignas de todo ser humano es la de vivir en felicidad, es decir, en plenitud. Pero los problemas surgen cuando se empiece a determinar en qué consiste esa plenitud y cómo lograr vivir en este estado; no en términos de una mera satisfacción, sino en estar a punto de desbordar los límites de la propia existencia».
Boecio habla de que «“la felicidad no tiene sentido sin los bienes que hacen felices”. Desde este autor se tendió ya a distinguir entre varias clases de felicidad»; y habla justamente de la felicidad bestial, la felicidad aparente, la felicidad eterna, la felicidad final o última o la perfecta; habla de la beatitud, que es un término muy hispano muy español, que era justamente cuando una persona podía de alguna manera sobreponerse de las cosas materiales y pensar un poco más allá, entonces habla de la felicidad como un tema realmente vinculado a la perfección.
San Agustín habló de la felicidad como «un fin de la sabiduría, la felicidad es la posesión de lo verdadero absoluto, en este término es la posesión de Dios. Todas las demás felicidades sean subordinadas a esta».
Buenaventura, dice que «la felicidad es el punto final en la consumación del itinerario que lleva el alma a Dios».
Santo Tomás de Aquino también habla de que el hombre… «tampoco se encuentra en los bienes exteriores y la riqueza, tampoco se encuentra (dice) ni siquiera en los bienes del alma». Santo Tomás de Aquino habla de que la felicidad se encuentra cuando uno logra la contemplación de la verdad.
Y bueno, y hay otro autores (no quiero ser muy extenso con este tema); pero evidentemente que, con todas estas variantes del pensamiento filosófico o teológico podemos concluir que la felicidad es algo más que los bienes materiales, los placeres y aun el reconocimiento. Esto es cierto…
Ahora, también es cierto, y en nuestra América Latina (y creo que la mayoría aquí somos de este continente), no podemos hablar de felicidad plena, de una felicidad integral, completa, si no se alcanzan determinada satisfacción de necesidades básicas.
No digo que sean impedimentos, no digo que haya gente tal vez con circunstancias muy penosas, muy complicadas en este planeta, y que realmente son felices; pero, seamos conscientes que son obstáculos para lograr la felicidad.
Y ahí de alguna manera tenemos una responsabilidad de los Estados. De qué manera el Estado juega un papel fundamental para que el ser humano… No le puede garantizar, el Estado, la felicidad al ser humano; lo que sí puede de alguna manera garantizar, que esos obstáculos que le impiden alcanzar o soñar por la felicidad, no estén en su camino.
Para hablar de un desarrollo en el más amplio sentido de la expresión, tenemos que hablar entonces de que los seres humanos también se puedan sentir libres, con libertad. Es un concepto muy importante y muy presente en nuestra sociedad. Aparentemente muy trillado y aparentemente muy bien resuelto, pero a veces –lamentablemente–… y tenemos ejemplos en nuestra América Latina, donde después de tener una libertad y de gozarla y de disfrutarla, nuevamente la empezamos a perder; a veces la empezamos a perder por la presión del Estado y a veces la empezamos a perder por la presión del mercado.
Yo creo que la libertad es fundamental, es un elemento fundamental para alcanzar la felicidad plena, como dice Jesús de Nazaret en el evangelio: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres»; o sea, que ahí tenemos otro concepto muy importante, es el conocimiento de la verdad. Y para conocer la verdad llegamos a un tema que es vital en esta conferencia, que es la educación. Para conocer la verdad es fundamental la educación y la enseñanza de nuestros pueblos.
Hay un tema, un concepto que a mí me parece muy interesante, y está en el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos de América. Es un concepto que me parece muy importante y que tiene que ver mucho con esto. Dice la Declaración o el preámbulo:
«Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre esos derechos está la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados».
O sea que, de alguna manera, aquí comenzamos a ver que de alguna manera para encontrar la felicidad plena, creo que es importante la educación; y para que haya educación y que podamos conocer la verdad, los gobiernos tienen que jugar un papel fundamental.
Cuando en el título se hablaba de “La felicidad como un fin último en la Política de Estado”, yo diría que es más: es uno de los papeles fundamentales y roles fundamentales del Estado. Capaz que la razón de ser de un Estado o de un gobierno es buscar la felicidad de sus habitantes o de su pueblo.
El Uruguay es un país pequeño, allí arrinconado entre Argentina y Brasil, en el paralelo 33, estamos en la boca del río de La Plata, al frente del Océano Atlántico, un pequeño país de tres millones de habitantes; que realmente tuvo varias revoluciones, la más importante fue la revolución educativa; la revolución educativa, que sufrió a fines del siglo XIX, principios del siglo XX. Las bases de esa revolución estuvieron sentadas, sin ninguna duda –como muchas cosas de nuestro país–, en la figura de José Artigas, que fue la figura..., no fue nuestro libertador, si bien nos independizó de España, fue la figura que sentó las bases de la orientalidad, del ser nacional, del Uruguay; y dentro de esas bases que sentó Artigas, estableció una idea de un modelo educativo que tuvo influencia de los sacerdotes católicos de la época y tuvo también influencia de la educación lancasteriana a través de un misionero Thompson que llegó a nuestras costas a principios del siglo XIX.
Esas bases que sentó nuestro prócer, dieron lugar después a una reforma educativa de 1870, donde se estableció una educación laica, gratuita y obligatoria, universal para toda la población, que permitió que prontamente las nuevas generaciones del Uruguay fueran instruidas y educadas, ya al principio del siglo XX, casi que eliminando la analfabetización en el país.
Eso permitió un sistema educativo muy fuerte, muy sólido, que lamentablemente después en el siglo XX también tuvo su decadencia; y creo que estamos en una suerte de crisis hoy, porque no nos hemos sabido adaptar al mundo globalizado. Pero sin duda que la educación es una herramienta fundamental, y Uruguay tuvo en su momento sus logros muy importantes, con una democracia muy sólida y muy firme, a partir de un sistema educativo muy sólido y muy firme.
Hoy estamos en una crisis, hoy necesitamos reinventarnos porque el mundo ha cambiado muchísimo y nosotros nos hemos quedado anclados en el pasado –reconocemos eso–, y estamos en un proceso de transformación. De hecho, ha habido algunos avances importantes: hemos logrado el programa de “una computadora a un niño” ya hace varios años en el país; una Política de Estado que la llevó adelante un gobierno de un partido, pero que hemos logrado –como en algunas otras cosas– como país, consensuar políticas que atravesaran todo el sistema político y que además atravesaran o fueran más allá de los periodos de gobierno.
La educación como Política de Estado para contribuir a la felicidad es fundamental. No digo que sea la única, no digo que sea exclusiva, pero sí es fundamental. Debe reflejar consensos amplios, debe ser respetuoso de las diferencias y de la libertad de pensamiento. No puede ser avasallante, ni uniformizante, ni superadora de las identidades diferentes, sino que debe ser incluyente e inclusiva.
Políticas de Estado que no se reduzcan al Estado como organización, como estructura; políticas que sean, mejor dicho, de corte nacional; políticas que incluyan a toda la sociedad en su conjunto; que se puedan acordar no pensando en los períodos electorales, sino en los períodos generacionales.
Entendemos que la educación es transformadora del individuo y, por ende, transformadora de la sociedad.
Como objetivo: Dotar de herramientas para el desarrollo, conocimientos para acceder a las verdades.
La educación como transformación de valores o como transmisión de valores, donde ahí juega un papel fundamental también la familia, unidad básica de la sociedad, que muchas veces nos olvidamos de ella y que los actores políticos no diseñamos Políticas de Estado pensando en la familia, que es autónoma, que es independiente y que el Estado no la puede avasallar, sino que además tiene que dejarle en su seno ese rol histórico que ha tenido desde el principio de la humanidad, desde antes que existiera un Estado, que la familia justamente era el gran ámbito de transmisor de valores.
La enseñanza como herramienta de transmisión de conocimientos, que ahí sí el Estado juega un papel fundamental; el Estado y la sociedad civil a través de diferentes organizaciones.
Políticas de Estado, entonces, para la educación, para la enseñanza, a través de políticas educativas, políticas de fortalecimiento de la familia como institución y unidad básica.
La felicidad integral del ser humano, entonces, más que como un fin último de la Política de Estado, podríamos decir entonces, que es parte de la razón de ser mismo de ese Estado.
Como dice entonces la Declaración de la Independencia: Los seres humanos creamos Estados e instituimos Gobiernos para que estos garanticen derechos humanos inalienables; entre los que están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Para garantizar de pleno ejercicio estos derechos, hay que generar políticas públicas, políticas nacionales que partan desde el Estado, pero que evidentemente incluyan y comprendan a toda la sociedad.
Muchas gracias.