Dr. Santiago Castellá | El rol de los actores sociales incidentes en el proceso educativo para la implementación de una educación para la paz y la formación de líderes transformacionales
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Buenas tardes, gracias a la CUMIPAZ por invitarme de nuevo a esta edición donde voy a intentar hacer algunas aportaciones, han visto ustedes que el título era tan largo que casi era ininteligible; si tuviéramos que resumirlo sería: Educar en la era del post humanismo.
Y voy a intentar hacer unas reflexiones sobre los radicales cambios que está viviendo el mundo y la necesidad de recuperar una educación integral en valores, que den respuesta a las necesidades de construcción del ser humano.
Hace 170 años Karl Marx y Frederíck Engels, publicaban en Londres el Manifiesto Comunista, que iniciaban con estas certeras y premonitarias palabras: “Un fantasma recorre Europa”. En su caso se referían al espectro, al fantasma del comunismo.
Me parece oportuno comenzar preguntándonos: ¿Cuál es el fantasma que recorre hoy el mundo? Si me lo permiten, incluso de manera más concreta: ¿cuál es el fantasma que recorre hoy la globalización, el espacio global? Creo que muchos de ustedes estarían de acuerdo conmigo en dar como respuesta, en afirmar con contundencia que este fantasma es el miedo, la incertidumbre o en su expresión política los nuevos populismos, o en la expresión religiosa los integrismos.
El miedo como motor para retrotraernos a un orden tradicional recreado, reinventado, refabulado, en el que unos pocos mantienen su modelo de dominación y explotación sobre muchos, aprovechándose de un relato conspirativo; pero sobre todo aprovechándose de la progresiva degradación ética y de la deshumanización de las sociedades, de la disolución de la dignidad de la persona humana y de inflingir terror a perder las falsas seguridades que nos da el modelo consumista.
Como intentaré explicar, la realidad de un mundo global donde los cambios se aceleran vertiginosamente, nos crea la ilusión de estar ante un abismo y nos llama a agarrarnos con fuerzas a las falsas certidumbres de nuestra realidad.
En pocos años el polo de tensión entre conservadurismo y progresismo, si quieren entre tradición e innovación, o dicho de forma más clásica: “entre derecha e izquierda”, se ha difuminado, ha perdido su capacidad para explicarnos la realidad política del mundo.
Ya lo vaticinaron los teóricos anglosajones de la tercera vida, teorizando la aparición de lo que ** un nuevo radicalismo, principalmente la obra titulada: “Más allá de la izquierda y la derecha, el futuro de las políticas radicales” de Anthony Giddens; en la que avanzaba la adopción del radicalismo por el conservadurismo, al tiempo que la socialdemocracia se recluía en trincheras precarias para defender unos mínimos de estado de bienestar, logrado hasta finales de los años 80.
Anticipada a Giddens, algunos cambios profundos y numerosos síntomas de esta realidad, crea un concreto que acertaba en especial, cuando ponía el acento en la idea del conocimiento, del saber, del aprendizaje y los cambios que se avecinaban.
No hay creo, ninguna relación más estrecha más imbricada, tan coherente con la idea de ilustración; como la que presenta el progreso emancipatorio de la humanidad y la idea de la conquista del saber del conocimiento. Pues bien, afirmaba Giddens: “que la ilustración nos dejó como legado el convencimiento de que a más conocimiento más dominio del mundo”. En cierta manera nos presentaba la historia como un avance del dominio del hombre sobre la naturaleza, por medio del conocimiento racional y científico; donde el conocimiento nos aportaba emancipación, libertad, oportunidades y sobretodo certidumbres.
La liquidez, la sociedad líquida descrita por Bauman, de la era moderna, rompe en cierta manera con esta idea. Hoy conocimiento no es necesariamente certidumbre y por lo tanto, no es necesariamente libertad y progreso de la humanidad.
Los acelerados avances tecnológicos transforman hoy en día la realidad, creando incertidumbres éticas, políticas y conceptuales que tenemos que abordar con urgencia.
Hay autores que hablan ya del post o del transhumanismo, de la capacidad de prolongar la vida, incluso hay quien se atreve a decir hasta el infinito de nuestra vida, la capacidad para vencer la enfermedad convirtiendo el envejecimiento no en un proceso natural, sino en una patología derrotable.
La posibilidad de liberarnos del trabajo como hoy lo conocemos por medio de la robótica, la combinación de nuestra inteligencia con inteligencias artificiales que amplíen nuestra memoria, la conexión permanente entre objetos por medio del internet of things, la acumulación masiva de datos conocida como Big Data, que permite encontrar soluciones hasta hoy inimaginables.
Como director de la Cátedra sobre Smart City de mi universidad, he tenido la oportunidad de reflexionar con múltiples expertos sobre la radicalidad de los cambios que se avecinan. En cierta manera el Big Data cambiará totalmente nuestro paradigma del conocimiento, pues hasta ahora podíamos preguntar a los pocos datos que teníamos y que habíamos obtenido de manera compleja y esforzada, algunas pocas cosas.
En cambio, ahora, en la era de la información en línea, podemos acceder instantáneamente en pocas milésimas de segundo a un caudal inmenso de informaciones reales, que nos permiten pensar que cualquier pregunta puede tener respuesta. Por primera vez en la historia podemos obtener respuestas acertadas, racionales y satisfactorias a cualquier pregunta y por lo tanto, podemos ponernos a imaginar preguntas nuevas, hasta ahora impensables.
Por ponerles un ejemplo, cuando se celebra una actividad multitudinaria, por ejemplo un concierto, un festival de música o estas conferencias, podemos preguntarnos cosas como: ¿de dónde provenía el público?, porque sabemos donde duermen habitualmente sus móviles, los smartphones de los asistentes. Podemos preguntarnos: ¿cómo han llegado hasta este lugar? si en transporte público, privado, en avión, en tren, en coche, porque sabemos el recorrido que ha hecho un smartphone conectándose a diferentes antenas hasta llegar al lugar concreto. Podemos preguntarnos: ¿dónde han cenado? en qué zonas de la ciudad han ido a cenar, porque sabemos donde su móvil ha estado parado más de tres cuartos de hora en una determinada franja horaria.
Pero podemos preguntar muchos más, cosas como si los asistentes a un concierto han acudido en los últimos años a otras actividades culturales y a cuáles, o si compran en mercado o en supermercado, o en qué proporción, y si sus amigos, o sea los móviles de los que reciben más llamadas han ido a actividades culturales, han participado en manifestaciones políticas o cuáles son sus zonas de ocio los días festivos.
Y esto es solo un pequeño (créanme si les digo) pequeñísimo ejemplo de las múltiples posibilidades que da el Big Data acrecentando exponencialmente, aritméticamente, las posibilidades del internet of things; y son solo una pequeña muestra de los cambios que se avecinan en todos los terrenos, en las políticas públicas, pero también en la construcción de la ética privada.
Los avances en nanotecnología, la biotecnología, la robótica, la transición digital de todo nuestro espacio vital, comportan cambios radicales en la condición humana.
Fernando Savater, uno de los grandes filósofos españoles a menudo polémico por sus posiciones políticas, tiene un excelente libro divulgativo: “Las preguntas de la vida”, cuyo primer capítulo se titula: La muerte para empezar.
Pues bien, estamos en una época en que incluso la condición de mortalidad se empieza a cuestionar, una época en que la esperanza de vida se amplía hasta cotas inimaginables y por lo tanto, donde es necesario repensar de nuevo, quizás como nunca desde hace muchos y muchos siglos, la condición humana.
Giddens cuando habla de que el conocimiento ha dejado de ofrecernos certidumbre, acuña al concepto del riesgo fabricado; y pone como ejemplo el cambio climático donde más conocimiento, ha ampliado nuestra percepción del riesgo, pero no necesariamente nuestra capacidad de control del medio y de respuesta.
Pues bien, es esto de lo que quiero hoy hablar, de este fantasma que recorre el mundo y que podíamos consensuar en definirlo como el populismo comunitarista en contraposición con el otro eje de la balanza, que sería el liberalismo cosmopolita.
Hoy un fantasma recorre el mundo con inusitada fuerza, con caras renovadas, con mensajes que podrían parecer contradictorios y destinados segmentadamente a públicos diferentes; pero que tiene como nexo común la recuperación de un orden reconstruido postnacional, que se reivindican en especial de las identidades étnicas y nacionales para trazar diferencias insalvables, privilegios y exclusiones entre aquellos que libremente han decidido convivir en un mismo espacio público.
Insisto que las caras y las formas son diversas, en ocasiones como nacionalismos independentistas que buscan la ruptura con el Estado, en otras como proyectos políticos y sociales de exclusión de los inmigrantes, en otras como propuestas evangelizadoras religiosas de reconciliación con seguridades trascendentes, en otras como alternativas de empoderamiento colectivo de claro signo antiliberal, en ocasiones con formas épicas de post abundancia o de reconciliación con la naturaleza; pero en todas ellas se puede identificar un elemento común: un claro antiindividualismo.
Para ellos la modernidad es mercado, consumismo, alienación, perversión; cuando no, satanismo, judeo-masonismo o cualquier otra perversión intelectual.
Se basan en una idea muy extendida, el convencimiento de que las identidades es algo natural (nada más falso). Las identidades, nuestras identidades, aquello que nos crea la ilusión de ser idéntico o que nos identifica con los más próximos, como ha demostrado las ciencias sociales; son un constructo social, son un proceso consciente y buscado que nos permite ser más solidarios con los que tenemos más próximos para protegernos del desconocido, del otro, del que no es de los nuestros y para permitir una lógica transmisión de los intangibles éticos y de los imaginarios colectivos
Construimos identidades para protegernos, para cerrarnos, si quieren para escondernos, para amurallarnos, pero en absoluto podemos pensar que estas identidades nos vienen dadas por naturaleza.
El fin del siglo XX ha supuesto una brutal ruptura del orden tradicional existente, esta sociedad líquida que explica Bauman, supone principalmente la necesidad de auto-construirnos por encima de estas identidades que se preconizan como naturales e inmutables; para entrar en un espacio de identidades múltiples, diversas, en ocasiones incluso contradictorias, cambiantes, mutables y adaptables a un mundo y a una relaciones sociales dinámicas y globales.
Si lo pensamos, nuestros abuelos nacían con un paquete identitario bastante cerrado, tenían la religión del Estado donde habían nacido: protestantes en Finlandia, católicos en España o en Italia, ortodoxos en Grecia o en Rusia, islámicos en Marruecos o en Arabia y quizás laicos y librepensadores en Francia o en Bélgica. Tenían una identidad nacional única que no cuestionaban, marcada por su pasaporte, tenían una identidad sexual marcadas exclusivamente por su genitalidad: eran hombres o mujeres; trabajaban de lo que habían trabajado sus padres o en el mejor de los casos de lo que habían estudiado, y estaban encerrados en una clase social de la que tomaban conciencia y defendían o transgredian.
Pues bien, hoy en día ya nadie hereda el trabajo de sus padres, pocos trabajos duran más de una década y nadie o casi nadie trabaja de lo que estudia, incluso es difícil decir en muchos casos, es difícil explicar en muchos casos cuál es nuestra profesión. La identidad profesional o laboral ya nos define muy poco.
Las clases sociales se han difuminado, existe una gran movilidad ascendente y descendente, pero principalmente una pérdida de conciencia de clase y de su pertenencia a esta.
Las identidades sexuales se han multiplicado casi hasta el infinito, ya nadie se explica por estricto marco de su genitalidad; sino por las experiencias eróticas y en ocasiones afectivas que articula a lo largo de su vida.
Ya no tienen la importancia consustancial que tenían entonces las identidades nacionales, hoy estás están basadas más en una lógica federal que en una patria a la que defender; de hecho los sentimientos nacionales en pocas ocasiones trascienden más allá de los campeonatos internacionales de fútbol.
Las identidades religiosas también se han difuminado en una búsqueda de un collage de religiones, donde no seguir los mandatos éticos de tu religión no provoca ninguna contradicción. Existen católicos que declaran no creer en Dios o no creer en la vida eterna, pero sobre todo católicos no practicantes o católicos practicantes que no siguen los postulados de su iglesia. Y podríamos seguir.
Hoy las identidades son libres, escogidas, cambiantes y contradictorias y eso es bueno, es muy bueno. El ser humano se libera de la esclavitud que le impone la pertenencia al grupo y con una capacidad inusitada, cosmopolita, abierta para viajar, cambiar de residencia, instalarse a vivir al mismo tiempo en muchos sitios, construirse quién quiere ser.
La superación de las identidades cerradas, de los paquetes identitarios que se imponían socialmente de manera restrictiva para mantener formas de dominación, hoy se ven superados por una humanidad que se ve compelida a la libertad, compelida a la autoconstrucción personal, llamada insistentemente a construirse, permanentemente a decidir cuáles son las identidades que expliquen ese “yo” nuevo y distinto cada día.
Sin embargo, abocados a construirnos como seres humanos, llamados a decidir quiénes queremos ser, obligados a escogernos y a buscar cuál de nuestras versiones posibles es la que queremos desarrollar; aparece el miedo, el terror al vacío, la angustia del abismo y fácilmente corremos a refugiarnos en artificiales identidades que consideramos seguras.
Resurge un falso y reinventado orden postradicional que busca mantener las formas de dominación y explotación tradicionales manteniendo al ser humano en una permanente minoría de edad.
Por ejemplo, hijos de inmigrantes provenientes del norte de África, terceras y cuartas generaciones que no habían tenido ningún contacto con su religión, articulan la construcción de identidad, retomando un imaginario “falso islam”, que les aporta un argumentario contra las sociedades occidentales; en las que se han visto escasamente acogidos y las que arrastran una carga de humillación heredada de sus padres. Y sin saber ni tan siquiera leer el Corán, sin entender más allá del discurso de los videos de Al Qaeda o del estado islámico, deciden el camino del terrorismo; porque los libera del fracaso escolar, de las dificultades económicas, de las incertidumbres afectivas, de tener que luchar por construirse a sí mismo en un mundo demasiado complejo y deshumanizado.
Existen además otros elementos que interactúan para hacer del miedo el motor de un proceso que debería estar marcado por la libertad. Durante más de 30 siglos (como mínimo), los seres humanos nos hemos peleado por conquistar territorios; el territorio era poder, era riqueza, era el trabajo de su gente y por lo tanto, era fácil la ecuación: “A mayor territorio mayor riqueza”.
Hoy la realidad ha cambiado radicalmente, poco explica ya la posición territorial; ha nacido un nuevo espacio sin territorio, llamémosle como queramos: la red, la nube, internet, el ciberespacio, un espacio sin territorio físico, un espacio ilimitado donde no es necesario pelear para estar y donde podemos estar de tantas formas y maneras como queramos.
Hay algunos filósofos que hablan ya del: “Sionismo digital”, de la construcción de patrias en red, de comunidades virtuales a las que se debe mayor lealtad que las comunidades nacionales propias, que a las patrias. El ciberespacio con sus llamadas: “naciones facebook” o comunidades en red, permite una relación de poder, donde este no es un bien escaso; y por lo tanto, cada grupo puede construir sus propias relaciones de poder.
El gran peligro es que pueden y de hecho ya están apareciendo, grupos que se autoexcluyen, cerrados, que dejan de participar en el debate ético y político global para dar a sus miembros autorreferencias exclusivas, integristas y totalizadoras, donde es imposible interactuar con otros. La razón, deja de ser un lenguaje universal y nos aparece una globalización fragmentada, que por primera vez en la historia rompe con las pretensiones universalistas.
Si ya Europa con la construcción del Imperio Romano germánico vio como la casa de Austria tenían en plena *** media hace siglos como símbolo: A. E. I. O. U. Austriae est imperium orbis universi, Austria es el Imperio del Mundo y del Universo. Hoy por primera vez el universalismo se puede ver fracturado por autocomplacientes discursos cerrado, que transmitan en su interior consignas dogmáticas que lleven el germen del odio, de la exclusión, al tiempo que impidan el libre desarrollo de la personalidad del ser humano.
Como era de esperar la libertad nos ha llevado al miedo. Hay un proverbio que dice acertadamente: “Cuidado con los miedos que vienen de noche y te roban los sueños”.
Como ya entendió la Escuela de Salamanca de los teólogos juristas hace más de cinco siglos, el mundo es un sueño de fraternidad sobre la base de la sociabilidad natural del ser humano.
Pues bien, este mundo soñado capaz de encargar los valores ilustrados, este mundo eticidad pura, la mejor aportación a la construcción de un mundo universal, este mundo madre de la democracia, de las ciencia, de la razón, de los derechos humanos, está hoy en peligro.
El avance con caras atractivas, renovadas y sugerentes del viejo orden tradicional que se resiste a ser derrocado con formas nuevas; pero siempre vinculadas a lo identitario, con caras de nacionalismos atractivos, con reivindicaciones de la soberanía del pueblo frente a la ley, con llamamientos a que las urnas plebiscitarias están por encima del derecho, con modelos refrendario, con la ocupación abusiva del espacio público, con la utilización perversa de los medios de comunicación, con la post verdad y las verdades solo para nosotros y las falsas para el resto.
Llámese Donald Trump, Marine Le Pen, Putin o Maduro, ponen en peligro la construcción de un mundo fraternal.
Las recetas para combatirlo son tremendamente complejas, seguramente no existe una receta única más allá de lo que hicieron muchos de nuestros precursores ilustrados.
La pedagogía, la educación es la única respuesta posible, hay que repensar la educación para formar personas libres, valientes ante el cambio, líderes de la construcción de sus identidades, comprometidos desde el corazón con una paz basada en el respeto a la dignidad de cada uno de sus congéneres y una relación armónica con el planeta. Líderes transformacionales que sepan que la revolución se da en nuestro interior y que desde allí se da en la construcción de un mundo mejor, más libre, igual en oportunidades y fraternalmente unido con todos los habitantes de la Tierra.
En 1992, Bill Clinton derrotó a George Bush padre con una frase mítica, le dijo en un debate: “Es la economía, estúpido”. Pues bien, hoy decimos: “no es la economía, ni el comercio, ni la seguridad, ni la demografía, ni la tecnociencia; es la educación, estúpidos”. Gracias.
MODERADOR
Muy bien muy bien, es “la educación estúpido”. bueno doctor Santiago Castellá qué dirán mañana en la sesión política de lo que él dijo, verémos.
Entonces estamos ya con la doctora Margarita Arellano, vicepresidente asociado y decana de estudiantes de la Universidad de Texas, Estados Unidos.
Ella nos dará la ponencia sobre: “tendencias educativas innovadoras, paradigma de una educación para la vida”. Y para entender la importancia de esta doctora vamos a hablar así, es vicepresidente asociado de asuntos estudiantiles y decana de estudiantes en la universidad estatal de Texas.
Además de supervisar la oficina del decano de estudiantes, también supervisa el departamento de recreación del Campus, el centro de estudiantes LBJ y el departamento de Vivienda y vida residencial; estos son cuatro áreas con un fuerte componente de desarrollo de programático estudiantil, que son muy importantes en la experiencia co-curricular de los estudiantes.
A través de su carrera profesional Margarita Arellano se ha ganado el respeto de los estudiantes, profesores y personal; debido a su liderazgo ético, espíritu de colaboración, su compromiso con la excelencia, su cuidado y dedicación a los estudiantes y a la misión educativa de las instituciones de educación superior. Y escuchen de dónde llega todo eso, ella les va a explicar mejor que yo.