Discurso en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá

Discurso en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá

Jueves, 29 de noviembre de 2012

Plaza Bolívar, Ministerio de Relaciones Exteriores

Ciudad Panamá, Panamá

 

        Su excelencia Francisco Álvarez de Soto, Viceministro de Relaciones Exteriores de la República de Panamá; su excelencia Alexander Galilee, Embajador de Israel en Panamá; señor Simón Burstein, sobreviviente del Holocausto; licenciado Luis Guarán, Director General de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería; honorable diputado del Parlamento Centroamericano, Everardo de León; cuerpo diplomático presente; Rabino Gabriel Benayón, de la Comunidad Judía Bethel; miembros de la comunidad judía; señoras y señores; muy buenos días.

        Hoy se da inicio a la campaña “Huellas para no olvidar,” en Panamá; iniciativa que busca generar reflexión y aumentar la participación del ciudadano común en la defensa y protección de los Derechos fundamentales, en especial, del derecho a la vida; y que sea la Cancillería quien la acoge en primer lugar, se constituye en un motivo adicional para exaltar la labor del gobierno panameño en la consolidación del nodo de Derechos Humanos del Ministerio de Relaciones Exteriores, como parte del sistema universal de protección a los mismos.

        Sólo hasta épocas muy recientes de la humanidad, se comenzó a hablar de estos derechos como una parte integral de la esencia humana, lo cual sólo demuestra que nos ha tomado muchísimo tiempo, como especie, reconocernos mutuamente en condiciones de igualdad y sin que a la fecha, eso poco, se haya dado completamente.

        El 10 de diciembre de 1948 en París, la ONU emitió la Declaración de los Derechos Humanos, como consecuencia de las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial, en especial por el salvajismo del Holocausto; y lo hizo con el ánimo de convertir esa Declaración en una especie de ley internacional que obligara a los Estados miembros a comprometerse en reconocer las garantías mínimas y los derechos básicos de cualquier persona.

        Sin embargo, para el pueblo judío esa Declaración llegó tarde, pues ha padecido desde tiempos inmemorables una oposición, una antipatía, que se fue acumulando con el peso de los siglos hasta desbordarse en la suma de todos los odios, en un nacionalismo fanático que encontró en Alemania el instrumento de destrucción que se adecuaba perfectamente a su idiosincrasia: la ley de ese país.

        Como consecuencia de esta actitud, millones de judíos sufrieron primero segregación, expropiaciones, restricciones para trabajar, casarse, transitar; hasta que apareció la tenebrosa idea de “la solución final”, que causó la muerte de seis millones de judíos y millones de personas de diferentes nacionalidades.

        Eso fue posible también, en gran parte, porque el gobierno nazi fue acumulando en su líder un poder exagerado, y se fueron eliminando los órganos de control y la oposición política que hubieran podido mantenerlo dentro de los causes de la normalidad y la justicia.

        En medio del caos y del pánico, emergieron figuras como Raoul Wallenberg, Arístides de Souza Mendes o José Castellanos Contreras, diplomáticos que de manera valiente salvaron miles de vidas, aun a riesgo de sí mismos; convirtiéndose en modelo a seguir en aquellas situaciones tristemente frecuentes todavía, en que las Embajadas se convierten en las únicos refugios posibles frente a las persecuciones que desencadenan los gobiernos totalitarios.

        Allí es donde radica la importancia de la democracia como mejor forma de gobierno creada hasta la fecha, a pesar de que tiene dentro de sí la fragilidad de los pactos, pues está representada la democracia en la etapa de hierro y de barro cocido de la estatua que vio el rey Nabucodonosor en la visión política que narra el libro de Daniel, que traza la trayectoria política mundial.

        En la democracia se busca evitar la acumulación de poder, y por ejemplo, sobre algunos recae el privilegio de elaborar las leyes; lo que conlleva la enorme responsabilidad de crear normas que traigan no sólo progreso y solución a las necesidades de los ciudadanos, sino garantía a los Derechos Humanos personales, colectivos, justicia, equidad, respeto y, sobre todo, paz.

        Es precisamente allí donde está la campaña “Huellas para no olvidar.”

 

        HUELLAS PARA NO OLVIDAR, puede servir de gran ayuda a los gobiernos democráticos, pues tiene un componente pedagógico muy sencillo, pero a la vez importante y efectivo, ya que genera espacios de reflexión acerca de nuestra propia responsabilidad y capacidad de respuesta ante las situaciones injustas que afectan a terceras personas.

        Por eso insisto en señalar que este es un espacio muy apropiado para desarrollar este tipo de iniciativas, y celebro la decisión de la Cancillería de recibir esta Placa conmemorativa.

        Hoy tenemos el privilegio de contar entre nosotros con el señor Simón Burstein, sobreviviente del Holocausto, cuya presencia es también testimonio de la supervivencia de Israel, del pueblo judío.

        Y sobrevivieron no sólo para ocupar un espacio geográfico, sino que es también necesario reconocer que lo que algunos han dado en llamar el “genio judío” ha sido de enorme provecho para la raza  humana.

        Hoy celebro la presencia de los miembros del cuerpo diplomático, y les hago desde ahora la invitación a que se sumen a nuestra campaña “Huellas para no olvidar,” y a proyectos similares en que se defiendan los Derechos Humanos.

        Expreso mi profundo agradecimiento al Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá por realizar este evento, y al señor Embajador de Israel por la invitación.

 

Dr. William Soto Santiago

Embajador Mundial

Embajada de Activistas por la Paz