Transcripción
Yo nací en Viena en 1930, hijo único de una pareja de judíos austriacos. Por ser hijo único probablemente estaba yo sobreprotegido por mi madre; de tal forma que yo no me daba cuenta que había antisemitismo, y sí lo había.
En Viena, una ciudad de dos millones de habitantes en 1938, el 10% de la población eran judíos; entonces mucha gente, digo, somos género humano, somos intolerantes probablemente por naturaleza: “Aquí hay demasiados judíos, no está bien.” Y cuando Hitler lanzó lo que después fueron las leyes raciales de Núremberg, puso en los austriacos… él era austriaco de nacimiento, pero en los austriacos encontró muy buenos aliados: “Eso es muy buena teoría del führer, de Hitler, y vamos a sacar los judíos.”
Yo tenía 8 años de edad, iba a la escuela todos los días, cerca, unos diez - doce minutos a pie, con mi mochila, a una escuela de gobierno en la que había más o menos un 12% de estudiantes judíos, que correspondía al porcentaje de judíos que había en la población de Viena.
Hitler entró, gran júbilo entre los austriacos, dos días de vacaciones fueron decretadas para celebrar el triunfo de perder la independencia, de la entrada del ejército alemán a Austria, aunque parezca hoy risible.
Al tercer día de volver a la escuela, recuerdo perfectamente, entra la secretaria del Director (ya la conocíamos) con una lista; leyó los cuatro nombres de estudiantes judíos, y dijo: “Tomen sus cosas y bajen a la Dirección, el señor Director los está esperando y quiere hablar con ustedes.” Al cabo de más o menos media hora - cuarenta y cinco minutos, se juntaron (había lugar) los cuarenta estudiantes judíos, y el Director nos dijo: “No pueden ustedes ir a la escuela, porque esta escuela es únicamente para ‘arios,’ así que tal vez habrá oportunidad de una escuela judía, pero por lo pronto tomen sus cosas y ya no regresen el día de mañana.” Entonces para mí fue la aparición del antisemitismo, por mi mamá que me cuidaba, no me daba yo cuenta como niño.
Después en Viena vino la Kristallnacht, eso fue el 30 de septiembre de 1938, donde turbas de malhechores, en ningún uniforme, se dedicaron a romper todos los aparadores de cristal, de vidrio, de las tiendas de judíos, y poner con pintura blanca: “judío”, y la policía no hacía nada; o sea, sabían perfectamente que eran agitadores o algo, en civil.
Después de esto, mi papá tenía una tienda de artículos de seda en el centro de la ciudad, y quedó destruida, los aparadores, y robaron lo que había a portada de mano; y mi papá emigró ilegalmente a Francia, atravesando la frontera entre Alemania y Bélgica, y Bélgica y Francia, lo cual, pues era aparentemente muy difícil pero mi padre lo logró; o sea, probablemente cruzó como cruzaría un bracero hoy a los Estados Unidos; o sea, había polleros, quiero imaginar (nunca lo supe) que por algún pago de dinero le ayudaron a atravesar la frontera; entonces nada más quedamos mi mamá y yo en Viena.
La situación pues era muy triste en la casa, mi mamá añoraba a su esposo; y supo que se estaba organizando en Viena un transporte de niños judíos para Bélgica, autorizado por la Gestapo, o sea, autorizado por las autoridades alemanas; hubo que esperar como tres semanas; después nos confirmaron a mi mamá y a mí, que yo podría ir en ese transporte.
Mi mamá me llevó a lo que quedaba de la sinagoga principal. Cuando rompieron los cristales, al mismo tiempo incendiaron todas o la mayor parte de las sinagogas; entonces recuerdo, el recinto existía, estaba ennegrecido por el fuego que le pusieron, y ahí, empleados de la misma comunidad judía, con un brazalete amarillo, nos preparaban para el viaje.
Era para niños de 6 a 12 años, eso era el límite; entonces revisaban qué había en el veliz. Mi mamá había empacado el veliz, yo ni sabía qué era lo que había adentro; mi mamá era muy exacta, muy organizada, puso en cada una de las camisas o camisetas una etiqueta con mi nombre, como si fuera a un campo de vacaciones, digamos; eso tardó algunas horas.
Luego nos pusieron una etiqueta de cartón con nuestro nombre, la ciudad, la edad, fecha de nacimiento, origen (creo); era como un cartón y arriba como celuloide para que no se echara a perder. Después entraron unos uniformados de la SA (todavía no había SS) y dijeron a las mamás que se despidan de sus hijos porque no pueden ir a la estación; y efectivamente, se despidieron las mamás llorando. Y llegaron unos camiones del ejército, camiones verdes del ejército alemán, y nos pudimos subir y sentar; eran camiones de transporte con dos bancas laterales, y en medio parados; entonces nos cambiábamos, unos se sentaban.
La distancia entre la antigua sinagoga y la estación, tal vez era cuarenta minutos, algo así, menos de una hora. Nos subieron a vagones de tren pero de pasajeros, y cerraron esos vagones, y nos dijeron, únicamente podíamos salir −previo permiso− para ir al baño, no más; pero no nos molestaron. Nosotros los niños, dormíamos la mayor parte del tiempo, nos dábamos cuenta cuándo era de día y cuándo de noche. A las mamás les pidieron que nos dieran galletas, algo seco y transportable para comer, comíamos galletas.
Y al cabo de tres días duró, el tren atravesó toda Alemania; llegamos a Colonia, una ciudad gótica antigua; y de ahí otra vez camiones del ejército vinieron a buscarnos. ¡Ah!, es interesante, el tren nunca paraba en una estación donde había pasajeros. Los alemanes en todo tiempo tendían a que el público no se enterara de los movimientos de judíos o de represión a judíos.
En Colonia fuimos llevados otra vez por los camiones del ejército a un asilo de niños muy, muy bonito, muy limpio; nos esperaban las señoras del asilo, nos pudimos bañar después de tres días, y nos dieron bien de comer.
Después supimos que hubo algún problema administrativo para atravesar la frontera, eso se resolvió en tres días; y fuimos otra vez a la estación y ahí ya subimos a un tren belga en lugar de un tren alemán; y ya sin supervisión de la SA (Sturmabteilung). Y en el tren había enfermeras de la Cruz Roja Internacional, vestidas como enfermeras; y nos llevaron, al cabo de dos horas, a un - a mí se me hacía un castillo, porque nunca había visto un castillo, pero era una casa de campo muy grande con jardín, en la que estuvimos dos meses muy bien atendidos.
Éramos 405 niños en el transporte, hombres y mujeres, muchachos y muchachas. Dos meses, porque la Cruz Roja en el Inter le pidió a la comunidad judía de Bélgica que básicamente los judíos vivían en dos ciudades: Bruselas la capital y Amberes el puerto. Amberes era muy importante por los talleres de tallados de diamantes que había ahí en aquella época.
Y después de dos meses nos llevaron ya en el camión, en sus pullman muy elegantes, camiones turísticos, a uno de los grandes hoteles de Bruselas; y ahí en… probablemente en el salón de baile (para un niño: muy grande), y nos colocaron como pieza de ajedrez, con un propósito: para que la gente que viniera a escoger a los niños, pudiera circular y vernos de frente, de lado y atrás.
Al principio nadie se interesaba por mí, la gente pasaba; no estaba preocupado pero sí dije: “Yo nunca voy a encontrar…” Hasta que se quedó parado delante de mí una pareja, más o menos de 55 a 60 años de edad; hablaron entre sí, me miraron, dieron otra vuelta; luego el señor me preguntó en alemán: “¿Hablas francés?” Le dije: “No.” –“Pero ¿hablas alemán?” –“Sí.” Luego llamaron a una de las señoritas, que era una enfermera de la Cruz Roja, con un bloque de pedido, y ya estaba yo vendido a la pareja. Me fue muy bien porque era una pareja que no tenía hijos y me trataron como a un hijo; y me quedé con ellos hasta 1940.
En 1940 Alemania atacó a Bélgica. Primero hubo un bombardeo, no en el centro de la ciudad sino en el aeropuerto, y después supimos que los alemanes, que eran mucho mejor armados, con tecnología superior a los belgas, destruyeron toda la fuerza aérea (que no era muy grande) en el aeropuerto. Entonces el país fue invadido y… completamente, en pocos días.
Y la pareja con la que estaba yo, y otra pareja de judíos también, decidieron refugiarse en Francia, porque pensaban: “Bélgica sí está invadida, pero Francia: los alemanes nunca van a lograr entrar a Francia”; además había una línea defensiva conocida en la historia internacional, la Ligne Maginot.
Los alemanes entraron por otro lado completamente diferente, la línea se quedó inservible; digo así, así era; probablemente el resultado (ahora que soy mayor me gusta estudiar la historia) después de la Primera Guerra Mundial, con las tremendas pérdidas que tuvo Francia en la guerra de las trincheras, mal comandados, mal… la gente era, efectivamente antiguerra, era pacifista: “Si vienen los alemanes que vengan, pero yo no…” Y vimos en las carreteras de Francia en las que andábamos como refugiados, con miles de otros, yo recuerdo grupos de ocho a diez soldados franceses, así desbragados, tirados sus armas, y eran desertores; entonces así no se puede defender un país.
Bueno, después nosotros seguíamos huyendo de los alemanes, pero llegó un momento donde los alemanes ya estaban delante de nosotros; los alemanes estaban motorizados, los franceses iban a caballos o en camiones.
Nos quedamos en una especie de rancho abandonado por sus dueños: con comida, pollos y otras cosas, y al cabo de otras tres semanas decidieron −la pareja con la que estaba yo− regresar a Bruselas; de tal forma, después de haber huido de los alemanes un mes y medio, regresamos a Bruselas.
Los alemanes ayudaban inclusive a la gente a regresar, porque ellos estaban interesados de que las carreteras quedaran limpias de refugiados para que pudieran ellos mover sus tropas.
Bueno, después, durante 1940, durante un año y medio pude seguir yendo a la escuela, aprendí francés, y otra vez escuela de gobierno.
En 1941 los judíos fueron obligados a llevar la estrella amarilla cocida a la ropa. Me recuerdo: yo estaba muy orgulloso como si tuviera una medalla, me fui a caminar a los bulevares y a las calles principales digamos, de la ciudad de Bruselas; y cuando me insultaban, no me pegaron, pero me insultaron: “Ese sucio judío…” Los belgas aprendían de los alemanes, o sea, los alemanes con las leyes raciales de Núremberg, habían decidido: los judíos son seres inferiores, entonces había mucha gente que se adhería a esta definición; y cuando usted me preguntó el porqué, contesto: La gente es muy influenciable, sobre todo la gente que no tiene educación, que no estudió historia, ustedes le pueden contar cualquier cosa y lo creen.
Entonces otra vez dejé de ir a la escuela. La pareja con la que estaba yo (la pareja de judíos húngaros), lograron esconderse; eso quiere decir que una familia belga que tenía una casa de dos pisos, les alquiló una habitación de la cual no salieron durante dos años para no poner en peligro a los que le alquilaban. Eso no me gustaba a mí, entonces hice unos trabajos para la resistencia, había una resistencia organizada belga contra los alemanes: poner bombas en lugares donde había soldados alemanes −y si los agarraban los fusilaban−, poner bombas en las vías del ferrocarril o hacer cosas, sabotaje, bombas y también sabotaje.
Por contactos que yo tenía me ofrecí y me hicieron servir de correo; o sea, mi trabajo consistía… Era un niño de 11 años, no tenía yo cara de judío, tenía más pelo que ahora, medio café claro; y mi trabajo consistía en llevar papeles: me entregaban papeles en un paquete así (empacado), de una estación de ferrocarril que estaba en el sur de la ciudad, a otra que estaba en lugar opuesto, en el norte; ahí una persona se acercaba a mí, tomaba el paquete (siempre diferente la persona); y aparentemente hice bien mi trabajo.
Y me dieron después una identidad falsa; entonces yo tenía papeles como Joan van Delvelde, un nombre belga, con mi misma fecha de nacimiento, para que en caso de que una patrulla me preguntara, supiera yo.
Y conseguí un trabajo en un laboratorio fotográfico que revelaba y hacía engrandecimientos blanco y negro, desde luego para el ejército alemán, pero yo trabajaba como empleado belga; y así sobreviví. O sea, aparentemente trabajaba yo bien, mi patrón me pagaba muy poco porque tenía una duda si yo era lo que decían los papeles, pero nunca me molestó. Y el 30 de septiembre de 1944, Bruselas fue liberada por el ejército, el tercer ejército inglés. Gran júbilo la liberación.
¿Dónde estaban mis padres? La comunidad judía consiguió que el gobierno le diera el uso de una casa grande de oficinas, donde estaban los alemanes durante la guerra, y esa era como la comunidad judía; y después de tres meses llegaban todos los días boletines, eran listas de sobrevivientes judíos por ciudades; o sea, en ‘x’ ciudad de Alemania también liberadas, sobrevivientes ahí, ‘estas personas’; yo visitaba esas listas, leía esas listas todos los días; y al cabo de dos meses me di cuenta de que mis padres ya no iban a regresar.
En el Inter me afilié a una organización sionista que ofrecía llevarnos a Palestina; no había Israel todavía. Y seis meses más tarde me aceptaron en un rancho agrícola que ellos habían rentado, o algo así; y junto con otros veintidós muchachos y muchachas de mi edad… yo tenía, en 1945, digamos, 15 años de edad, listo para emigrar; no ilegalmente sino que el mandato que tenía el poder en Palestina en aquella época aceptó dar certificados, que eran como visas, a los jóvenes no adultos, judíos, para venir a Palestina. O sea, ese era mi diario: aprender agricultura y luego poder ir a Palestina.
Me llaman por teléfono un bonito día, que llegó un telegrama, pido que me manden el telegrama, entonces el hombre de la pareja con la que yo estaba, vino… la distancia, digamos, entre Bruselas y ese rancho no era más de cuarenta y cinco minutos en tren. Abro el telegrama, venía en francés, de México. Yo no tenía ninguna idea −como niño− de que una hermana de mi mamá estaba aquí en México casada; y en su carta me ofreció que quieren que venga a México, van a conseguir los documentos correspondientes; los documentos eran eso, lo recibí después, una forma FM2 de la Secretaría de Gobernación.
Todo eso sucedió en menos de dos meses; y yo con espíritu aventurero, me dije: “Bueno, ya terminó la guerra, hay libertad de viaje. Si no me gusta México, me voy a Palestina desde México.” Y sí acepté a venir a México, y llegue aquí en abril de 1946. Ah, no había Consulado de México en Bélgica, entonces tuve que ir a Paris. Yo encantado de la vida, un muchacho de 15 años… París. Y al cabo de ocho días, el Embajador de México (no había Embajada por la guerra, estaba en un hotel -Avenue des Champs-Elysées- muy elegante) y me dijo: “Regrese usted en ocho días… papeles”; y efectivamente, recibí la visa al cabo de ocho días.
Mi tío, el esposo de la hermana de mi mamá, consiguió para mí un pasaje en la compañía transatlántica española; el barco no podía llegar a Veracruz porque México no reconocía al Gobierno de Franco, era un gobierno ilegítimo al cabo de la guerra civil, entonces el barco nos dejó en La Habana. Otra vez yo feliz de la vida, conocer La Habana, tropicana, era… de veras, La Habana era una maravilla para un turista.
Y luego de La Habana, donde me quedé dos semanas, puede tomar un avión Mexicana de Aviación, de La Habana a México. Llegué aquí en abril de 1946 con esta tía, y bueno… ah, yo había inclusive puesto mis condiciones, ahorita que lo recuerdo: yo vendría a México si me dejan estudiar, porque yo quería estudiar; dijeron que sí. No tenía ningunos papeles, ni de estudio ni otro, no más un papel que decía: Reino de Bélgica, Hans Peter Katz, niño judío alemán que llegó con un transporte, tal y tal; pero ya tenía la forma FM2 que me dio el Embajador de México en París.
Luego fui aquí a un colegio judío, colegio israelita, donde me ofrecieron que si asistía yo seis meses y aprobaba un examen en español, me iban a dar un certificado de primaria como si yo hubiera absorbido los seis años; cosa que hicieron. Con eso yo pude entrar dos meses más tarde al IPN (Instituto Politécnico Nacional) y estudié la carrera de Ingeniero Electromecánico, y empecé a trabajar; y aquí estoy.
Conocí mi mujer aquí en México, ella es de Guatemala; y nos casamos en 1954, cuando ya tenía 24 años, y tenemos cuatro hijos mexicanos, nacidos aquí, y nueve nietos; todavía no hay bisnietos.
¿Qué puede decirle a las personas que están negando el Holocausto?
¡Negando! Bueno, que no conocen la historia. Es decir, cualquier persona o cualquier estudiante de cualquier escuela, digamos, secundaria para arriba, donde se enseña historia, deben de aprender lo que pasó en el Holocausto.
El mejor ejemplo que tenemos de esta situación que usted pregunta, es en la Alemania de hoy; o sea, los antiguos perpetradores ya murieron, pero hay dos nuevas generaciones en la Alemania, que −también como nosotros los sobrevivientes− se han puesto como tarea de hablar con la gente y de contarles lo que pasó, porque no hay ninguna garantía de que eso no vuelva a suceder si no hay tolerancia. En el mundo hay intolerancia.
En África una tribu, esta contra la otra, porque una no tiene religión y la otra son musulmanes. En otros ejemplos, también en África, una parte de la población ya fue convertido al cristianismo pero otros de la misma tribu, que son del Islam, los matan o los maltratan o los persiguen.
Digo, la humanidad, los humanos debemos tener mucho cuidado de lo que hacemos, pensar en lo que hacemos; porque el odio no lleva a nada positivo, destruye; la tolerancia, que debería de existir, pues es algo constructivo.
Yo espero que nunca vuelva a suceder eso, pero constantemente tenemos constancia de que sí existen masacres de una tribu a la otra, de una parte de la población a la otra.
Yo creo que los humanos debemos de tener esa vigilancia constante, contra la intolerancia; las comisiones que hay, casi en todos los países, supervisados por las Naciones Unidas, de los Derechos Humanos, han hecho un muy buen trabajo, creo, pero no hay que dejar de vigilarlo constantemente.
No tenemos ninguna garantía de que una tragedia, que es lo que sucedió en Europa durante la Segunda Guerra Mundial… fue la destrucción más grande de seres humanos, que la Humanidad haya presenciado. Sin embargo, a 70 años de distancia no hay ninguna garantía que un grupo humano se crea superior a otros y simplemente declara que los que llevan la religión “dos” hay que exterminarlos. Está sucediendo a otra escala −afortunadamente más pequeña− en África, donde sigue habiendo luchas intolerantes que nosotros, la Humanidad, suponíamos que ya había desaparecido después de la experiencia que fue el Holocausto. Yo creo que es muy importante recordar.
El proyecto “Huellas para no olvidar”
Mucha emoción. Me explicaron antes lo que se iba hacer, para que, digamos, quedara en bronce una constancia de un judío como yo, que fue admitido, que pudo emigrar a México, mi hijo nacido en México y mi nieto también; pues mucha emoción, pero creo que es un gesto necesario y que va a ayudar mucho a que seamos muy tolerantes.