Inge Chaskel / Colombia

Transcripción

Colombia

 

Nací en Stuttgart, Alemania. Mi papá nació en un pueblo pequeño y mi mamá nació en Würzburg, que también es una ciudad muy bonita. Todos éramos alemanes y nacimos en Alemania. Yo viví en Stuttgart junto a mi mamá, a mi hermano y mi papá, pero él murió muy joven y yo casi no me acuerdo de él. Y vivíamos los tres, y yo pienso que vivíamos más o menos bien, nunca nos hizo falta nada; no éramos ricos, pero siempre había lo necesario.

En Alemania, por ley, uno tiene que ir al colegio más cercano donde vive, colegio público, no lo puedes escoger; buses de colegio, eso no existía. Había colegios privados, pero mi hermano fue a colegio público, y después, ya en el ’33, me metieron a un colegio público también, pero ya para mí era más difícil.

La década de los ’30 fueron difíciles, para los profesionales, para los médicos fue muy difícil, los sacaron de su trabajo en las clínicas, para los abogados fue muy difícil; mi mamá tenía un hermano que era abogado en Múnich, no podía ir a los juzgados; para los profesionales fue muy difícil, y también para nosotros porque nos quitaron… no tanto los muchachos, mi hermano nunca se quejó, pero a mí, las niñas: “Usted judía,” “¡váyase!”, o le quitaban a uno las cosas…

Por ejemplo, Stuttgart es una ciudad difícil de caminar, porque está entre las montañas y las calles van así, entonces todo el mundo que iba al colegio tenía su bicicleta, y uno iba con eso al colegio para ir rápido, para devolver tampoco era tan grave, y siempre nos robaban esos aparatos. Entonces ya mi madre dijo que no iba a comprar otro y había que levantarse mucho más temprano para llegar allá; eso era al principio. Y las niñas fueron difíciles, fueron feas con uno. Y las que estaban en mi curso tuvieron mucho más suerte: una se fue a España, una se fue a Palestina (lo llamaban así en esa época), y una se fue a México, y al fin yo quedé sola.

Los que no eran judíos, muy malos, me escondieron las cosas, como son las niñas, ¿no? No me hicieron daño así, pero yo estuve siempre muy triste y lloré en el recreo; y las niñas entraron a la hitlerjugend, se llamaba eso (las juventudes hitlerianas); eran en sus uniformes y uno así.

En Alemania no había clases de religión en los colegios públicos sino un día vino un padre evangélico, porque Stuttgart era una ciudad evangélica, y vino un padre católico y vino un rabino, pero ya el rabino no volvió.

Hitler llegó al poder porque Alemania (eso yo supe de mi madre porque yo no había vivido todavía) perdió la guerra, perdió las colonias en África, y tenía un gran desempleo; y entonces cuando un país está tan mal, mi mamá entonces cuenta que el dinero no tuvo absolutamente ningún valor, era una inflación que no tuvo valor. Y en esa época eso siempre habíamos visto: que sufre, viene un dictador, y dice: “Yo les ayudo, todo va a estar bien”, pero la culpa la tienen los judíos, el Tratado de Versalles.

Fue claro que la persecución de los judíos no se basaba en la religión. Hitler no atacaba tanto la religión en sí, sino la raza. Él quiso la raza pura, y no éramos de esa raza. Nunca se había hablado de razas en Alemania, nunca; pero él sí: ojos azules, pelo rubio, ¡jumj!

Cuando él subió al poder yo tenía 11 años, pero había que ir al colegio sea como sea. Y yo tuve una amiga que vivió cerca, yo le timbraba para que fuéramos juntas porque el camino era largo; y ella era la nieta del que manejaba el zepelín (el inflable), ella era muy conocida; esa fue mi amiga; pero los padres dijeron a ella: “Tú eres la amiga de Inge y tú puedes caminar con ella.” Eso fue muy lindo, lo tengo como recuerdo muy especial; porque sí andaba sola, y también muchas veces le pegaban a uno o le robaban los libros, o se burlaban de uno, lo empujaban… ¡algo!

Todo se hizo más fuerte, fue muy fuerte, porque todo lo que pasaba, lo grande, lo pequeño, todo “teníamos la culpa” nosotros.

Donde vivía mi madre, donde había vivido muchos años, vino el dueño del apartamento y dijo que no podíamos seguir viviendo allá, que él quería tener el edificio limpio de judíos, entonces eso era también muy difícil encontrar dónde vivir, pero al fin encontramos un apartamento y nos pudimos quedar allá, pero era igual… nos trataban muy mal.

Cuando empezó la guerra cayeron bombas, porque las bombas vinieron de Francia, y había que ir al sótano; y muchas veces no nos dejaron entrar. Y por cada cuatro había un policía nazi, para castigar a los que no paran o llevan una linterna o una vela o algo, o no se sientan abajo en el sótano, y siempre nos regañó bastante; aunque nosotros sí pagamos pero siempre decían que nosotros no habíamos pagado. Y teníamos papel negro en la ventana; después vinieron y dijeron que salió luz. Fue igual de terrible en el otro. Entonces vino una ley que uno tenía que dejar la vivienda. ¡Y otra vez a buscar!

 

La Noche de los Cristales Rotos

Lo viví en la calle porque no teníamos radio, no teníamos nada. ¿Cómo íbamos a saber? Teníamos mucho miedo porque sabíamos que el Grynszpan había matado al secretario de la embajada; enseguida todo el mundo pensó: “Eso sí nos va a costar caro.” Pero no sabía mucho y estaba de afán, era noviembre, todavía era de noche, y mucho frío; y me vestí rápido para ir al colegio, así que hasta que yo llegué del colegio no me di cuenta de nada.

Y estuve allá en el colegio, cuando me llamaron y me dijeron que había llegado mi madre. Yo me asusté muchísimo, porque ella nunca, nunca, había ido al colegio, ni lo conocía; eso no se acostumbraba, que los padres fueran. Y ella vino y me dijo: “Mira, te tienes que traer tus cosas, tú no puedes volver allá porque ya te lo explico, eso me dijeron mis vecinos, y vamos rápido.” Me fui con mis cosas. Y entonces en la calle sí yo vi la verdad. ¡No! Los muebles volaban por las ventanas, los vidrios de los almacenes rotos, las mujeres en las calles gritando, llorando. Eso era tan, tan terrible. Ni hablar de comida que se conseguía; y ya sabíamos que la sinagoga estaba en llamas, y también almacenes y casas, y… una total destrucción.

Caminamos encima de los vidrios y llegamos a la sinagoga. Allá estaba la SS y la SA, y los hombres de los bomberos para que el fuego no se fuera a ir a la casa de los alemanes. Estábamos allá parados y no se podía creer lo que vimos. Hasta que al fin mi madre decidió, regresamos; porque pensamos que alguien en la sinagoga nos conoce, pero no había nadie allá. ¡Ah! Y los libros, todo en la calle, y llovía… y a mí no se me olvida eso nunca.

Había un periódico que se llamaba Der Stürmer (El Antisemita); eso lo compraron mucho, y dibujaban los judíos como personas muy feas físicamente. Y no éramos diferentes a los demás. Pues algunos tal vez un poquito, pero el odio era tanto, tanto. ¿Por qué? Porque él dijo que si estamos los judíos, Alemania no se podía recuperar.

Cuando a nosotros nos sacaron el 9 de noviembre del colegio, también, nunca más podían ir a las universidades. Nunca. Es que era… siempre después hemos pensado que Hitler nos quiso al principio alejar de toda cultura, por eso nada de colegio, nada de universidad, nada de teatro, por ejemplo, nada de esto. Nos quiso alejar de estudiar, de mejorarnos, y también de ganar para vivir.

En el año ‘38, en la Noche de los Cristales, vimos ya la verdad. Mi madre mantenía tanto miedo por mi hermano. Usted conoce las Leyes de Núremberg, ¿no? Que los judíos no podían estar con los alemanes… Y buscaron muchas veces a jóvenes como mi hermano, de 15, 16, 18 años, y los llevaron a Dachau. Dachau era el campamento más cerca de Stuttgart, uno de los primeros campos. Entonces mi madre se puso tan, tan nerviosa, que un día ella tomó un tren y fue donde unos familiares que tenían un negocio de unos molinos de algodón para hacer... Bueno, yo nunca lo vi. Y tenían unos molinos en Italia, unos molinos en Suiza y unos molinos en Japón y en India; y eso sabíamos. Entonces mi madre se fue, se vistió, tomó el tren, compró flores, y les preguntó si podían dar un puesto a mi hermano, y dijeron que sí, que puede trabajar en Italia. Todos contentos fuimos con él a Konstanz, cerca a Suiza, para despedirlo; y no lo dejaron salir. Los nazis dijeron en la frontera: “Él no puede salir.” Nos devolvimos con él.

Y mi madre otra vez se vistió, y otra vez fue; y al fin le dijeron que sí, que podía a la India; y así se fue a la India. Tenía, yo no sé, creo que 18 o 17 años, y se fue a la India. Allá lo recibieron de la fábrica y estalló la guerra en el ‘38. Se fue en barco. Seis semanas estuvo en el barco, y llegó a la India. Él no ha contado absolutamente nada. Y al poco tiempo ya, cuando empezó la guerra, llevaron a todos los judíos a un campo de concentración en las montañas, en la India; porque eran alemanes, y la guerra era con Alemania (India era una colonia inglesa). Cinco años, hasta que se acabó la guerra. Y eso fue terrible para él porque él no sabía si vivimos, si dónde estamos o qué nos pasó, si vivimos todavía en la misma parte. Y es tan buena persona, él vive todavía, ya tiene 92 años.

Algunos empezaron a salir de Alemania, porque eran inteligentes y sabían dónde ir. Ahoritica viene la gran tragedia. Estados Unidos siempre era un país que iba a recibir emigrantes, sean de Italia, sean de Escocia; y después pusieron cuotas a cada país, ¿usted sabe? Y la cuota de Alemania se llenó tan rápido que cuando nosotros fuimos al consulado ya la cuota… podíamos salir a Estados Unidos dentro de 10 años.

Estuvimos solos allá con la guerra. Salimos porque nos tocó, en los sótanos; donde nos permitían comprar comida la compramos, y lo peor era comprar el carbón, porque las estufas uno calentaba la casa con carbón; no nos quisieron vender el carbón. Y dijo mi mamá, y yo creo que ella tenía toda la razón: “Si eso sigue, nos morimos de frío y de hambre.” Y yo creo eso. Si no se puede comprar comida, si no se puede comprar carbón…

También lo terrible fue de ese invierno, porque fue un invierno que teníamos que entregar no solamente toda la plata; plata no dinero, sino cubiertos, lo que uno tiene; y teníamos que entregar toda nuestra ropa de invierno: abrigos, sacos, todo. Imagínese, con ese invierno tan terrible. ¡Inhumanos! Y joyas, si uno tenía joyas, claro, no podía dejar ni relojes ni nada, todo había que entregar. Sufrieron los alemanes, eso sí, también. En la calle vendieron sopa.

Siempre teníamos miedo y nos escondimos, y ya no había ni dónde esconderse. En el bosque me escondí muchas veces.

La Gestapo era lo más peligroso. La SA no era tan peligrosa, pero la SS fue muy peligrosa, esa era de los uniformes negros, y la SA de los carmelitos; y la Gestapo no se reconocía.

La Gestapo vino al apartamento, y también de los otros amigos que estuvieron conmigo, que nosotros no podemos estar sin colegio y que tenemos que trabajar para la Gestapo. Fuimos con él a una oficina donde había varias personas que conocimos, y el hombre fue muy bravo pero no nos hizo daño nada. Y nos dijo: “Tienen que hacer esto y esto todos los días.” Yo no me acuerdo bien qué hicimos. Escribir a máquina, pero ¿qué escribimos?, no me acuerdo. Y en ese grupo había un amigo mío que vive hoy en México, en ese grupo, y él fue con nosotros, Richard Pick.

Yo lo visité todos los años porque él se casó con una amiga mía y vive en México, y yo le dije a Richard: “¿Tú sabes exactamente lo que hicimos?” Y me dijo: “Más o menos lo sé.”  —“¿Y tú sabes con quiénes estuvimos?” Y él me dijo con quiénes, y eso es verdad. Y él dice −y también yo creo en eso mucho− que Dios nos mandó allá porque allá estábamos por el momento libres de que nos saquen, porque sacaban a la gente de sus casas; pero mientras yo estuve en la oficina por las mañanas o a veces por el día, por lo menos, nunca me ocurrió que me podían sacar. Nosotros ya sabíamos del campo de Dachau y de los que habían regresado.

 

El Kindertransport

El kindertransport empezó después de la Noche de los Cristales Rotos, enseguida. El día después, el Barón Rothschild y el del cine, Richard Attenborough (que hizo la película de Gandhi), dijeron: “No podemos salvar la gente pero podemos salvar niños.” Entonces empezó él… no sé qué hizo que habló con las autoridades alemanas para que dejen salir niños.

Hay que tener en cuenta que en la sinagoga estaba todo quemado, la oficina y todo, pero tenía la sinagoga una secretaria. El otro día dije a mi hijo Roberto: “Yo sé que todos tenemos que agradecer nuestra vida a esa secretaria.” Sí. Ella hizo listas donde sabía que hay niños y nos mandó a nosotros, mi amigo de México y otros adolescentes, para ir de casa en casa donde hay niños y preguntarle a los padres si quieren mandar los niños a Inglaterra, a familias inglesas, y que los niños van a estar allá bien, y van a estar vigilados, y todo va a ser muy bonito. Y algunos no quisieron, otros sí quisieron. Y eso pasó en todas las ciudades: en Frankfurt, en Berlín, en Stuttgart, en las ciudades grandes.

El primer transporte salió en diciembre, y fue de Viena… Más o menos 10.000 niños se salvaron; yo tengo el libro, porque yo no lo podía contar, 10.000 más o menos, dice el libro. Fue una cosa muy increíble que eso se podía hacer. Muy pocos días antes de la guerra.

Los niños que fueron y los padres dijeron: “Escríbanos, escríbanos,” nunca podían escribir, ya no había comunicación. Yo hice, todos hicimos lo que nos dijo la secretaria: “Vayan allá y allá.” Mi mamá estaba muy intranquila porque una vez me mandaron afuera, a los pueblos donde vivían judíos, y ella tenía un miedo que yo no volviera, y yo tenía mucho miedo, pero… No había teléfono, ¿no? No había nada. Pero, bueno, se apuntó que tal vez estos niños… Después había que traerles la lista, que los nazis permitieran. Había que… no sé cómo lo avisaron a Inglaterra, pero muchas damas o jóvenes como nosotros fuimos a las direcciones que nos daban; porque teléfono, todavía eso no existía.

Entonces la Gestapo nos dio una lista: qué podían llevar los niños, cuánta ropa interior, cuánto esto, cuánto lo otro, juguetes, todo. Con esa lista fuimos a las casas y después le dijimos a los padres: “Tal y tal día salen, tal y tal día ustedes tienen que estar en la estación de trenes. Y vienen las damas escogidas, a llevar los niños al tren.”

El tren con el que yo fui, fue a Heilbronn, y de Heilbronn a Frankfurt; y en Frankfurt yo ya tenía que estar lista con los niños. Y ¡pobrecitos!, ellos ni sabían a dónde iban. ¿Usted se imagina eso tan triste? Yo lo pienso y yo no sé... Eso no es humano. Miraban por la ventana, y los padres se achicaron y se achicaron. Y el 80% de los niños jamás volvieron a ver sus padres, quedaron huérfanos; 80%, dice el libro.

Todo eso para mí fue difícil. Mi madre no me quiso dejar ir, porque siempre tenía miedo de que yo no vuelvo. Porque también una vez nos llevaron al bosque, y después a una caseta donde se cambian los futbolistas, y allá nos dejaron tres días, cuatro días. Y mi amigo de México me pregunta muchas veces: “¿Y por qué? ¿Qué hicieron?” No sé. Lo único que sé es que estuve desesperada porque yo sabía… mi madre. Y allá tenía hambre y allá tenía frío, porque yo conseguí comida, y el jabón, y después nos sacaron de ese apartamento, y por la sinagoga estuvimos todos que ya no tuvimos dónde quedarnos, nos llevaron a un apartamento grande donde había 16 familias. ¡Ah! Eso era un infierno también.

El tren empezó en la ciudad más grande, aunque los niños vinieron de pueblos muchos. Pero por ejemplo, en Stuttgart empezó un tren, en Frankfurt empezó un tren, en Berlín, en Hamburgo. Pero cada de esos trenes fue aparte, no se unieron. Solamente los que vinieron de ciudades pequeñas como Heilbronn, como Wolfsburg, algo, ¿no? Ellos tenían que quedarse con las damas hasta que llegaba un tren y los llevaba a una ciudad grande donde las damas hacían… muy bien organizado.

Ellos llegaron a Holanda (los míos), no me acuerdo cómo se llama el puerto; y siempre con las mismas damas acompañándolos; llegaron a Holanda al barco, y el barco los llevó a Inglaterra.

En Inglaterra los sacaron de los barcos y los llevaron a la estación de trenes. Yo todavía tengo aquí el cordón, en mi mesa de noche lo tengo. Porque les hicimos papeles, no había nada más, ¿no? Y pusimos tal y tal nombre, tal y tal, eso… y llegaron muchos a la estación en Londres, depende de dónde vivían.

El 90% de los niños estaban contentos con la gente que los recibieron; los recibieron bien, les tenían mucho pesar. A veces cuando llegaban ya estaban sucios de tantos trajines; les sacaron la ropa, les pusieron nueva ropa, les enseñaron inglés, los llevaron al colegio…

 

El viaje a Cuba, Estados Unidos y Colombia

Mi mamá dijo que tenía mi abuelo unos hermanos en Estados Unidos; y les escribimos pero no contestaron nunca; y no teníamos más sino los familiares en Stuttgart. Entonces otra vez mi mamá se vistió y otra vez se puso sus sombreros y su mejor ropa, y tomó el tren para hablar con ellos y ellos dijeron que nos podían conseguir una visa temporal a Liechtenstein, al ducado. Y nos iban a ayudar mientras tanto para vivir, eran muy buena gente, francamente; y tuvimos mucha suerte.

Ellos hicieron el trámite y fuimos en el tren a Liechtenstein… Ah no. Ya cuando todo se volvió tan horrible, había un señor en la sinagoga que se llamaba Julius Bauman, y él dijo que él no se iba a ir a otra parte antes de que uno de nosotros quede todavía en Stuttgart; y así fue. Y nosotros fuimos casi a la sinagoga, que ya no era sinagoga, todas las noches para estar con él. Tengo fotos cuando estamos con él, somos pocos pero estamos con él; y él dijo que había que tener fe, que eso no podía durar tampoco, y nos dio mucha fe, mucha ayuda; y él dijo que sí, que nos iba a ayudar también en el exterior, y que teníamos que estar fuertes. Y cuando yo estaba en el tren para Liechtenstein, todos vinieron al tren a decir hasta luego; y yo lloraba y lloraba porque eso era tan terrible; y mi mamá se puso brava porque dijo: “Tú tienes que dar gracias a Dios que puedes salir,” pero yo no quise porque ellos estaban ahí y eran mis amigos, y no se salvaron; eso fue muy duro para mí.

Fuimos a Liechtenstein y nos ayudaron los familiares; muy queridos. Y yo le dije a mi mamá que hace rato nosotros aquí, no podemos estar siempre, entonces ellos también dijeron que eso no es vida para uno y trataron de conseguirnos una visa para Cuba, porque el número que teníamos de Estados Unidos, eso no sobrevivió nadie. Entonces nos consiguieron unos tiquetes para el tren, para llegar a Zúrich una parte, y a Cádiz para un barco, y una visa.

Empacamos, nos fuimos, tomamos el tren. El tren estaba lleno, lleno. No había sino que acostarse en el piso, porque eso era en la época de la guerra civil en España. Pero en el tren conocimos a un señor que también iba a un barco, y nos dijo que el tiquete que tenemos nosotros no tiene valor, porque de Cádiz no sale ningún barco a Cuba, y que mejor nos fuéramos con él. Y entonces fuimos con él y llegamos a Vigo… siempre detrás de él. Y conocimos una niña que estaba sola, y también fue siempre detrás de él. Él dijo: “Yo les ayudo.” Él también necesitaba salir.

Y caminamos por Vigo y un pescador nos ofreció una pieza. Éramos: esa niña, el señor, mi mamá y yo, éramos cuatro personas y no había sino una cama. Entonces uno siempre podía usar la cama, el otro día el otro, y así pasaron los días. Al fin llegó un barco a Vigo, todo el mundo se fue hacia el barco; pero el tiquete no era válido; pero el capitán fue tan decente y yo lloré tanto, que él dijo: “Siga, siga.” Pero hasta que llegó ese barco también demoramos meses. Eso fue el viaje a Cuba.

Y llegamos a Cuba, y La Habana estaba llena de… en esa época había 30.000 refugiados, ya en La Habana, todos judíos. Ahí Batista era el presidente, pero no puedo decir que se portó mal…

Cuando llegamos a La Habana hay un islote, lo llaman islote, donde paran los barcos en La Habana. Y mi mamá se enfermó tanto, que la llevaron a la recuperación y yo estuve sola con ese señor. Él se llama Allt. ¡Él fue de tanta ayuda! Era austriaco comunista. Y estuvimos mucho tiempo allá, y después se recuperó mi mamá un poquito, y nos llevaron a La Habana en bus a un hotel. Ese hotel, yo no sé, era como un cárcel, se veía como una cárcel, ¿no? Y allá todo el mundo a ver si le dan una pieza; y dormimos en ese hotel, y él también. Allá estuvimos muchos meses esperando la visa a Estados Unidos, que nunca llegó, hasta los diez años.

En Cuba, Batista había prohibido que uno trabajara; eso era lo único que él no quiso, porque Cuba tenía muchos desempleados. Entonces había muy poco dinero, entonces mi mamá conoció otra señora refugiada que hizo blusas y mi mamá le ayudó a coser, aunque ella nunca cosía. Y yo estaba desesperada, de verdad desesperada; nunca había ido más a un colegio. Me fui por las calles y yo miré: “Colegio Americano,” “Aprenda inglés”, o así. Yo entré en un colegio, hasta que me entendieron, yo dije: “Yo quiero estudiar.” Entonces sí me recibieron. ¡Y eso fue tan extraordinario!

Era de un profesor americano, había muchos alumnos cubanos; y nos enseñó literatura, teatro, todo lo que se necesita para el bachillerato. Yo pensé que era el paraíso, estuve feliz allá; y los otros muy queridos conmigo aunque no hablaba casi español. Había allá muchos americanos, en Cuba, siempre; y alguien me habló de una familia americana que quieren alguien que cuide a sus hijos; y me dio la dirección y yo fui allá, y yo le dije: “Mire, yo no puedo por la mañana, pero si usted me da el puesto por la tarde, sí, yo le cuido los hijos y hago la tarea con ellos”, y me dieron el trabajo.

Entonces estuve muy bien, muy contenta. Ellos los veranos lo pasaban en Varadero, tenían una casa allá, entonces yo me fui con los niños y el chofer; había tantos empleados en esa casa. Fuimos a Varadero, eso fue bonito; y los niños tan necios, pero no, fue lindo.

Estuvimos 6 - 7 años en Cuba y de ahí fuimos a Estados Unidos, porque siempre íbamos al Consulado, cada mes, a ver si este número… porque ellos dicen: “Ese número son diez años,” pero lamentablemente tengo que decir que mucha gente no alcanzaron a sobrevivir y no podían usar su número, entonces el número de nosotros era más rápido.

Y fuimos y un día fuimos y dijeron: “Ya, si quieren ir, si tienen el affidavit…”, porque había que tener un affidavit, se llamaba eso; esos que la persona en Estados Unidos, que usted conoce, ella tiene que firmar que… uno no podía llegar al Estado para una ayuda, sino - si uno se enferma, tiene que pagar el que da el affidavit, entonces había que buscar a alguien porque es una enorme cosa si alguien se enferma, puede uno perder todo su dinero, allá es muy costoso; pero el familiar nos ayudó con alguien y teníamos el affidavit, entonces había que volver a ver si el número todavía está válido y hacer los otros trámites.

Y fuimos a Nueva York, donde había una tía de muchos años, donde podíamos quedarnos un tiempo; y eso lo hicimos. Mi mamá siguió cosiendo, y yo me fui a una universidad del Estado, tomé cursos de historia, porque yo no entendí nada, que había que ir al Congreso, al Senado, yo no… Y me interesó mucho. Entonces yo hice eso porque yo dije siempre: “Eso es muy triste, que yo nunca he ido bien a un colegio. Nunca. Yo soy una analfabeta”, ¿no? Pensé. Y tomé los cursos de noche, y de día busqué en los avisos del periódico y había un aviso de alguien que habla español, y fui allá y trabajé allá.

Luego conocí a mi esposo con unos amigos, en una comida lo conocí; él era de Berlín y vivía en Bogotá. Entonces me casé y fui con mi mamá a Colombia. Y vino mi hermano; pero mi hermano vino tan enfermo de los nervios, que tenía que estar bastante tiempo en una clínica. Eso debe haber sido terrible de estar en esas montañas tantos años, ¿no? Seis, siete años, hasta que se acabó la guerra.

En Colombia ya estoy acostumbrada, estoy contenta aquí. Agradecida que me dieron la visa, porque eso no era seguro. Y traje a mi mamá pero ella no se quedó. Colombia nos ha tratado muy bien. Nunca se ha oído: antisemitismo, eso no existe, ¿no? O puede existir pero yo no lo he visto.

Aquí trabajé y fui a la Javeriana, y yo expliqué al padre hasta dónde había estudiado, y si él me podía recibir en Filosofía. Y entonces él dijo que sí, que claro, que hago un examen y que hago el bachillerato con las monjas allá. Y yo lo hice.

 

Después de la guerra

Después de la guerra supimos por las noticias… No tenía un televisor, no existía. Y también lo supe porque mi amigo alemán estaba en uno de estos campos de concentración. Él, cuando ellos ya estaban libres, vinieron voluntarios y preguntaron en qué ciudad vivían; y por ejemplo, el de Stuttgart (porque él era de Stuttgart también), él decía que él es de Stuttgart, entonces los llevaron a unas casas para que puedan recuperarse y bañarse y comer; y dijeron: “Les decimos cuándo hay un tren a Stuttgart”; y avisaron a Stuttgart que tal y tal persona viene; y lo recibieron, lo llevaron al hospital. Y mi amigo Richard (que está en México), los padres se habían ido a Checoslovaquia y los mataron; pero él sobrevivió. Entonces entre todos los que llegaron, se puso a buscar al hermano. No lo reconoció, él no lo reconoció; hasta que alguien le dijo: “Pero ese es tu hermano.”

Bueno, entonces se quedaron en ese sitio hasta que tuvieron fuerza, y decían qué quieren hacer, qué va a pasar. Muchos buscaron familiares en Stuttgart, pero yo no creo que se encontraron muchos; otros se quedaron allá hasta que se supo qué se va a hacer con ellos.

Poco después de la guerra salieron listas grandes, de familiares que buscaron a sus familiares, y esas listas las pusieron en los árboles, en las paredes, por donde andaba uno. En Cuba todavía hay una, había listas… ya cuando uno sabe que se perdió la guerra. Y cuentan los niños que cuando acabó la guerra se fueron a las listas a ver si encontraban a los padres, y no. Fue una época muy, muy terrible, y muy triste. Y nosotros tuvimos mucha suerte que no nos llevaron. Yo no sé. Mucha suerte.

Yo perdí mis amigos, todos casi. Y el Señor Bauman que nos ayudó tanto, nos levantó el espíritu, nos mandó a hacer una obra teatral, nos mandó a escuchar música… a él lo mataron; y él sabía que lo iban a matar. Yo fui al cementerio, yo vi la tumba. No sé qué hubiera sido de nosotros sin él. Él tenía más o menos buenas relaciones con la Gestapo. Nos salvó.

Hace diez años, el Alcalde de Stuttgart, Alfred Rommel (hijo del General Rommel), invitó a nosotros, los sobrevivientes, a Stuttgart por dos semanas. Éramos mucha gente, vinieron de muchas partes: de África, de Estados Unidos, y… donde vivían ya; y él hizo recorridos con nosotros por los pueblos y él dice que todo el mundo supo, todo el mundo.

Hoy dicen que no supieron, pero sí supieron; y él nos hizo entender que esto nunca más debe pasar. Fue inolvidable esa visita. Más que todo nos llevó a todos los pueblos, las sinagogas todavía, todo destruido. Stuttgart también destruido todo, todavía mucho. Y él dice que él supo, y él era un niño entonces. Sí supieron. Eso no es verdad que no supieron.

 

El proyecto “Huellas para no olvidar”

Eso significa que uno vive. Y los niños si ponen sus manos... Eso sí significa algo muy importante: que no lograron exterminar a todo el mundo. Eso sí es maravilloso. Yo estoy muy agradecida al Dr. Soto y a todos. Es que si hacen eso, eso es para uno maravilloso. ¿Quién hubiera pensado que vamos a sobrevivir a eso? ¿Cuántas veces no nos escondimos o dormimos en el piso para que no nos vean? Y siempre pensamos: “ese es el último día.” Mi mamá y yo, nunca pensamos… yo no pensé eso, yo pensé: “ahí quedamos.” ¡Con tanta gente mala! ¡Horrible!

Leí un libro de un filósofo español; él dice que esto no se va a repetir, que la historia nunca se repite de la misma manera. Y eso es verdad. Piense usted en la historia, nunca… No hay que tener ese miedo, esto no puede repetirse igual. Y yo digo, eso es mi idea: que no se va a repetir, por la informática. Si hoy hay un campo de concentración, mañana sabemos; y allá no se sabía. Yo creo que eso también es un factor.

Yo no soy muy religiosa. Sin embargo, yo creo que los que estamos aquí es porque Dios no quiso... Yo no puedo decir que fuimos inteligentes en escondernos, porque no hay escondite que no encuentren; pero yo creo que eso fue una mano de Dios, todos los que estamos ahí; y mi amigo en México piensa lo mismo, porque él estuvo muchas veces con nosotros, y también volvió el hermano.

 

El Perdón

Hay gente que perdona y tiene fe que Dios se encargue de esto; hay gente que nunca perdona. Mi amiga de Stuttgart nunca va a perdonar, pero hay gente que perdona… Los años también cuentan. Los años pasan y uno no puede pensar siempre en eso. Sí, hay gente que perdona; más que todo, los religiosos en las sinagogas.

Cuando viene el Yom HaShoá, el día, están muy nerviosos pero perdonan. La sinagoga donde yo pertenezco, la AIM…  Somos tres sinagogas, nosotros (que es fundado de alemanes), la del Rabino Goldschmidt y la sefardí. Todos los años, a una sinagoga le cae el deber de hacer un Yom HaShoa, y ahora nos toca a nosotros. Y siempre he dicho que quiero hacer eso, no como lo hacen la mayoría: cuentan y “ta-ta-ta.” No. Yo quiero poner eso debajo de un título, para que la gente piense más en el título y se acuerden más.

Entonces el primer Yom HaShoa... Somos cinco que lo hacen conmigo, porque uno solo no puede hacer eso. El primer título que tuve era el transport de los niños; fue muy interesante, la gente muy contenta, el Embajador nos felicitó; hicimos como una obra. Fue el primero. Después hay que esperar dos años porque les toca a los demás. En el segundo yo tenía: Raoul Wallenberg. En el tercero: Los barcos; hablamos del San Luis y de todos los chiquitos, se perdieron muchas vidas; les mostré la película, hay una película muy buena. Lo hice porque mucha gente no saben ni de kindertransport ni de Wallenberg; y nos fue bien con esos tres.

Hay un movimiento que me impresionó mucho. Los alemanes en Berlín iban a mandar a campos de concentración no solamente los judíos, también los casados con judíos, Mischehe (Misch es mezclar, y ehe es matrimonio); y ya los hombres, como 90 - 80, ya estaban en una cárcel; y las mujeres se pararon en frente de la cárcel y no se iban, por días y días; eran como 90 mujeres. Y eso creció y creció, y había miles. Hasta que Hitler dijo: “Ya no se puede más, déjenlos.”

Y sobre este tema quiero hacerlo ahora: que uno siempre puede hacer algo. Y es un buen mensaje. Eso es muy importante: que uno tiene que pensar y después actuar, no antes.