Homenaje póstumo a Ceslada Eisen de Keselman en el Honorable Senado de la Nación ArgentinaEmbajada Mundial de Activistas por la Paz

Homenaje póstumo a Ceslada Eisen de Keselman en el Honorable Senado de la Nación Argentina

Argentina

En un emotivo acto realizado en el Salón Arturo Illia del Honorable Senado de la Nación Argentina, se llevó a cabo el día 26 de mayo el homenaje a la sobreviviente Ceslada Eisen de Keselman, quien falleció el 27 de marzo de 2014 a los 94 años.

Cesha, como a ella le gustaba que le dijeran, pues era el nombre que sus padres le habían colocado, había nacido en Radomsko (Polonia) el 2 de septiembre de 1919, en el seno de una familia judía compuesta por su padre, madre y dos hermanas mayores. El Holocausto destruyó esa familia, dejándola sola siendo muy joven.

En medio de todo el horror de lo vivido conoció a Juan Keselman. Junto a él y una pequeña hija, decidieron huir en 1946 de la devastada Alemania y comenzar una nueva vida en un país lejano a todo ese dolor. Fue así como decidieron viajar a Argentina.

Cesha y Juan tuvieron dos hijos, Noemí Dora y Abraham Felipe, y les pusieron –como homenaje– el nombre de sus padres. Ellos les dieron cuatro nietos, y al día de hoy se completa la familia con seis bisnietos.

Durante el acto fue así develada la Placa “Huellas para no olvidar”, que consigna sus huellas palmares y las de su descendencia. Entre las diferentes personalidades, también asistió la Sra. Alba Poratti, en representación del Senador Rozas de la Provincia del Chaco.

 

«Esa indeclinable necesidad de recordar el pasado para valorar lo que tenemos…»

La familia presente en el homenaje, expresó unas sentidas palabras a través de Dora Keselman, hija de Cesha:

«¡Hola mamá! Quiero prescindir por un momento de la gente que me rodea y tener con vos un diálogo sencillo y personal como los de tantos años. Hace 30 días que partiste pero ni un solo día deje de sentir tu presencia. A veces te veo con una carita sonriente y feliz en tus jóvenes años, compartiendo tu alegría con tus padres y tus dos hermanos; otras veces veo tu rostro descubriendo tu inexplicable horror de la locura de un grupo que renegaba de su condición humana transformándose en bestias agresivas sin corazón y sin razón. Tus padres y tus hermanas se despidieron para siempre. Es imposible para mí siquiera imaginar la cara de tu soledad adolescente.

Y allí ocurrió el milagro del amor: Juan tomó tu mano, ya sin fuerza para luchar, y atravesó la selva cobijándote con su fortaleza para defenderte; de su ternura para abrazarte. Es una historia como tantas, pero hoy a la distancia los veo a los dos juntos, con esos mismos ojos que abrí por primera vez en aquel Berlín devastado de 1946.

Empezar de nuevo en un país libre, sin guerras ni hambre: ese era el sueño. Los tres partimos sin destino pero con esperanza. La Argentina… no sabían ni siquiera pronunciar su nombre. ¡Bendita esta tierra que nos abrió los brazos! Aquí había sol después de la tormenta. Imagino tu sorpresa y tu sonrisa, tus ojos profundos y celestes nuevamente húmedos pero esta vez de alegría.

El horror quedó atrás. Ahora sólo había lugar para la esperanza…

Aquí nació mi hermano, el primer argentino en la familia, y todos adoptamos esta patria. ¡Nuestro destino feliz! Las caras de mi madre que recuerdo desde entonces, son todas de paz interior y alegría.

Poco a poco fueron apareciendo las arrugas (‘arugas’, decía ella), casi siempre enmarcando su sonrisa. Nietos y bisnietos poblaron tu casa con las puertas siempre abiertas para recibirlos. Tu mesa colmada en cada fiesta. A veces una sombra, un silencio y una mirada perdida en el vacío, era con seguridad un recuerdo doloroso.

Esa es la razón de ser de esta reunión: Esa indeclinable necesidad de recordar el pasado para valorar lo que tenemos; para que nunca más tengamos que llorar pérdidas injustas. Ese debe ser el mensaje en este homenaje. No estamos reunidos sólo para llorar por las muertes, sino para celebrar la vida. Pero es responsabilidad de todos, que lo sucedido no se olvide.

El drama del Holocausto debe quedar definitivamente incorporado a la historia de la humanidad.

Agradezco de todo corazón este homenaje a mi madre Ceslada Eisen de Keselman. La Embajada Mundial de Activistas por la Paz trasmite así su mensaje de que la historia es una huella para no olvidar, y que debe ser un recuerdo al servicio del futuro; un futuro de paz y armonía para siempre; sin violaciones, atropellos ni discriminaciones. Muchas gracias».