Entrevista al sobreviviente, Sr. Hirsz Litmanowicz Gonjuch

Hirsz Litmanowicz Gonjuch

PERÚ

 

“Huellas para no olvidar”

Las “Huellas para no olvidar” es una obra magnífica. Va a ser un recuerdo eterno; y está tan bien redactado —lo poco que llegué a leer en el libro— es sumamente importante; y la veracidad de los hechos y lo que se ve es imborrable.

 

Dejar la huella como un legado…

Bien, significa que hay creencia en lo que se presenta, porque hay mucho testimonio que va acompañando y afirma la veracidad; porque así como se prueba que desde que terminó la guerra, en los primeros 25-30 años ningún sobreviviente se atrevió de hablar del Holocausto, sin embargo existió. ¿Por qué razón? Porque no había testimonios, no había quién pruebe la veracidad; y esta Embajada (que estamos cooperando) es indispensable, fue una idea genial lo que se hizo esto.

Me parece que es una causa sumamente justa y creo que va a servir para mucha otra gente como ejemplo; lo que es humanidad, lo que es ser humano, lo que es vivir, respetar, en fin..., la igualdad, la raza, las religiones y todo esto. Eso es lo más importante.

Nosotros fuimos perseguidos por unos locos, que el resto del mundo no les importaba nada, porque les habían enseñado todo esto pero nadie se imaginaba lo que representaba; y era un silencio total. Hoy en día está todo abierto, todo se puede probar. Usted puede contar todo; si no es verdad, se le dice que usted ha mentido. ¿Por qué? Porque hay pruebas. O sea que era indispensable. A pesar de que existen pequeñas informaciones, pero no tan correctas ni tan bien hechas como esta.

 

Las corrientes negacionistas…

Estos que niegan el Holocausto no son gente normales. Lo que sí me sorprende, donde ellos emiten esto, que no se les prohíbe y no se les castiga; porque es intencional eso de negar el Holocausto. Una persona normal, por más culta que sea, por más estudios que tenga, el Holocausto no se puede negar, no hay ningún motivo; ningún punto débil en el tema, de que se pueda negar. No se puede negar, esto existe.

Bueno, son intereses políticos, solamente para países que les conviene que así sea. Los que lo niegan, lo niega una o dos personas o diez personas en un país, y el país le conviene, le sonríen a esta gente.

 

HISTORIA DE VIDA

Nací en el año 31, en una pequeña ciudad muy cercana de Auschwitz, en la Alta Silesia. Llegué a cursar el colegio en Polonia un año, del año 38 al 39; la Guerra estalló en la temporada vacacional, para que yo ingresara al segundo año; al segundo año ya me encontré con que era el comienzo de la Guerra y comenzó el hostigamiento alemán.

Lo primero, se prohibieron los colegios; y así sucesivamente surgían diariamente restricciones, obligaciones, crímenes… No teníamos ningún remedio, no teníamos nadie que nos defendiera. Las poblaciones, en la mayoría de los países no intervenían; y los alemanes, por supuesto, condenaban y castigaban tanto a la gente..., mostraron la brutalidad con la cual llegaron a cambiar la mentalidad de la gente; todo el mundo temía meterse ¡Y eso no es admisible! Gente que podía cambiar, revertir esta situación, no querían saberlo.

Yo no soy juez, pero esta gente lo sabía, que ellos podían revertir eso y que eso tenía remedio; y Hitler procedió hasta el último acto, sin ninguna objeción de parte de ningún país, de ninguna fuerza; me refiero a fuerzas en generales que fueron advertidos, que tenían la obligación moral de intervenir; y nosotros en Polonia perseguidos y en los otros países igual, esperábamos una esperanza que interviniera. Todo el mundo esperaba al Mesías que llegue, pero no llegó. La brutalidad alemana que demostraron y el sadismo, eso es incalculable.

Tenían universidades los altos oficiales para inculcarles la brutalidad, y eran... no había castigo para nadie. Hay detalles como que habían alemanes que se plantaban en una esquina y disparaban a un judío que pasaba en la vereda de al frente, como un cazador; y no hubo castigo. Ni la gente que pasaba, el que estaba en la otra vereda o cerca, no pasaba nada, nadie reaccionó.

No quiero tomar parte de señalar, pero supongo que hay gente que saben que podían hacer algo y no lo hicieron, tienen que sentirse culpables. Esa es la opinión. Los negacionistas son gente anormales o intencionales, financiados por la gente que les conviene, y se ve que el mundo está revuelto hoy en día; y sin embargo —felizmente— Israel es un país correcto, democrático, demuestran buena fe, todo está muy bien; pero tienen que luchar para defender la vida.

 

“Nos negaron todos los derechos, nos acusaron de todos los males…”

El Holocausto lo pasé yo desde el primer día que entraron los alemanes, porque esto sucedió el 1º de septiembre de 1939. Yo en este preciso momento me encontraba en la calle con mi hermano mayor (yo tenía 9 años, él tenía 12). Como era verano, íbamos a comprar a un jardín donde vendían girasoles; y en esos momentos (eran como quizás 10:00 - 11:00 de la mañana) entraron los alemanes al pueblo. No hubo ningún disparo, no hubo nada; y ellos, por supuesto, ya tenían los proyectos, cómo debía suceder, etc.

Al día siguiente incendiaron el barrio donde se encontraba la sinagoga, con toda la gente adentro; no dejaron salir a nadie y mataron a la gente el primer o segundo día. Yo tengo foto cómo era la calle antes con la sinagoga y después de la sinagoga. Entonces, ¿quién se atrevía a decir que esto no está correcto?

Hitler ya había preparado a la gente bajo el tema antisemita, la discriminación... nos negaron todos los derechos, nos acusaron de todos los males; acusaban que los judíos tenían toda la plata del mundo... éramos la comunidad más pobre de toda Polonia, así de simple. En los países donde había un banco, “todos los bancos eran de judíos”, ¡no era verdad! Y esto era intencionado por los otros bancos y por otra gente... y todo el sistema funcionaba así.

Yo me acuerdo de actos antisemitas; y yo no era consciente, no sabía qué quería decir; simplemente lo consideraba como gente opuesta a nosotros. Hasta que llegó el famoso plan de judenrain que comenzó; entonces primero comenzaron a juntar gente para trabajos forzados, que los mandaban a Alemania para trabajar para las industrias alemanas y todo orden, gratuito como esclavos; después deportaron la gente anciana, después deportaron los niños y todo ¡por mil maneras! Son infinidades de formas como llegaron a engañar; a pesar de que no somos un pueblo tonto que dejamos llevar, pero la fuerza con ellos que reprimieron; y no había nada, y nadie levantó un dedo. Esperábamos alguna esperanza de que alguien nos acojiera.

 

Desalojos, opresión, “limpieza de la ciudad”…

Eso todo fue planificado sistemáticamente y técnicamente. Entraban al pueblo, lo dejaron tal como está los primeros meses; después daban órdenes: “En esta calle que desocupen los judíos”. No había otra vivienda, o sea que ir acumulando sobre lo que ya existía, formando estrechez, etcétera; después... aún esto no concordaba. A otro lugar, a otro lugar. Fuimos trasladados tres veces en la misma ciudad, en diferentes lugares, desocupando toda la ciudad. En el caso mío, en mi pueblo el 50% de la población era judía; entonces imagínese, si en una ciudad el 50% de la población desocupa, ¡todo lo que dejan! Viviendas y lo poco se... y no se podía llevar nada a ningún lado, porque no nos brindaban otra vivienda; decían: “Simplemente que se los arreglen como puedan”.

En una de las ocasiones nosotros, cuando nos botaron de la primera vivienda, encontramos en una plaza un local comercial y nos fuimos a vivir ahí, vivíamos en el local comercial; al poco tiempo, del local comercial, por la ubicación, nos mandaron a otro; todo esto era por hostigarnos, y poco a poco iban formando los transportes, despejando la ciudad de la población.

En el año 43, en la época que yo fui tomado preso, ya vivíamos fuera de la ciudad donde no había nada... eran lugares abandonados; y nosotros hemos obtenido un establo, un verdadero establo, no es imaginativo, un perfecto establo cerrado...; y yo tenía un tío que vivía en la ciudad y el tío no conseguía nada, entonces dividimos el establo entre dos con una cortina, y ahí hemos vivido corto tiempo, porque ya comenzaba la persecución definitiva de la “limpieza” de los judíos de la ciudad. Y así sucedió porque allá no había ni agua, no había ninguna higiene, no había nada, y lógicamente ellos ya estaban preparados que ese era el final; y cada vez venían y se llevaban una cantidad.

Hubo una acción, digamos una acción: cuando había una razia[1], llevaban y nos tenían cerca del tren, todos cerca del tren ya nos esperaban; nos capturaban con perros, los soldados armados con metralletas. Yo tenía en aquella época 11 años, yo los miraba como un niño, no entendía muy bien lo que pasaba, pero sí la miseria que sucedía; no abastecían de las cartas la alimentación que nos daban, no abastecían de comida; yo tenía cartas para comprar, pero llegaba al almacén, no había nada.

Y así íbamos pasando, hasta que de repente, en muy corto tiempo, comenzaron a llevar los últimos miles de judíos que existían en el pueblo; y terminó... desde que comenzaron las acciones, en el mes de junio de 1943, y en julio ya no había judíos en el pueblo; un mes. Entonces ¿qué sucedió? Unos cuantos guardaron para que vayan limpiando la ciudad y cuando… con resguardo de los alemanes; y cuando terminaron la limpieza de la ciudad los metieron en el tren, también los mandaron a Auschwitz, a otro campo.

 

Llegada al campo de concentración

Entonces, ahí terminamos la guerra para nosotros y ahí comenzó el campo de concentración. Yo llegué exactamente el veintitanto de junio, fin de junio, la última semana de junio de 1943, llegué al campo de concentración de Auschwitz.

Nadie estaba informado... a dónde van, qué van a hacer, cómo es. Absolutamente incógnito. Yo creo que ese tema ya se sabe cómo llegar, porque todos llegamos exactamente igual. Hemos llegado en un transporte de 2.000 judíos, fuimos escogidos un grupo de 19 personas de todo el grupo; y el resto fue directamente a la cámara de gas.

La víspera de ese día, mi hermana con mi cuñado —donde vivíamos en el establo—, mi tío, mi hermana tenía un bebé en brazos (un bebé de meses), mi tío tenía dos hijas (primas mías)... los llevaron a todos.

Mi hermano, como era temprano en la mañana y veíamos por un hueco de la puerta que era la razia, y no sabíamos dónde escondernos, no había manera. Agarró, nos volteó la cama encima mío y encima de mi hermano, y entraron; se los llevaron a todos ellos. Nosotros hemos quedado debajo de la cama con el colchón tapado todo, no nos encontraron. Quedamos hasta el día siguiente, nos encontramos en la calle... quedaron unos cuantos sobrevivientes en el pueblo, como un pueblo fantasma; no sabíamos qué hacer. Entonces yo con mi hermano, yo con 11 años y él con 13 años o 14 años, estábamos de las manos: ¿Qué hacemos? ¿A quién le pedimos algo de comer? Nadie tenía. Nos presentamos solos y nos llevaron al tren y llegamos a Auschwitz.

 

En el ‘hospital’ con el Dr. Mengele

Llegando a Auschwitz, vino el doctor Mengele con otro doctor que había al lado de él. Nosotros no sabíamos nada, estábamos en la masa de gente. El doctor Mengele con el otro doctor, el doctor Dohmen, nos escogieron a un grupo de 19 y nos mandaron al campo grande de Auschwitz, a la central de Auschwitz; no Birkenau; Auschwitz. Y ahí llegamos, nos afeitaron, nos bañaron, nos echaron insecticidas... en fin, mil cosas, y nos tatuaron; y ahí nos mandaron al block 28. No nos dieron de comer nada, absolutamente nada, no sabíamos.

Había unas habitaciones enormes, con camarotes de tres pisos... una cosa indeterminada. Y nos llevaron allá. Y arriba, ahí dormimos la primera noche, hasta el final inclusive. Esto era el block hospital, que se llamaba. Ahí tenía su oficina el comandante del campo de Auschwitz.

Ahí hemos pasado casi tres meses, de junio hasta agosto. No sabíamos ni para qué estábamos, porque uno se preguntaba a los otros. Los que no pasaron a la cámara de gas, tenían alguna definición, trabajaban o los mandaban afuera de la ciudad; nosotros nada, éramos niños, teníamos una graduación de niños desde 9 años hasta 20, así en forma de escalera.

Entonces resulta, como nadie nos informó de nada, simplemente ellos siguieron su proceso. Estuvimos tatuados, nos dieron los uniformes rayados; a mí me dieron uniforme, yo era chiquito, yo era un niño, me dieron un uniforme grande, me colgaba por todos los lados; con mis suecos, no sé qué tamaño era pero no podía…, entraba el pie y lo perdía, levantaba el pie y se me caía.

En este plan estuvimos la fecha que le digo, de junio hasta agosto. Y a mí me escogieron como muchacho de mandado del doctor Mengele; porque —supongo ahora— porque era muy inocente, yo era un niño, que todo lo que veía no sabía qué era; y después, cuando llegué al lugar de la barraca donde él hacía los experimentos, no sabía qué experimentos son ni cómo es, ni qué cosas ni qué resultados, no sabía nada, absolutamente nada; a esta edad uno no entiende nada.

¿Qué es lo que he visto allá? Estantes con vocales de fetos de niños. Trabajaban con mujeres embarazadas de los transportes judíos que sacaron, y les sacaron los fetos; ya no sé qué experimentos hicieron. Después hicieron experimentos con rayos x. Y lo que veía es - de vez en cuando pasaba un médico o alguna mujer que estaba dolida, con su bata que tenía del campo, que pasaba agarrándose; y me veían a mí un niño, me hablaban, me preguntaban cómo me llamo, de dónde vengo, qué hago ahí… en yiddish, hablando en yiddish; solamente eran judíos. Y así sucedió hasta el mes de agosto.

En el block 28 en Auschwitz, que se llamaba “el hospital”, en estas camas venía al atardecer un alemán con un mandil blanco, con una azafata y con inyecciones; y todos los que venían a curarse para que los atendieran, estaban en los camarotes, y les inyectaba, y amanecían muertos todos en la mañana. Después me enteré que el enfermero, supuesto enfermero, era de profesión carpintero; pero para poner inyecciones así, no necesitan un artista.

 

Traslado a Sachsenhausen

El doctor Mengele mandó… nosotros normalmente fuimos internados en Auschwitz por el transporte de llegada, pero en realidad el doctor Dohmen que nos había escogido (que supimos ya pasado del tiempo) era para hacer experimentos con nosotros, experimentos médicos; pero éramos exactamente como cualquier conejo que está dentro de una jaula y dócilmente lo agarra por las orejas y lo mete en la jaula; exactamente igual.

Y nos llevaron, pidió la orden de que estén ahí 19 personas que no cumplen ninguna función de Auschwitz; entonces el doctor Dohmen exigió que transfiera los presos (a nosotros) para el campo de concentración de Sachsenhausen, que era más cerca para él hacer los experimentos.

Entonces llegamos al campo de concentración de Sachsenhausen, nos llevaron nuevamente al hospital; no sabíamos de qué se trata, ni de qué; nos dieron un cuarto para once personas, un cuarto medianamente normal, un dormitorio con dos hileras de camarotes, y estábamos ahí.

Un buen día aparece el comandante médico, el que iba a hacer los experimentos con nosotros, y dio, ordenó ahí a los enfermeros, a la gente que tenía, que le ayudaban, cómo prepararnos, que nos hagan análisis, que nos tomen la fiebre; no sé, no sé... todo lo que pedían hacíamos. Si venía con un cuchillo y nos cortaba el cuello era exactamente igual, nos entregábamos como cualquier animal para el último final; y el resto es lo que sucedía con todos los presos: la comida y todo esto.

La suerte nuestra, de nuestra salvación, cómo salimos del campo... El campo de Sachsenhausen, en la época en que hemos llegado nosotros, no era un campo de exterminio rápido; quiere decir que había un cierto orden. Era prohibido pegar a los presos, robarse el uno al otro, hacer abusos..., dentro de los presos se hacía respetar esto. Y nosotros como estábamos en el hospital... no curaban a nadie, por supuesto; era un hospital, pero de curación no se puede hablar; pero en fin, nosotros lo llamábamos hospital. Y esto duró... muchas veces vino el doctor, nos hizo experimentos, nos inyectaba, nos controlaba la salud... Nosotros no sabíamos nada. Es verdad que mayormente las inyecciones que nos daba no hicieron mayor efecto, y no sé de qué se trata ni cómo es.

Ahí viene el problema… En el año 44, al final del año dejó de venir el médico; nosotros no sabíamos ni por qué, ni cuál es la razón ni nada. Resulta que al final de la guerra lo supimos, de que el doctor Dohmen que hacía los experimentos, ya no venía más porque él efectuaba los experimentos, los datos que recogía de nosotros los procesaba en un laboratorio en la ciudad de la Universidad de Giessen; entonces los aliados bombardearon el laboratorio… ya no había experimento, ya no justificaba que viniera. Y ahí comenzó y la Guerra iba cayendo, ya era fin del 44.

A nosotros nos importaba nada de qué nos sucediera, no sabíamos noticias, ni cómo va, ni cuánto tiempo hay que resistir ni nada; llevamos nuestro ritmo de vida. En el campo, en la barraca donde estuvimos, estuvimos muy bien tratados a nivel de campo. ¿Qué quiere decir bien tratados? La persona que distribuía la comida, la sopa —no vamos a hablar del “menú”—, pero la sopa que distribuía, entonces él ya tenía su maña para poder ahorrarse el contenido, para ahorrar un poco de sopa para la gente que él prefería ayudar. Nosotros fuimos los privilegiados. Cuando ya terminaba de distribuir las sopas, quedó un poco, nos tocaba a la puerta y gritaba: “¡Niños, hay un poco de sopa!” Entonces nosotros pasábamos con el plato, nos echaba un poco de comida... y nos trataron muy bien; eran presos, hablo de presos.

Los enfermeros, los médicos, todos, nunca nos metieron la mano, no nos molestaron en nada; al contrario, en la barraca nuestra teníamos muchos noruegos, y el médico principal del campo era un noruego; había noruegos, había polacos, había de todo; inclusive teníamos un preso político, el primer presidente republicano de España, Francisco Largo Caballero (yo no sabía qué era España, ni sabía dónde quedaba, ni quién era Francisco Caballero); y me tenía mucho cariño, tenía la habitación al lado nuestra. Me hablaba... no me acuerdo, no puedo contestar en qué idioma hablábamos, porque él era español y yo era polaco, y no teníamos... pero creo que yo hablaba en yiddish y él me hablaba en alemán; probablemente nos llegamos a entender. Pero una cosa sabíamos, que estábamos todos en el mismo problema. ¿Hasta cuándo?....

Pero nosotros, personalmente no esperábamos ningún fin. La libertad de nosotros fue un —a mi opinión— fue un grave error del final del Holocausto, que ellos habían previsto devorar de la tierra… de alguna manera desaparecen los cadáveres, desaparecen las pruebas y desaparecen todo. Y tuvimos la gran suerte que la guerra cambió el tema. Los rusos avanzaron muy rápidamente y llegaron hasta el Puerto de Stettin. El Puerto de Stettin, es —calculo yo— 30 o 40 kilómetros de Berlín, o quizás un poco más, no tengo idea; pero sé que fue la antesala de la batalla de Berlín.

Esta misma noche nos despertaron, nos hicieron vestir, todo el mundo en la plaza grande del campo; y nos formaron grupos de 500, y nos distribuían un pan cada uno para el camino; y nos lanzaron a “la marcha de la muerte”. Esto fue exactamente el 20 de abril, que era aniversario de Hitler.

Y es tan así, que un chico que estaba con nosotros en el mismo cuarto, que éramos todos del mismo pueblo (veníamos del mismo transporte, del mismo pueblo, todo, hablábamos el mismo idioma), entró al cuarto y dijo: “¡Prepárense! Algo va a suceder esta noche”. No sabía qué. Resulta... él era un poco mayor que yo, y él había entendido y comprendido el mensaje que daban por los altoparlantes en el campo, y que sabía que ya el final estaba llegando. Pero no quiere decir que nosotros estábamos a salvo, faltaba “la marcha de la muerte” y la decisión final de todo el sistema alemán.

La suerte nuestra fue “la marcha de la muerte”. Era el final. Hemos sobrevivido.

 

Las barracas A y B

En febrero de 1945 llegó una orden de aniquilar, o sea, desaparecerlos del mapa, de todas las personas que se efectuaban experimentos en el campo; y nosotros... Las barracas tenían letra A y letra B; o sea que la barraca era muy larga, entonces se dividía en dos partes; nosotros estábamos en la parte A; era bastante bueno, nosotros… nunca vi la parte B, nunca entré; teníamos orden estricto de no traspasar un determinado límite en la vereda de la barraca.

Vino la orden en el mes de abril… de febrero, la orden de aniquilarnos. El doctor noruego que estaba en el campo con nosotros interceptó esa orden… porque era secreto, él no tenía para qué intervenir, porque había una pequeña confabulación y resistencia opuesta a los nazis, ¿no?, porque él también era preso político.

Entonces interceptaron esto, y nosotros estábamos a la orden de aniquilar, de la gente de experimentos. Intervino donde el comandante de Sachsenhausen, que se llamaba Baumkötter, era un Obersturmführer, o sea, un alto grado de cuatro estrellas; y ese día mandó a llamar al mayor de los amigos que estábamos en el cuarto. Había un muchacho que era de Berlín (judío, todos judíos, de los que te hablo son todos judíos), lo llamó a él porque hablaba perfectamente alemán, él era nacido en Berlín, solamente de padres polacos; entonces lo enviaron hacia Polonia, y de Polonia fue deportado. O sea que no había escondite de país ni de tierra ni de ciudad ni de lugar para los judíos. Es lo mismo que una persecución de algún animal venenoso, comparable con cualquier cosa.

Entonces lo llamaron a él y le hizo prender un fuego entre las dos barracas, y alcanzaba los archivos de los experimentos para quemarlos. Como él tenía ya 20 años en aquel entonces, él sabía leer alemán y todo, logró ver el cuarto nuestro con la orden de quemarlo. Le dieron los… se quemaron los documentos; y con esto nosotros hemos desaparecido, no existimos más. Pero con la intercepción del doctor noruego, que se llamaba Sven Oftedal… Tan así que después de la liberación, que ellos fueron liberados un poco antes que termine la guerra (debió haber sido en el mes de marzo o hasta quien sabe, el mismo abril) se fueron de regreso a Noruega; o sea los soltaron, los liberaron.

Este doctor intervino donde el doctor Baumkötter y le rogó, le dijo: “Doctor, a los niños perdóneles la vida. La guerra ya terminó. Los niños están sanos, no están infectados”. Porque todos los otros que estaban en la parte B, los experimentos, eran ya inválidos, mutilados, quemados, intoxicados, con enfermedad contagiosa; no sé qué cosa era, no lo sé; me enteré después, que en esta parte de la barraca, gente que hacían experimentos, que desaparecieron, sumaban 4.000 personas, 4.000.

Y dio la orden que nos encierren a nosotros en el cuarto, que no salgamos para que nadie nos vea, para que no capten la orden que nos ha ahorrado la vida a nosotros; y hasta que llegó el día de “la marcha de la muerte”.

 

La marcha de la muerte

Hemos caminado... sé que hemos caminado hacia el norte, no sé el nombre de ciudades. Hoy en día existe el mapa exacto ¿no?, pero en aquel entonces no lo sé. Y nos ordenaron que no salgamos todos en el mismo grupo. Entonces nosotros, yo con un amigo que vive ahora en Israel, hemos caminado juntos, y así de dos en dos salimos; en cada grupo de gente salieron dos. En el grupo nuestro, en la primera parada-... el pan que nos dieron a la hora de salir... la primera noche llegamos, no sé dónde era, y dormimos en una granja en el camino; y un señor... un preso igual que nosotros (y aparentemente era judío que se hacía pasar por polaco), con nosotros hablaba yiddish y con los otros en silencio se camuflaba; porque el grupo nuestro de evacuación era polaco y los polacos no eran muy agradables, digamos, no nos querían mucho.

Bueno, este señor se acostó al lado de nosotros. En la mañana, al despertar, me doy con la gran sorpresa: ¡Se comió mi pan, todo el pan! El pan nos representaba la vida; no había cómo obtener otro pan, no había remedio. Felizmente mi amigo que estaba conmigo, me dijo: “No te preocupes, vamos a comer el mío entre los dos”. Y bueno, no duró mucho, porque era quizás medio kilo o ¾ de kilo. Lo comimos y se acabó. De ahí no le puedo dar informe qué comimos durante la marcha, que duraron entre 12 y 14 días; no sé exactamente, no me acuerdo bien la fecha donde se paró; no sé que comimos; la gente dice que no se puede vivir sin comer, yo también digo lo mismo, pero no me acuerdo si nos dieron algo.

Una vez entramos en una propiedad campestre a dormir en una granja, algo por ahí; y había ruido, había música, cantos... la casa donde vivía el hacendado era iluminada; y nosotros... el estómago no paraba, el estómago pedía comida. Así que yo... ya tenía este hábito de buscarme la vida; me levanté y comencé a husmear alrededor de la casa, y dije: “Voy a pedirle al campesino que me dé algo de comer”. Y me acerco. ¿Qué encuentro ahí? Estaba la puerta abierta y había un batallón de la tropa de los tanquistas alemanes que estaban festejando, emborrachándose y cantando, etc. Cuando yo vi esto, no tenía nada que hacer, me escondí y me regresé a mi lugar, pero comida no obtuve nada.

Y así hemos llegado a un lugar donde llegó un camión de la Cruz Roja y comenzaba a repartir paquetes de comida para los presos, los caminantes. Entonces, eran el grupo polaco, se ordenó un grupo, se amontonó las cajas con los paquetes, y cada uno hacía la cola y le daban a cada uno un paquete. Cuando yo paso para que me den el mío, el tipo que distribuye los paquetes me mira y me dice: “Tú no eres polaco, no te toca a ti el paquete”, y no me lo da. Vino otro polaco y lo agarró y lo sacudió y dijo: “Él es tan polaco como tú, y dale su paquete; si no, ya vas a ver”. Me dio el paquete. Tenía el paquete, mi amigo tenía el de él, nos sentamos al lado de un árbol, abrimos, no me acuerdo muy bien lo que había: Un chocolate, jabón, cacao, leche, no sé, no sé qué es lo que había, ya no me acuerdo; una cajita chiquita.

 

Camino a la libertad

Bueno, comimos esto; cuando terminé de comer algo, comencé a dar vueltas, yo era siempre muy curioso, hasta la fecha de hoy en día, y eso me mantiene en vida.

Yo aprendí muy bien el alemán; no sé cómo, no estudié jamás y no tenía estudios de ninguna clase. El primer año de primaria que hice en Polonia aprendí a leer y aprendí el abecedario, o sea que me las arreglaba; ya leía alemán porque entendía el yiddish —que es muy parecido—, llegaba a entender algunas palabras; no eran importantes, pero lo entendía.

Entonces comencé a dar vuelta, el chofer del camión le habló con el SS que cuidaba el grupo, el jefe; y el SS le pregunta al chofer, le dice: “¿Usted puede llevarse en el camión a los que ya no pueden caminar?” Porque a los que no podían caminar los fusilaban, los metían una bala en la cabeza, en el lugar mismo, en la pista. Entonces yo escucho esto, y el chofer le dice: “Sí, puedo llevar, puedo llevar los enfermos”.

Corro rápido donde mi amigo que estaba sentado con los dos paquetes cuidando ahí, y le digo (se llama Saúl, vive todavía, está muy bien), le digo: “Saúl, escuché esto del chofer con el SS. Vámonos al camión”. Nos fuimos al camión, los dos subimos al camión (camión grandazo, enorme)... llegando al camión, y había un médico que cuidaba. “¿Quiénes son enfermos?”, porque hacían subir a los enfermos. Como nosotros prácticamente no estábamos enfermos, estábamos sanos, pero esqueléticos. Y el doctor dice: “Tú, baja”. Bueno... y no quería bajar, me resistí; pero no había que resistirse mucho, podían repetirme tres veces y se acabó, y me jalan, los mismos presos que estaban encima me botaban. Yo entendía la situación muy bien, entonces avanzaba muy lentamente. Mientras tanto, ya el chofer estaba por arrancar el camión; y viene alguien y cierra el camión de atrás, y arranca el camión y nos fuimos; y me quede en el camión.

Viajamos no sé cuánto exactamente, creo que como día y medio; llegamos hasta Hamburgo. En el camino nos agarra un ataque aéreo de los ingleses que atacaba las filas de los militares alemanes, y quemaron todos los camiones; y nosotros estábamos en medio de la fila de camiones. Los alemanes se corrieron… ¡de todos los camiones una fila!, no sé cuántos: 20, 30, 50, no sé, pero de ambos lados; nosotros estábamos en medio.

Los alemanes se bajaron, a nosotros no nos dejaron bajar. Bueno... si nos cae una bomba…; pero había el peligro también que dentro de los dos fuegos (atrás y adelante), que el camión nuestro también explote. Y el chofer… nosotros no estábamos conscientes, al menos yo; pero el chofer sí estaba consciente, porque si le ataca el tanque de gasolina, alguna llama, estamos volando todos. Y no le importaba nadie porque al final de cuenta éramos presos. ¿Qué sucedió? El chofer se armó de coraje y arrancó el camión y pasamos el fuego a toda velocidad, toda la hilera, hasta que tomamos la cabecera donde ya no había camiones que ardían, y ahí seguimos el viaje.

Llegamos a Hamburgo, era ya de noche, era... yo no sabía exactamente dónde estábamos, ni a qué íbamos, ni a dónde vamos, ni a dónde nos lleva, absolutamente nada. Era un niño, no tenía... recién ahora me doy cuenta qué es un niño. Cuando veo un chico de 12 años le digo: “No hay otro como yo. Nadie pasó esto”.

Yo tenía sed, no habíamos tomado durante todo el viaje agua; y yo tenía una cantimplora de esas que usaba la tropa los alemanes, lo tenía colgado al pantalón, y buscaba agua; porque el camión se paró hasta que amaneciera para poder seguir viajando, porque de noche no se podía viajar, toda la ciudad estaba bombardeada. Entonces, en la noche yo me bajo del camión con mi cantimplora y busco a oscuras; digo: “Debo encontrar algún caño, algún agua, algo”. Y encuentro - pongo la mano y encuentro un lugar donde tomaban agua los caballos. Había un cajón de agua, así grande, contra una pared, pongo la mano y siento agua; tomo el agua, meto la cantimplora, me la lleno y me subo al camión, me tomo el agua. Bueno, sucedió lo que debió haber sucedido, me malogró el estómago.

Y bueno, salimos viajando. Yo estaba sentado así, no podía hacer nada, ni limpiar, ni nada... esto era. Viajamos no sé cuánto, horas o el día mismo, llegamos hasta la ciudad de Lübeck. En Lübeck nos llevaron con el camión a una escuela, me acuerdo; y hemos bajado ahí, y ahí llegaron enfermeras… no enfermeras, sino llegaban voluntarias, o no voluntarias, no sé cómo era; que nos lavaban, nos limpiaban, etc.

Al mediodía entran los ingleses a la ciudad, liberaron. Esto debió ser alrededor... estas fechas existen en la historia, no la conozco, pero era cuestión de días porque si... era entre el 4 y el 8 de mayo, hasta que se firmó el armisticio, no sé exactamente qué día fue. Pero no me importaba tampoco, no tenía nada para qué saberlo. Conclusión: Estábamos en Lübeck liberados; los alemanes se sacaron el uniforme, se ponían traje civil, todo el mundo tenía el uniforme bajo el brazo; y todo el mundo era libre, ya no había ni SS, ni soldados, ni alemanes, ni nada.

 

De Lübeck a Francia

Entran los ingleses, toman el poder, a nosotros nos dieron algo de comer, no sé de dónde procedía... Esto, todo era en un corto, corto tiempo; un día, dos días, no sé cómo es. Tan así yo me salí a la calle a buscar la vida, había que comer; comienzo a caminar, una calle por aquí, por allá, no conocía nada ni... veo una tienda... La ciudad de Lübeck no fue bombardeada, era una ciudad bajo dominio de la Cruz Roja sueca y había más de un millón de personas foráneas de la ciudad que vivían en Lübeck, prisioneros de guerra de otros países, en fin, infinidad de gente.

Y veo una bodega con la vitrina rota, llena de comida. Dije: “¡Aquí está mi garbanzal!, voy a buscar algo para comer”. Y quiero entrar y me doy cuenta: hay un soldado con fusil al lado, y me intercepta y no me deja entrar, y digo: “Yo soy sobreviviente, quiero comer algo”... y le hablé en alemán; y me escuchó hablar alemán, no me creía que no era alemán. Entonces me dijo: “Ándate por allá. Allá hay comida popular, hay alguien distribuyendo comida”, me botó. Bueno, no llegué a nada.

En Lübeck nos juntamos cuatro amigos: el amigo con quien hice la marcha, un amigo también que estaba en un transporte, no sé en cual, no sé de dónde provenía; y un muchacho judío, también de Hamburgo; e hicimos un grupo. Éramos... cómo diré... fraternales entre nosotros, éramos de la misma cosa y del mismo problema.

Cuando entraron los ingleses, el mayor que estaba con nosotros, que se llamaba Samuel Gogol (murió en Israel), viene y nos dice: “¿Sabe qué? Encontré una tienda de ropa donde vamos a ir todos y nos vamos a vestir”. Yo estaba con mi ropa del campo. Llegamos al almacén, era un almacén enorme, con ropa grande, de todo, todo tipo de ropa; me subieron al mostrador y comenzó a buscar ropa para niño, para mi edad; y encontró un ternito con pantalón corto y un saquito, un ternito; y no sé qué otra cosa me dio ahí, y me vestí, estaba bien (tengo fotos con esto). Entonces... y ellos se vistieron también todos así; y después saquearon todo, no sé quién, qué se hizo ahí…

Y salgo a la calle ya vestido bien, y veo pasar en la calle un soldado con una gorra de cuatro puntas; esto era la gorra polaca, esto era del uniforme y yo lo reconocí y sabía, y quería alguna información, algo; y me acerco, le hablo en polaco, no me acuerdo qué le dije, y el polaco me contesta (era un oficial polaco): “¿Ves? Todos estos soldados de acá son judíos”. Bueno, dije: “Un antisemita más”... no es novedad, no me chocó mucho. Y efectivamente, me volteo y veo pasar un señor con una barba así, un hombre de metro noventa, y me acerco y le hablo.

Resulta que este señor era prisionero, prisionero de guerra del ejército francés, de la reserva (o sea, los que ya estaban fuera del servicio militar, pero entraron de reservistas), era un graduado, un mayor o un comandante, no sé qué era. Me preguntó de dónde veníamos, le dije: “Somos cuatro (le conté la historia), que queremos regresar a Polonia”. Entonces él dice: “A Polonia no tienen nada que hacer allá; allá no hay vida para ustedes”. Nosotros lo sabíamos, pero qué más podíamos exigir si solamente conocíamos Polonia; otra cosa no conocíamos, y no hubiéramos llegado tampoco. Y nos dice: “Nos vamos a ir todos a Francia, y de Francia (está en el mediterráneo) es más cerca de Israel, y nos iremos todos a Israel”.

Bueno, seguimos ahí; y en Lübeck llega un día, llega la orden, que todos esos prisioneros políticos - prisioneros de guerra franceses, judíos, están repatriados a Francia. Nosotros no somos franceses ni somos prisioneros de guerra, no somos nada; entonces entre ellos ya conocíamos otros oficiales judíos, porque había 5.000 judíos del ejército francés prisionero ahí; y todos velaron por nosotros. Dicen: “Ustedes se van a ir con el capitán tal, que los va a llevar hasta París”. Bueno, daba igual, París, Tokio o Shangai, lo mismo era.

 

El viaje a París

Nos embarcamos, comenzamos el viaje con camiones; no había todavía trenes, todo estaba bombardeado. Hemos viajado no sé cuántos días; dos días, un día, no me acuerdo muy bien, hasta que llegamos a Holanda; y en Holanda ya había tren, porque Holanda ya estaba liberada antes, Holanda estaba liberada por los americanos, por los ingleses, no sé por quién, el asunto es que ya estaban liberados.

Tomamos el tren, tuvimos recepciones como hoy día en el Congreso, tuvimos recepciones en todas las estaciones. Venía gente de la ciudad, nos traían comida, bebidas, cantando, en fin… Llegamos a la frontera de Francia con Bélgica, y los franceses entraron como en su casa; pero había aduana, había autoridades, porque Francia estaba liberada ya un año, ya tenían un orden... a nosotros no nos dejaron pasar.

—“¿Qué prisioneros son? ¿Quiénes son ustedes?”

Entonces el capitán este (era un capitán famoso, reconocido), le dice quiénes somos; no es ningún secreto. Entonces llegaron a un acuerdo con las autoridades para solicitar una responsabilidad de nosotros en el consulado polaco que estaba en la ciudad de Lille, que está en la frontera con Bélgica. Nosotros esperamos ahí y nos dieron el permiso, que podíamos pasar.

Llegamos a París, toda las recepciones se hicieron en el Hotel Lutecia. Llegamos a Lutecia, estábamos nuevamente en las nubes; el capitán nos dejó y se fue a ver a su madre; él era francés, él tenía familia allá, estaba de novio; estaba la novia, la madre, otros familiares, no sé quiénes eran, y nos dejó. Y ahí era un lugar donde llegaban todos los deportados; donde los sobrevivientes, los que vivían en París que fueron liberados, venían a buscar; si algún pariente regresaba del campo de concentración debían de encontrarlo allá, porque se publicaban todos los nombres que habían regresado, entonces los familiares buscaban.

Y allá nos ve una señora, nos mira y nosotros no nos movemos ni por acá ni por allá. Se acerca y me dice: “¿Ustedes quiénes son?” Ya sabíamos quiénes éramos. —“¿De dónde vienen?” —“Somos polacos”. Nos dice: “¿Ustedes quieren ir conmigo? Yo soy directora de un hogar, con colegio, con todo”... Le hemos dicho que sí.

 

La nueva vida

Ahí al día siguiente nos llevaron a la... vino un señor y nos llevó al tren; viajamos toda la noche, llegamos al sur de Francia, y era un orfelinato; colegio, todo conforme, todo muy bien; y nos recibieron como reyes. Éramos cuidados, hemos sido sobrealimentados, nos cuidaron el descanso; y esto era en el mes de junio de 1945, y ahí entraron en vacaciones los colegios y volvía a comenzar en agosto o septiembre, no sé exactamente, nosotros no hablábamos francés, no entendíamos nada; bueno, lo pasamos, nos reponemos, todo bien, feliz de la vida.

Era un hermoso pueblo donde había el campo, había los mejores frutos del mundo y comida a voluntad; y donde podíamos - estábamos limpios, tenían lavanderías que se ocupaban, gente que nos regalaban ropa, no sabíamos quién, pero teníamos ropa limpia, todo.

Y en el mes de agosto o septiembre que hubo entrada al colegio, teníamos que ir a algún colegio; pero yo aprendí francés en los tres meses que estaba antes del colegio, ya era apto, ya tenía casi 14 años, debía entrar al colegio, y hablaba francés; y me llevan al colegio y nos comienzan a educar un poco. Ya nos educamos... era un colegio con... ¿cómo se llama? Con oficios también manuales; y a cada uno nos veían qué aptitudes teníamos, yo escogí la ebanistería y me fue muy bien, y así estudié. Y cuando recibí mi diploma ya de ebanista, me han dicho: “Aquí terminó la fiesta”, que me vaya.

 

De ceros nuevamente

De ahí me fui a París a buscar fortuna de nuevo, ¡no tenía nada! ¡No tenía nada de nada! Porque de ahí nos dieron todo lo que había que nos dieron, nos trataron muy bien, quedamos en relaciones y agradecidos y todo...

Era la época de la verdadera crisis de la vida, lo que se llama crisis. Hoy en día no hay crisis en el mundo, hoy en día un desocupado que lo llaman “para” en España, los parados, reciben 300, 400 euros cada uno. Allá no había un centavo. Si usted no tenía para el metro, no tenía dónde viajar. Bueno, allí estaba vagando tiempo. Conseguí trabajo, no me pagaron nada…; cuando me pagaron, bajé para ver si alcanzaba para comprar un par de calcetines, los calcetines valían más de lo que yo tenía a la mano. No compré nada y seguía buscando trabajo.

Encontré un trabajo... encontré un trabajo, estaba inscrito en varias oficinas de desempleo, como extranjero ¿ah? En Francia como extranjero está controlado. Tiene que tener un carné para la profesión, y que esté ahí y los papeles legales; no como hoy en día que pinta gratis o pinta a medio precio, no había esto; y yo no estaba dispuesto a hacerlo tampoco. Yo ya hablaba perfectamente, hablo perfectamente el francés hasta la fecha y no me tocaba esto.

 

En la fábrica de gabinetes de radio

Conseguí un trabajo en una fábrica pequeña, que fabricaban gabinetes para los radios. Antiguamente llegaban en gabinetes de madera, no sé si se acuerdan, si han visto alguna vez (tengo uno acá afuera en el patio). Yo tenía 19 años en aquella época. Y me ponen en cadena de trabajo, porque esto se armaba en cadena; me desempeñaba perfectamente bien, estaba con dos españoles de ambos lados, y muy bien, no había problema de ninguna clase.

Y en esta fábrica me desempeñé tan bien, le digo, que había... los gabinetes que salían de la producción fallados, yo los miré, y como conocía la profesión, yo había estudiado; y le digo al contramaestre: “¿Sabe usted? Yo puedo arreglar los gabinetes que se queman como basura de fallados”. Se reía, me dice: “Bueno, vamos a hacer la prueba. ¿Qué cosa necesita?” Le digo: “Nada, no necesito ninguna herramienta; deme un espacio para mí y yo voy a hacerle la prueba”.

Me da el espacio, me pone ahí. Eran unas fallas que yo sabía cómo se arregla esto, y lo arreglé; y le gustó la cosa. Era perfecto, se salvaron los gabinetes, representaba un buen avance.

Entonces el contramaestre le avisa al dueño de la fábrica lo que yo había encontrado, y el dueño de la fábrica me llama (tenía la oficina en otro barrio); mandó un auto por mí, me recogen, me llevan y me comienza a hacer preguntas. Me felicita por lo que encontré en el trabajo, lo que mejoró, lo que le encontró el contramaestre. —“¿Sabe qué? (me dice) El contramaestre se va a jubilar pronto y queremos prepararte a ti para que tú te hagas cargo de la fábrica, porque sabemos que tú entiendes bien esta cosa”. Bueno, yo dije: “Está bien”; pero en realidad le dije “está bien” por no entrarle en mayor tema, porque no tenía ningún derecho al hacerlo ni aceptar tampoco; pero en realidad no me gustaba el ambiente en el cual yo trabajaba. Yo era un niño polaco-judío y yo trabajaba entre puros cristianos que tomaban, porque a los franceses les gusta tomar, yo no los voy a estar educando.

En fin, dije: Yo no voy a... este trabajo no es para mí, porque mañana van a darse cuenta; si yo les voy a decir algo (y yo soy mucho menor que ellos), me van a reprochar, van a darse cuenta por razones equis, que soy judío; me van a decir judío de no sé cuánto (dije yo); ¿para qué necesito probocarlos?

 

La idea de ir a Canadá

Conclusión: No acepté el trabajo y no tenía dónde vivir tampoco.

Y encontramos un hogar judío, un hogar que acogía a gente como yo, que no tenía dónde vivir; y ahí conocí un muchacho y nos hicimos muy amigos (también judío-polaco). Ahí lo encontré y, bueno, en ese trabajo trabajé no sé cuánto, un año creo; y el otro era planchador de pantalones en una fábrica.

Ganábamos... centavos ganábamos, no gran cosa; pero yo ganaba igual que un adulto; como no pagaba casa y comía cualquier cosa por centavos, me compré ropa. Bueno, pero el futuro no se vislumbraba; siempre estaba en la calle, siempre estaba solo; y entre los dos con mi amigo decidimos: vamos a emigrar al Canadá.

Yo quería emigrar a Estados Unidos, pero a los Estados Unidos era imposible porque los polacos tenían la cuota polaca y era muy limitada; más o menos tenía que esperar diez años para que me llegue el turno, y yo ya no podía esperar más. Así que fuimos a la Embajada de Canadá y nos dieron los formularios para llenar, a mi amigo y a mí; y mi amigo no dominaba el francés, así que yo le llené su formulario de él y el mío.

Y en el formulario había una pregunta importantísima: ¿A dónde estaba usted del año 39 al año 45? Pues yo no tenía la edad, así que dije la verdad: campo de concentración; ahí estaba. Y mi amigo no estaba en campo de concentración, mi amigo era refugiado de Rusia; y si yo le ponía “refugiado de Rusia” no le daban la visa. Eso fue intuición propia mía por responder a esta cuestión.

Bien. Presentamos los papeles, los dos de campo de concentración, la edad que tenemos, la condición en que estamos…; nos dieron la visa rápido. Mi amigo saliendo con la visa en la mano, con un salvoconducto: no había pasaportes, no había relaciones con Polonia, no había embajada, no había nada; era imposible obtenerlo. Obtuvimos la visa.

Saliendo de la embajada mi amigo me dice: “Yo voy a tomar el primer barco que va al Canadá, me voy”. Era verano, dije: “Yo no tengo apuro, yo voy a ir después de las vacaciones a la Costa Azul”... Ya estaba bien adaptado en Francia, estaba feliz yo, feliz estaba; maravilloso país.

Y le digo: “Bueno, tú anda, quieres ir... nadie te espera allá y a mí tampoco, así que tú ándate pues”. Se fue. Llega al Canadá, comienza allá un nuevo drama: no habla inglés, no tiene ninguna profesión, no tiene ninguna habilidad que se vislumbre que puede desempeñar un trabajo. Estaba vagando un poco. El invierno es atroz. Y me escribe: “¿Sabes? Quisiera regresar a Francia, pero no puedo porque no tengo documentos”... No tiene pasaporte, no tiene nada para ingresar a Francia. Bueno... mala suerte, qué le vamos a hacer. Pero yo me dije: “Si él está mal, ¿yo para qué voy a ir allá? Hace un frío…; y yo ¿qué cosa soy?, ¿mago?, ¿qué cosa voy a hacer allá?” Conclusión: no fui al Canadá, y él se quedó; y nos perdimos de contacto.

No sé por qué razón, él perdió la dirección o no sé qué, nos perdimos, demoró como treinta y cinco años hasta que me encontró. Dice: “Te he buscado toda la vida”.

Yo tenía una hermana en Nueva York, le dije: “Yo al Canadá no puedo ir a visitarte, pero cuando vaya a Nueva York yo voy a ir al Canadá a visitarte”.

 

El encuentro en Canadá

Muy bien, yo ya estaba casado acá, habían pasado treinta y cinco años. Yo me casé al poco tiempo que llegué acá. Entonces me encuentro con él en Canadá. El hombre: multimillonario, con un gran almacén, un almacén de media manzana con 20 cajas registradoras, empleados por todos lados, llenos de mercadería; y yo soy el rey allá. Y me dice: “Yo necesito que tú te quedes conmigo”. Le digo: “¡Yo qué me voy a quedar contigo!, yo estoy establecido en el Perú, a mí me va bien. Tengo mujer con cuatro hijos, y a qué voy a venir yo acá”.

Entonces me dice: “Mira, yo te ofrezco lo suficiente bien pagado, que vengas tú con tu mujer y tus hijos, y te establezcas en Canadá; y al año yo te cedo la mitad de mi empresa”. Me dice: “Yo necesito una persona de confianza, que lo poco que te conozco, lo que tú has hecho por mí, no lo hubiera hecho nadie. Y gracias a ti yo estoy en Canadá”.

—“¿Qué te he hecho yo?” Me dice: “Tú me has puesto que yo estaba en campo de concentración, por eso me dieron la visa; y tú no has venido al Canadá conmigo porque yo te escribí que yo estaba mal”. Y efectivamente él estaba mal durante muchos años. Nos dejamos de escribir y me ofreció esta oportunidad. Yo no tenía necesidad.

 

La vida en Perú

Yo llegué al Perú parado, yo llegué a los 20 años. Entré a trabajar acá a una fábrica (por supuesto, después de unos meses, hasta que aprendí el castellano). Yo llegué sin idioma. Yo no nací con idiomas así que caían del cielo. Entonces encontré un trabajo, una fábrica de muebles de un francés. Y bueno, en aquel entonces pagaban poco a la gente; el sueldo básico era bajo. Y yo con el sueldo básico no podía vivir. Estaba solo y necesito pagar cuarto y comida y no sé cuánto. Bueno, me pagó muy bien y yo me desempeñé en la fábrica muy bien.

Yo le llevé la fábrica, había 70 hombres trabajando ahí. Yo conozco el oficio. Dirigí la fábrica, le hice progresar la fábrica; y viene un señor de Estados Unidos, que va a abrir una fábrica en Lima y no encontraba una persona como yo. Necesitaba un profesional. Yo tenía 21 años. Entonces vino y me buscó a mí. Le dije: “Yo trabajo acá, estoy muy contento”, todo... Y me invitaba que lo acompañe a cenar durante 15-20 días, haciéndome preguntas respecto al trabajo, a la fábrica que él iba a establecer; y todo le contesté perfectamente bien.

Entonces me dice: “¿Cuánto ganas?” Le dije: “Tanto”. Me dice: “Yo te pago el doble”. Bueno, me interesó, por supuesto; pero yo no tenía motivo especial de irme del otro sin avisarle por qué me voy; me iría sí por el doble sueldo. Entonces el otro dijo: “Quédate. Yo te voy a pagar el doble también”. Y me pagaron muy bien.

Trabajé ahí como 3 años. Me junté un poco de dinero, porque ganaba mucho en aquella época. Ganaba tres veces más que un administrador de banco que tenía familia y todo. Después de tres años de trabajo en la fábrica aprendí todo, aprendí el idioma, todo... estaba aquí ya al 100%; y le digo un día al dueño: “¿Sabe qué? Me voy a retirar”. Me dice: “¿Y por qué te vas a retirar?, ¿no estás contento?, ¿no te pago bien?” —“No... Me voy a retirar, me voy a casar y voy a trabajar por mi cuenta”.

Dicho y hecho. Renuncié, me casé, abrí mi negocio hasta la fecha. Nunca más trabajé para nadie. Hace 50 años me compré esta casa al contado, no pagué alquiler nunca. Pagué alquiler cuando me casé el primer año. Mi señora salió embarazada, teníamos un departamento en la Victoria en el cuarto piso; me dijo: “Ya no puedo trepar”. Le dije: “Bueno, nos vamos, nos mudamos”. Nos mudamos a Lince, a la avenida Arequipa, donde esta el Tip Top, el edificio El Dorado, al frente donde está la Clínica Franco, al lado hay una clínica, y ahí vivimos como dos años.

Después el ingeniero que construyó esto, vivía también en el mismo edificio, y mis hijos comenzaron a ir al colegio León Pinelo acá al frente. Entonces me dice: “¿Por qué no te compras la casa allá?” Entonces me vine con él y le dije: “Buena idea.” Yo tengo cuatro hijos. Me compré la casa, me quedé acá, abrí mi negocio, me ha ido bien, he ganado dinero; tenía todo, he viajado, todo muy bien.

Me retiré del trabajo, armé... todo lo que yo hice es increíble; lo último que tuve: fábrica de chompas. Construí un edificio de lujo en Lima, uno de los primeros edificios de lujo que está hasta hoy en día. He importado, he fabricado muebles de cocina, el primero en el Perú. Hay testigos de lo que digo, hay... todo eso es la pura verdad.

Yo he tenido éxito en todo. Gané bastante dinero, llegó la hora de retirarme. Dije: “Con los intereses que me paga el banco tengo sobrado para vivir”. Ya se casaron mis hijos, les ayudé a todos, y yo vivía de la renta y seguía ayudándoles. Estaba bien.

El banco quebró, me quedé en la calle. Pero ¿sabe qué gané? Gané... bueno, yo es que esta casa la compré. No debía nada a nadie. Fui honesto, correcto. Yo podía… en la manera que yo viví, yo dije: “Yo no necesito ayuda de nadie”. Vinieron de la comunidad judía diciéndome: “Sabemos lo que te ha pasado, te vamos ayudar”. Dije: “¿Qué me van ustedes a ayudar? ¡A mí no me puede ayudar nadie! Porque yo sé vivir con 10 soles, con 100 soles, con 1.000 soles, ¡con lo que sea! De esta casa no me mueve nadie, no debo nada a nadie; así que yo me quedo acá”. Y me quedé.

Después conseguí socios capitalistas de mucho dinero y comenzamos a construir. Yo era el constructor, el ingeniero, el arquitecto, todo; por supuesto que tenía ingenieros titulados que hacían los planos adecuadamente para el municipio, todo; pero yo dirigía la obra; e hicimos una gran obra en Lince, compramos un terreno casi toda una cuadra. En la esquina iba a levantar un edificio de diez pisos; mandé hacer los planos al mejor arquitecto, al mejor calculista. Terminamos las otras casas, las vendemos, ganamos dinero. Dije: “Ahora voy a levantar el edificio y me voy a hacer el penthouse para mí”, a 50 metros de Javier Prado, bueno vino Velasco.

Mis socios eran capitalistas, tenían una fábrica de harina de pescado. Velasco le quitó la fábrica, entonces no querían invertir un centavo y se retiraron; pero ellos estaban llenos de plata. Yo tenía un poco de dinero, podía resistir, no me pasó nada, no bajé mi nivel de vida, nada; yo siempre fui modesto.

Y hasta hoy en día vivo, recibo ayuda de un sobrino mío en una forma maravillosa, una persona increíble; y vivo..., no me falta nada, todo lo que quiero tengo; él inclusive me ofrece mejorar, pero yo no necesito, no quiero nada, yo estoy feliz acá.

La gente que me conoce, las amistades y todo, creen mucho en mí, me quieren; y saben que yo no poseo bienes... nunca tenía... no me interesaba. Tenía suficiente dinero con liquidar mi fábrica, con todo, y vivía sobrado. Era un hombre rico a mi manera.

Cada uno tiene su manera. Hay gente que tienen cien millones y quieren mil más. No, yo no quiero, yo sé que el dinero... los años terminan antes que el dinero. No necesito más. Nadie come con dos cucharas ni nadie vive más. Yo estoy feliz de mi vida. Yo sé que mejor que la vida no hay. Vida hay una sola y se acabó.

¿Mis hijos? Tengo mi hijo, que pusimos la huellas, con mis nietos; y tengo tres hijas mujeres, viven en Israel, las establecí a las tres en Israel. Ahora tengo seis nietos y tengo dos nietas casadas. Estoy esperando ser próximamente, muy próximo, bisabuelo; y después que venga lo que venga. Bueno, ¿la muerte qué? La muerte no es nada para mí. Al contrario, se retardó…

 

[1] razia. Adaptación gráfica de la voz francesa de origen árabe razzia, ‘incursión en territorio enemigo para destruir o saquear’ y ‘redada policial’.

http://lema.rae.es/dpd/srv/search?key=razia