Discurso del Sobreviviente Leon Horn en la presentación del Proyecto "Huellas para no olvidar" - Austin, Texas
Señor Leon Horn
Mi nombre es Leon Horn y soy un sobreviviente. He perdido 6 millones de mis hermanos, hermanas, tíos, tías, primos y compatriotas judíos que terminaron en el gas, llamas, tiroteos, palizas, en enfermedad y en hambruna en los guetos y campos de concentración de la geografía nazi. He perdido un millón y medio de niños judíos cuyas vidas fueron acortadas antes de que tuvieran la oportunidad de florecer. Soy un sobreviviente y mi deber es dar testimonio.
Que mi testimonio y las voces de los otros como yo, en sus años de decadencia, den sonido como una advertencia y un clarín; que pueda ser un aviso para borrar la apatía y la indiferencia; que nos empuje a la vigilancia para oponer la discriminación y el odio, para difundir la buena voluntad y la tolerancia, y de tomar medidas contra toda forma incipiente de gobierno que busca infligir sufrimiento en algunos de sus ciudadanos.
Soy Leon Horn y aquí conmigo está mi familia, tres generaciones. ¿Providencia? ¿Resiliencia? ¿Suerte? No lo sé. Pero doy gracias a Dios con todo mi ser de su existencia. Por la continuidad y por el privilegio de estar de pie delante de ustedes, gente de buena voluntad, embajadores de la paz que me han elegido para ser el primer eslabón en este país de una cadena inefable de recuerdo.
En septiembre de 1939, sin provocación alguna, Alemania invadió Polonia. En ese tiempo vivimos en Cracovia. En 1940 los alemanes ordenaron a todos los judíos que abandonaran Cracovia con sus posesiones. Mi familia y yo regresamos a Rzeszow, nuestra ciudad natal, hasta 1941, donde se estableció un gueto. Superfluo que decir. Vivimos constantemente con miedo e inminente, peligro. Un día mi hermano mayor fue detenido en las calles del gueto, interrogado y fusilado por los alemanes. El dolor y la desesperación que sentían mis padres y yo es totalmente indescriptible.
Luego vino la llamada "relocalización". Personas fueron enviadas a campos de concentración en el Este. En ese tiempo me reclutaron para trabajar para la compañía del ferrocarril "Ostbahn" y se nos dieron documentos de trabajo, por lo que mi familia y yo estábamos exentos de ser deportados. Seis semanas más tarde fuimos enviados al campo de concentración Szebnie. A mi padre y a mí nos pusieron en un grupo de trabajo para cavar zanjas y otras tareas. También estuvimos en el mismo cuartel, mientras que mi madre vivía en el cuartel femenino. Una mañana el comandante del campo llamó a todo el grupo de prisioneros y nos dijo que nos quitáramos todas nuestras pertenencias personales: relojes, anillos, pendientes, todo lo valioso, todo lo que teníamos... Había una mujer que no se quitó un anillo. El comandante le dijo que se arrodillara, sacó una pistola y le disparó justo en frente de mí. Dejó de importarme si yo vivía o no. Yo estaba asqueado con ese tipo de vida.
A mi regreso, al atardecer, al campamento de trabajo, me di cuenta —para mi horror y consternación— que durante nuestra ausencia las personas que permanecieron en el campamento fueron transportados en camiones a unos campos grandes que estaban cercanos, en donde se les dijo que se desnudasen. Varios miles de hombres, mujeres y niños, fueron alineados y se les dijo que cavaran zanjas. Mi madre estaba entre ellos, ordenada a alinearse frente a las zanjas recién excavadas. Todos fueron balaceados por metralletas, cayendo en sus tumbas.
Para mí, mi madre era lo más preciado en el mundo entero. Ella siempre estaba allí para apoyarnos, moralmente y en todos los sentidos. Esa noche mi padre y la gente en el cuartel dijeron el “Kaddish”, la oración por los muertos. Recuerdo que le dije a ellos: "¿Incluso ahora rezas? ¿Dónde está Dios ahora?” En mí no había nada más que vacío. Mi corazón y alma clamaban por esta injusticia.
El 29 de noviembre de 1943 ellos reunieron todas las personas que permanecían en el campamento, nos pusieron en trenes de ganado y nos enviaron a Auschwitz. Nosotros descendimos de los vagones y marchamos hacia el "Ángel de la Muerte" - Joseph Mengele, que con un movimiento de su mano envió gente a la derecha o a la izquierda. Me ordenaron ir a la izquierda y por alguna razón insondable yo fui a la derecha. Ordenaron a mi padre ir a la izquierda y nunca lo volví a ver.
Los que fueron a la derecha se les dijo que se desnudasen y fueramos a las duchas. Yo pensé que mi final estaba cerca en las cámaras de gas donde los cabezales de ducha estaban cargados con tanques de gas; pero para mí sorpresa agua tibia cayó sobre nosotros, una verdadera ducha. Después nos dejaron afuera desnudos, en el frío helado, durante unos 45 minutos, hasta que nos enviaron a los cuarteles. Luego empecé mi peregrinaje a través de los campos de... Birkenau, donde me dieron un tatuaje con el numero 161217... mi nombre nuevo, mi identidad. Este número es lo que yo era.
A finales de 1944 el ejército ruso se acercaba, por lo que los nazis eligieron para terminar con el campo de Auschwitz y enviarnos en una “marcha de la muerte” a la siguiente estación de conexión del ferrocarril. Marchamos por unos días sin comida en una violenta ventisca. Tropas de las SS nazis a cada lado de nosotros. Personas fusiladas al instante por no ser capaces de caminar. Dos días más tarde nos cargaron en trenes de ganado que nunca voy a olvidar, nos metieron como sardinas. Estaba nevando y no había agua ni comida, ni baños, ni higiene en absoluto, y la gente estaba muriendo de diarrea y saneamiento, era el infierno de Dante. En el quinto día llegamos al campamento notorio de Buchenwald.
En el último día de abril de 1945, nos enviaron en mi último viaje a un campamento llamado Shpahingen. Fue el peor campo que me encontré durante mi encarcelamiento. Mi amigo y yo estábamos planeando un escape y al día siguiente nuestro campamento fue desmantelado y fuimos evacuados a un lugar desconocido. Nos pareció que esta marcha no iba a terminar bien. Así que, sin pensar en mis consecuencias, mi amigo y yo nos escapamos de la marcha al bosque y escapamos de la muerte una vez más. En los próximos días pudimos llegar a las fuerzas armadas francesas y comenzamos nuestro largo y arduo viaje que nos llevó a París, Francia.
Tomaría horas para describir los detalles del viaje y cómo llegué a los Estados Unidos en un barco a través de Nueva York, donde conocí y me casé con mi esposa Muriel en 1952. Tenemos tres hijos: Mónica, Richard y Jonathan; y cuatro nietos: Lauren, Shelby, Benjamin y Jorden. Y el resto me trae a mis días actuales como un sobreviviente que debe dar testimonio de las torturas, las violaciones, los asesinatos y las atrocidades cometidas por los nazis alemanes y sus colaboradores.
Señoras y señores, distinguidos invitados, yo fui testigo de la persecución del pueblo judío. Y quiero que ustedes, ilustres invitados, “sean testigos” de mi testimonio, y que le digan a sus amigos y familiares lo que han presenciado y escuchado hoy.