“Desafíos y aportes de los medios de comunicación en la denuncia de las señales de alarma de la violación de los derechos humanos y de la atrocidad genocida” - Rodrigo París Rojas
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Muy buenas tardes para todos. Es un honor y es un privilegio estar hoy acá con todos ustedes en la bella Asunción y en la gran República del Paraguay, que tengo el gusto de conocer y de trabajar desde hace un par de años.
Agradezco profundamente a este país, a esta ciudad, por la acogida que nos han dado; y al doctor William Soto Santiago, a todas las personas que han trabajado y han soñado para que la EMAP y esta CUMIPAZ 2016 hayan transcurrido en un éxito absoluto, y hoy estemos felices de seguir disfrutando, aprendiendo y reevaluando mucho de lo que somos y hacia dónde vamos.
Trabajé más de doce años como periodista, aunque uno nunca deje de serlo por no estar ejerciendo el oficio; inicié en el diario El Espectador de Colombia, a los 14 años, cuando mi país luchaba contra Pablo Escobar y los carteles de la droga en 1989.
Veo con tristeza hoy cómo el mundo consume Netflix y la serie Narcos cuando mi patria casi sucumbe ante el problema de las drogas, en el que hemos puesto la mayor cantidad de muertos, pero de la que muchos somos culpables.
El edificio de El Espectador quedó así como lo ven en la imagen [se derrumbó] ante un brutal atentado terrorista en 1989, y aunque sobreviví tuve que aplazar mi carrera como periodista para años posteriores, en una patria descuadernada donde transcurrió el resto de mi infancia.
Fui corresponsal luego en Europa para la revista Semana, y fui testigo de la crisis de la globalización, la llegada del euro, las oleadas de inmigrantes por las que nos sorprendemos ahora pero que ya hace tiempo existen en la agenda internacional.
Recorrí las redacciones de la Agencia EFE y del diario Avui en Barcelona. Estando en Washington como corresponsal en 2001, me sorprendieron los atentados del 11 de septiembre, vi cómo la ciudad y el país sucumbieron al miedo y la incertidumbre en los meses y años posteriores.
Cubrí para CNN en Español la cruenta guerra de Irak, donde cientos de miles de personas perdieron la vida y gran parte de las historias para la televisión no duraron más de 50 segundos, o el equivalente a tres párrafos.
¿Qué tanto se informó bajo esos esquemas de muchas notas escritas y desarrolladas de forma tan superficial?
Fui parte del equipo fundador de los Diarios Rumbo en Texas, pensados para fortalecer la cobertura e información hacia el creciente público hispano y migrante de Estados Unidos, pero que fracasaron ante la era digital, la ausencia de lectores y el poder de Univisión o Telemundo. Hoy estas cadenas se han modernizado bastante y sus noticieros logran generar una agenda para la comunidad hispana migrante residente más allá de la frontera del Río Bravo.
Siempre fui duro y rígido con los Gobiernos, con ese absolutismo de verdades que tienen los medios de comunicación; dictaduras informativas, las llamaría yo.
Me costó siempre trabajo diferenciar entre el ejercer control político o escribir con balance respetando la opción a todas las fuentes involucradas. A veces sale uno de la redacción del medio para el que se trabaja, con una idea de historia en la cabeza, y somos tozudos para que esa sea la historia que se publique cerrando puertas a giros inesperados de la misma o de sus protagonistas.
Solemos caer en la arrogancia y desconocemos que “para ser buen periodista es fundamental ser un buen ser humano”, como lo dijo hace varias décadas el polaco Ryszard Kapuscinsky.
En las relaciones con el poder suele existir un divorcio nocivo y constante. Con frecuencia los medios, directores, editores y periodistas creen ciegamente que todo Gobierno o todo funcionario o todo político son malos y corruptos; siempre, y esos lentes puestos sin saberlos usar, son nefastos para el ejercicio informativo y para la orientación a la ciudadanía.
Sin embargo, la vida es aleccionadora, y después de todas esas experiencias en el periodismo acepté una posición en el Gobierno, dando un paso complejo en esa puerta giratoria que existe entre la información y el poder, o viceversa.
Trabajé como diplomático y viví explicando en el Reino Unido la complejidad de Colombia (mi país) y su situación de violación de derechos humanos ante las ONG y el Parlamento británico durante 4 años.
Fue muy difícil pensar como Gobierno o institución política siendo periodista; pero mi mirada creció, mi perspectiva mejoró, mis ojos vieron más, y el proceso mental tuvo más trabajo para juzgar, reflexionar, hablar, emitir juicios y, claro (!), distanciar la opinión de verdades absolutas.
Al trabajar con el Gobierno entendí muchos vicios de los medios, incluso los británicos, que tienen fama en su excelencia pero que gozan de imperfecciones y asumen realidades de nuestro continente desde la bella Londres, de formas erróneas y equívocas.
En alguna ocasión me reuní con la futura corresponsal para toda Latinoamérica del diario The Times; había decidido ella que se establecería en Caracas porque allí estaba Hugo Chávez. Le mencioné dos errores monumentales: “¿Una sola persona para cubrir todo el continente? ¡Inconcebible! Y estar en Venezuela con la fuerza ideológica del presidente Chávez haría ver a la región como un mundo socialista bolivariano. Latinoamérica es más que Venezuela, y Venezuela es solo una parte de Latinoamérica. ¿Por qué no vas a México para tener más balance en esos años sobre tantas fuerzas contrapuestas en nuestro continente?” No hizo caso a mis consejos y vi por años a nuestra región dibujada desde una óptica chavista; un error para el mundo, un error para Latinoamérica, y un error para los lectores.
Otra lección que aprendí con el Gobierno es que hay muy buenas prácticas, hay muy buenas políticas públicas, hay excelentes funcionarios, hay un trabajo diario de cientos de miles de personas por el bienestar común, que la sociedad desconoce.
Por una mal liderazgo o algún caso puntual de presidentes juzgamos y sentenciamos como sociedad a todos los esfuerzos, logros y personas que trabajan dentro del Estado.
Vi cómo los medios pecaron y siguen pecando con miradas miopes de la vida pública; tal vez ello sea en parte causante de que todo lo público se ve con espanto; y al no haber mínimos de credibilidad ante las instituciones, estas no pueden avanzar en sus retos y recuperar confianzas perdidas.
¿Cómo ser generosos con las instituciones si todo el tiempo las asociamos a problemas por la información que recibimos?
Posteriormente, y desde hace tres años, trabajo para y con la sociedad civil, otro de los pilares del mundo; me cambié el sombrero. Mi trabajo actual es con Barefoot College, una ONG de India.
El haber estado un tiempo en Asia y en India me dio una mirada extraordinaria de nuestro mundo. En 2013, viaje y me establecí en India durante algún tiempo, con la idea de que vivimos en este mundo pero pensando y haciendo todo de forma occidental, como caminando en una sola pierna y sin descubrir y utilizar la otra: la oriental.
En ese descubrimiento de Asia, donde viven dos terceras partes de la humanidad, entendí que somos muy egoístas y vivimos vidas muy individuales sin pensar más allá del portal de nuestra casa; y empecé a creer en algo fundamental: la responsabilidad ante el mundo.
Como dice el Dalai Lama en su autobiografía (y esta foto es tomada durante su visita a nuestra institución) (cito textualmente): “Creo firmemente que debemos cultivar un sentido de responsabilidad universal. Debemos aprender cómo trabajar no solo para nosotros, nuestra familia o nuestro país, pero también por el bien de la humanidad”.
Aprendí un poco de budismo, mucha meditación y esas grandes lecciones hacia el desapego, la compasión y la gratitud inmensa por el presente. Todo ello muy ausente en los medios y en quienes trabajan en nuevas tecnologías.
Son lecciones para un periodista, pero también para un jurista, para un político, para un académico, para un juez. Para comunicar, para actuar y para vivir debemos aprender muchos más valores del mundo global, oriental. No todo se hace, se explica y se decide desde la arrogancia sistemática occidental, latinoamericana, familiar y parroquial de quien escribe, transmite o publica en un medio en nuestra Latinoamérica.
Con Barefoot College (traducido: la universidad de los descalzos y de las descalzas) propugnamos por el mejoramiento de las aldeas rurales en un mundo a través del empoderamiento de mujeres, madres y abuelas. Hoy coordino el proyecto para Latinoamérica. Mujeres de todos nuestros países (como lo ven en la imagen), de áreas rurales, la mayoría indígenas, viajan a la India para aprender en seis meses Ingeniería Solar, y así llevar luz a sus comunidades.
No es una historia que encontré en el periodismo, menos aún en las políticas públicas; es una historia de la sociedad civil que me cuesta trabajo exponer ante los medios de comunicación y que me genera recelos al buscar apoyo de los Gobiernos.
Y este es el punto principal. Desde una perspectiva real, con la visión de lo que significan los Gobiernos, las políticas públicas, las instituciones y los medios de comunicación, he encontrado lo siguiente:
El rol de los medios es escrutar, hacer control e investigar en beneficio de lo público; informar con balance y dejando a las audiencias la labor para emitir el juicio sobre los hechos; y educar, cuando las situaciones lo ameritan, sobre la significancia de los acontecimientos en el devenir de la sociedad.
Hoy los medios de comunicación fallan profundamente en todas sus responsabilidades. Dejaron hace tiempo de ejercer control sobre lo público, las unidades investigativas se volvieron piezas de museo, y en muchos casos la autocensura por presiones políticas, económicas o criminales amedrentan leves esfuerzos individuales por sobrevivir a esta situación.
Los balances informativos son quimeras; y cada medio, de acuerdo al grupo económico al que pertenece, argumenta desde insostenibles verdades y así manipula mentes y decisiones de la sociedad alejándose de la verdad, objetivo idealista y fundacional de este oficio.
Los medios de comunicación dejaron su responsabilidad educativa ante un mundo cada vez más confundido con la saturación de contenidos, de tendencias y de datos, que son tsunamis diarios para el organigrama mental de un individuo promedio en nuestro planeta.
Las sociedades y la opinión pública, cada vez más desinformadas, toman mayoritariamente decisiones erróneas y generan colapsos en la política pública; errores garrafales en el futuro de los países y retrocesos históricos cuando el planeta debería concentrarse en los avatares del siglo XXI.
Líderes de opinión, columnistas y referentes sociales, por experiencia, por trayectoria, se sumergen en una desconexión con la audiencia y con los lectores, ávidos por tuits, por tendencias en las redes y vínculos compartidos, y nunca evaluados o revisados antes de ser compartidos por individuos ante sus círculos, a sus amigos, a sus familias.
En su reciente libro Progreso (muy recomendado), el sueco Johan Norberg, argumenta que estamos en la Edad de Oro de la humanidad; que ha habido una reducción esperanzadora en los índices de pobreza, que hay un aumento sustantivo en la expectativa de vida en muchos rincones del planeta, que hay opciones crecientes a nivel global para cientos de miles de individuos que están en un planeta en el que nunca la gente viajó tanto y se expuso, para bien, a nuevas formas de entender el hábitat y entenderse en su quehacer mundano. “Es momento para estar felices”, dijo Norberg.
Luego Steven Pinker, el gran psicólogo canadiense, demostró en uno de sus libros que esta es una de las épocas más seguras de la humanidad. África dejó de ser el polvorín neocolonial, Latinoamérica dijo adiós a las dictaduras brutales y epidémicas, y las subsecuentes guerras mundiales no se han olvidado pero hay esperanza actual de que no regresen.
Entonces, ¿por qué, ante panoramas esperanzadores, el pesimismo aumenta? Las conversaciones en negativo son usuales, y los miedos ante cataclismos inexistentes se enquistan en los corazones de Europa, Latinoamérica y Estados Unidos, para citar unos ejemplos.
¿Dónde están los medios de comunicación para informar y educar en temas positivos? ¿Por qué experimentos como el de Arianne Huffington, de crear espacios de noticias positivas en The Huffington Post, fracasan? ¿Acaso no es tan importante un logro de la ciencia, o los esfuerzos de miles en el trabajo humanitario, o la reducción del crimen?
Al ver, leer o escuchar sólo temas negativos, ¿cómo podemos entender una realidad que va más allá de eso, y tomar de esta forma decisiones más informadas en lo individual y en lo público?
Nos intoxicamos sin darnos cuenta, y repetimos círculos viciosos en la información.
Al manipular la realidad donde todo lo que se transmite es negativo, ¿no están los medios de comunicación afectando los Derechos Humanos, la condición humana, la innovación, la construcción de futuro?
El mundo se ha vuelto inmune a las tragedias porque todo el día ve tragedias, se habla de genocidios de una manera frívola; y al hablar de genocidios todos los días, tal vez se pierde la esperanza para contribuir en detenerlos.
Países como Colombia con 50 años de conflicto armado, 270.000 muertos y 7 millones de desplazados votan en mayoría un NO por un plebiscito por la paz.
¿Cuál es la culpa de los medios de comunicación que por décadas solo le hablaron a Colombia de violencia? La intoxicación informativa de la guerra hace difícil para muchos pensar en la paz, decidir en la paz, actuar en la paz.
[Diapositiva] Así estaba mi país en 1948, todavía no había nacido. Hoy estamos en 2016 y esto es lo que vemos mayoritariamente, aún, en el tercer país de Latinoamérica.
Ante una alerta por una situación genocida, ¿no nos volvimos indiferentes? Pensamos que ya hay muchos diarios eventos que ocurren cada día. En lugar de que esa palabra genere preocupación, la incorporamos en nuestra cotidianidad; o son las alertas lejanas las que llaman la atención porque en ellas formamos parte del clictivismo (de hacer clic constantemente desde nuestra casa) pero que no nos involucramos en una solución, como en el caso de los ataques de ISIS en Europa.
Todos ofrecemos condolencias, todos compartimos los videos, todos nos indignamos, ¿pero solo con clics en la computadora y en el teléfono? En la mayoría de los casos con desconocimiento absoluto de lo que está pasando.
Ahora bien, ¿cómo se ve nuestro continente desde la ruralidad y desde las poblaciones vulnerables?
En este recorrido y trabajo por la Latinoamérica rural e indígena en el que estoy, me he encontrado una maravillosa contradicción. Caminando por las regiones amazónicas, por las islas Galápagos, por los Cuchumatanes en Guatemala, redescubrí un mundo natural maravilloso, un jardín del Edén, la raíz latinoamericana; de dónde venimos, y lo que siempre hemos negado.
Sin saberlo y sin haberlo planeado, luego de esas experiencias en los medios de comunicación y el Gobierno, ahora vivo en el mundo rural e indígena, mi raíz.
Hay 50 millones de indígenas. Si los reunimos a todos en un espacio sería el tercer país más grande de Latinoamérica. Tienen 420 lenguas vivas, y están distribuidos en 600 pueblos originarios, con profundos conocimientos en medicina, prácticas artesanales, gigantescos patrimonios en su relación con el medio ambiente; pero estamos cometiendo un genocidio en su contra por el olvido en el que los tenemos sumidos, los abusos por parte de las instituciones, las empresas y sus propios compatriotas, la inexistencia sobre sus temáticas para los medios de comunicación, y esa estigmatización colonial de creerlos pobres, tratarlos como pobres e incrementarles su pobreza.
Pero este genocidio, mejor descrito como un etnocidio, es un suicido para el continente. Estamos destruyendo nuestro pasado, nuestra raíz, nuestro origen, la única forma de entendernos hacia el futuro con el diferencial de querer y trabajar como un continente unido y cooperativo, que pueda desafiar polos de poder de Europa, Asia y Norteamérica.
Por ejemplo, los Pacahuara son una comunidad de 5 familias que sobrevive en Bolivia, pero que hace unos años decidieron el suicidio colectivo ante el olvido en el que estaban sumidos. La última mujer con raíz ancestral de este pueblo ya murió, y ellos tienen su tiempo contado.
Les recomiendo el libro “El mundo hasta ayer: lo que podemos aprender de las sociedades tradicionales”, escrito por Jared Diamond; en él se encuentra explicado el amplio valor de la tradición y el conocimiento de las sociedades rurales en muchas de las prácticas que se han ido aplicando en sociedades occidentales.
En diversos países busco a los periodistas, mis colegas, para ofrecerles historias novedosas sobre estas mujeres que viajan a la India a cambiar sus vidas y llevar luz a la selva. Me responden con alegría desde la comodidad de sus escritorios para que les mande fotos y un número telefónico para llamarlas.
Hasta hoy, en ninguno de los 18 países de Latinoamérica donde trabajo, un medio nacional fue a un lugar de estos a entrevistar a estas mujeres y ver la luz en la mitad de la nada. ¿Cuál es ese periodismo? ¿En qué está la información cuando recaemos en las redes sociales como plataforma para enterarnos de lo que ocurre, sin saber que debemos tener filtros para saber qué es y qué no es?
Hay una desconexión entre lo que ocurre y la forma como lo estamos recibiendo, procesando y replicando; pues todos con un teléfono y Facebook, Twitter o Instagram estamos comunicando diariamente mucho contenido.
Las frustraciones de todos aumentan, porque así como denunciamos temas en las redes y organizamos marchas o movilizaciones sobre algún tema, compartimos información que creemos válida sin saber su origen (todo a una velocidad de un clic): queremos que las instituciones (nosotros acá presentes), los Gobiernos, la justicia, opere con la misma rapidez; absolutamente imposible.
Mientras no haya una conexión eficiente y dotada de humanidad entre Gobiernos, instituciones, sociedad civil y medios de comunicación, será muy difícil salir de este círculo vicioso de percepción negativa y oscurantista en el que nos encontramos a pesar de estar en un momento de esplendor en la historia humana.
Los medios son responsables fundamentales, hoy más que nunca, en el mejoramiento y sostenibilidad de nuestra vida y planeta. No pueden ser ellos los que inciten a diario a nuestra destrucción, olviden su labor educativa e informativa y amplíen sus horizontes de interculturalidad así como el mundo lo está haciendo lentamente.
Pero también nosotros debemos esforzamos por ampliar nuestros horizontes, nuestros canales de comunicación, mejoramiento de nuestros filtros para saber dónde buscar contenidos serios, para analizar qué compartimos en una red, el lenguaje como lo expresamos, el ejemplo que damos en nuestra vida de familia y cotidiana en todo esto, y el hacer un proceso consciente de desaprendizaje; es decir, de dejar de lado malos hábitos y malas prácticas en el consumo de la información; y así dar espacio a nuevos aprendizajes y la forma como los debemos adquirir en pleno siglo XXI.
Finalizo con la emoción del Premio Nobel de Paz que le ha sido otorgado a mi país y al presidente de Colombia este viernes en Oslo. Es un reconocimiento y una luz maravillosa a una sociedad resiliente, a un liderazgo de las partes, que han logrado un paso fundamental hacia la solución del conflicto de 52 años; y un premio a Yineth Bedoya, una periodista abusada por paramilitares, que mantuvo siempre su lucha por los derechos humanos, por las mujeres y por la paz.
Muchas gracias.