Transcripción
TESTIMONIO COMPLETO
Mi nombre es Eugenia Unger, de esposo; y de soltera es Rotsztejn. Nací en Polonia 1926, en marzo 31. Viví en Polonia, en Varsovia, con mi familia: mi mamá, mi papá, con cuatros hermanos. Mi papá era un empleado del gobierno, era el director del matadero en Varsovia.
Desgraciadamente en 1939 cuando estalló la guerra, los nazis atacaron Polonia desde el primer momento. Estábamos en familia, yo agarraba a mi papá del pantalón porque era la más chica… “Papá, ¿qué pasa, papá?” Papá: “¡Están bombardeando!” Yo ni sabía qué es bombardeo, porque vi los aviones en el alto, y yo gritaba: “¡Papá, papá! ¿qué pasa?” —“No pasa nada. Estos son nuestros.” Un polaco decía: “Son nuestros, son nasz, nasz.” —“Hacen en este momento (dice) deporte para ver cómo van a andar contra los alemanes.” Pero después cuando empezaron a bombardear Varsovia ya no eran nasz, ya eran de los nazis. Pero este momento nunca se me borró de mi mente. No había agua, no había panadería, no había nada para comer; de noche era bombardeo de artillería, y de la mañana, empezaron la mañana y la tarde de bombardear; así que no tuvimos noche, no tuvimos día.
Al principio cada uno pensaba que cuando era el bombardeo va a ser mejor para subir. Si se cae la casa no va estar abajo de las piedras, de todo lo que se cae la casa; y cuando era artillería entonces teníamos que estar abajo, porque artillería te apuntaba más alto. Mire cómo me acuerdo con todo esto. No sabíamos dónde ir, porque toda Varsovia estaba en llamas, bombardeo; y ellos tiraban estas bombas, que cuando caía la bomba de incendio, sulfato, no sé, y entonces empezó a caer el fuego de un lado, de otro lado, de otro lado. No era en este momento donde se caía la bomba, era en el momento donde se caía y después se desparramaba por todo lado; así que hemos vivido dos o tres meses hasta que ellos invadieron Polonia.
Me acuerdo también, era presidente Starzyński. ¡Cómo me acuerdo todo! ¡Es una cosa increíble, que yo me olvidé qué almorcé hoy, pero todas esas cosas son… que me acuerdo tan patente, tan patente! Lo veo cómo nosotros corremos, porque toda Varsovia era en llamas, toda; no teníamos dónde ir, entonces corríamos hacia Vístula (Vístula era un río grande); entonces empezamos a correr de todos lados.
Yo me acuerdo, tenía 14 años ó 13 y teníamos dos mucamas en mi casa; entonces ellas agarraban las pieles de mi madre, agarraron; y teníamos mucho de plata (no oro, plata), candelabros y otras cosas, cubiertos, todo de plata; entonces las chicas lo tenían, y mi papá le gritaba: “¡Yanina, Stepa, tiren todos, tiren todos; porque se van a quemar vivas!” Y a ella le dio lástima, pero tiraron todo para llegar a Vístula donde no estaba el fuego.
Cuando entraron, nosotros fuimos de vuelta para ver si se quemaba la casa, porque si una cortina quedaba fuera, se prendía la casa y quedaste en la calle; así que rogamos para volver a la casa, y nuestra casa estaba bien, nuestro departamento, pero el del hermano de mi papá estaba todo tirado por estos cohetes que tiraron toda la noche. ¡Era un desastre!
La gente iba a lugares donde había caños, esto se iba a los cementerios, y estaba la gente con baldes. En este momento vinieron los nazis con aviones, bajaron, tuuu... y con la ametralladora ametrallaron a todos… y todos los baldes quedaron con los muertos alrededor. O iban a la panadería, entonces la gente estaba en la cola para conseguir algo de comer, porque era todo muerte, muerte. Bajaba un avión y acribillaron a toda la gente.
Por eso yo digo que uno no puede pensar en estos momentos qué ustedes piensan de mí, que yo sé que no miento, que son las cosas que a mí me pasaron. Pero a mí me pasaron cosas que hoy digo: ¡Yo no creo! ¡No puede ser! ¡¿Cómo es posible? Una nena de 14 años, que la tiraban de un lado a otro, la denigraban, le cortaron el pelo, le sacaron la ropa, toda la identidad, y me pusieron un número! Dejé de ser una persona normal como ustedes. Dejé de ser… no sé cómo decirle, no porque no quiero discutir y hablar mal de los animales, porque si yo me convirtiera en un animal ya sería feliz; porque corríamos de un techo a otro, porque estaba prendida una casa; mi papá me gritaba: “¡Guinucha!” Porque en polaco me llamo Guinucha. Me agarraba de la mano, me gritaba: “¡Skocz! ¡skocz!” Que quiere decir: “¡Saltá!” Me tenía de la mano de un balcón a otro, y me decía que yo salte. Le dije: “¡Papá (gritaba), tengo miedo!” Dice: “¡Te van a matar si no saltas!” Y así saltaba de un techo al otro. Pero yo digo: Se ve que uno quiere vivir, hace cualquier cosa para vivir.
Yo nunca me olvido cuando tiraron ya la bomba a los búnkers en que estábamos escondidos de los nazis; y tiraron una bomba de gas en el búnker bajo la tierra. Estuvimos ahí, tuvimos agua, no había luz, no había gas, no había nada; sólo se hacía una cisterna para sacar el agua. Y ahí tiraron una bomba, entonces nosotros corrimos al otro piso; y los nazis venían para sacarnos. El hermano de mi papá saltó del segundo piso y quedó con las manos así. Empezó a gritar como un chancho pobre, el stress o locura, él saltó y quedó así.
Cuando yo le hablo, veo todo, todo. Entré en el departamento de mis primitos. Estaban dos en la cama. ¡Dios mío!… Y uno saca la mano y me dice: “¡Guinucha, Guinucha! Mirá, mi hermano me comió la mitad de la mano.” Le dije: “¿Sabes qué pasa? Si vos lo vas a hacer no te voy a traer ninguna una comida más.” Y él dijo: “¿Sabe? Es tan rica la carne, tan rico los huesitos.” Entonces le dije: “¡No lo hagas más!” Le dije: “Trae la ollita, te voy a dar un poco de comer.” Me sacó la ollita. Al día siguiente yo fui a verlos, estaban los dos muertos. Pero esa cosa yo nunca puedo sacar de mi mente. Esto fue en el gueto de Varsovia.
Ustedes ayer mostraron este Cd del gueto. Vi estos chicos… yo me veía ahí adentro; yo me veía, porque ahí estaba una nena, como todos los chicos, andaba pidiendo algo de comer, andaba con una foto gritando: “Esta era mi mamá, miren qué linda; y la mataron. Este fue mi papá (con las fotos).” Les pedíamos un poco de comida: “Tenemos nuestra ollita, tenemos nuestra cucharita para no ensuciar lo suyo,” ¡así chiquitos! ¿Cómo estos chiquitos pidieron comida así de chiquitos?
¿Sabe qué pasa? Que cuando uno, 14 años ya es mayor. Nosotros 14 años: teníamos 100 años; y estos chiquititos no era chiquititos, para mí eran chicos ya grandes; porque ¡ay Dios mío!, ¿cómo caminaban? Ya ni podían caminar porque tenían así escorbuto en la pancita, así hinchada, la piernita acá tan hinchado; en la carita le salía pelo, los ojos… ¡Dios mío!, ¡Dios mío! Yo me acuerdo. Yo la verdad, ¿sabe? Tengo psiquiatra, tengo psicóloga, tengo de todo. Si no, yo me hubiera vuelto loca; porque pienso todo esto que yo pasé… Esto fue todo pre-parto, todo esto que cuento. Recién venía lo duro, lo duro para mí.
Así que yo, la verdad, tengo tantas preguntas para hacer a todo el mundo. ¿Dónde estaba el mundo? ¿Dónde estaba…? No, Dios, perdóname Dios, pero tengo que nombrarte. ¿Dónde estabas en este momento, Dios? ¿Dónde estabas cuando veías que un nazi agarraba una criatura y la rompía en dos? ¿Dónde estabas cuando los nazis agarraban la piernita y rompían la cabecita en las paredes? ¿Dónde estaba Dios cuando hacían estos pozos y enterraban a estos chicos y le prendían fuego, vivos? Eso mis ojos nunca podrán olvidar.
Realmente es muy difícil, porque escribí los tres libros y siempre dije que posiblemente escribiéndolos, hablando todo esto (porque hablo ya de los 40 años), que me voy a aliviar; pero cada vez que hablo, cada vez que digo de estas cosas, me pongo neura, me pongo tan mal, tan mal; pienso que… no sé… estos degenerados no pagaron nada en este mundo; porque pienso que esos tenían que toda la vida tenernos a nosotros sobrevivientes en unos platos de oro. Y hay muchos sobrevivientes... no hay muchos que quedaron, pero esos que quedaron hay muchos que se mueren de hambre en estos momentos, y nadie, nadie nos ayuda. No hay Cruz Roja, no hay Derechos Humanos, no hay nada para el pueblo de Israel. Pero ¿por qué tanto odio?, ¿por qué tanto sufrimiento cuando uno tiene esta edad? ¿Qué sabía yo de religión?, ¿qué sabía yo de Derechos Humanos?, ¿dónde podía hablar yo viendo todo esto?
Mi mamá dijo: “Vinieron los nazis a casa y salgan todos, salgan todos de acá y váyanse a otro lado.” Después de 45 años viviendo en un lugar. No sé, por eso a mí no me cuesta sacar todo, regalar, porque vi qué hicieron con mi casa, qué hicieron con mi madre. ¡Pobre!… No sé cómo aguantó mi mamá después de… no sé, 50 años; de vivir en un departamento que teníamos lozas, cristales, cuadros, alfombras; y salir de ahí… sólo tenías derecho a tomar una mochila.
Y mi mamá me dijo: “Guinucha, poné en la mochila, poné una ropita tuya.” Yo agarré y puse una muñeca en la mochila, y le dije a mi mamá: “Mamá, si mañana vamos a volver, ¿para qué necesito llevarla?” Nunca más vi la muñeca, nunca más vi mi casa, mi familia… Todo se me fue, se me esfumó entre las manos.
Mis queridos hermanos nunca los volví… ¡Me falta tanto un abrazo de ellos! Se me fueron los años con dolor, con desesperación; nunca se me podían cicatrizar mis heridas. Siempre pienso: ¿cómo fue posible que esto hizo un pueblo tan culto que era? Se peleaban quién tiene que matar a quien. Tiraban una criatura en el aire y dijo: “Vos tirá, vos vas a matarlo.” ¡Dios mío!
Esto vieron mis ojos; y yo la verdad, por el prójimo los quiero pero mucho a todo el mundo. No sé por qué me quedó esto de amar al prójimo, porque yo tendría que ser, no sé, más apática con la gente. Soy feliz que alguien me abraza, y siempre digo: Gracias a Dios que no hay dos vidas, porque yo ya pagué tanto en esta vida. Le ruego a Dios que en estos momentos no me deje sufrir mucho al morirme. Yo sé, nadie es eterno, pero después de tener tanto sufrimiento en la vida, realmente no se imaginan. Cuando uno pierde un familiar, algo… Lo que pasa es que yo perdí 60 personas de mi familia. Cuando me vi: sobreviví una solamente, rapada, 30 kilos, con piojos que me comían viva; y ¿a dónde voy? No tengo dónde entrar. Era muy triste. No sé cómo pude reponerme, cómo pude armar una familia de tantos pedacitos que hicieron de mi vida.
Mundo cruel. En este momento cuando yo hablo acá, cuántos chicos se mueren de hambre, cuántos chicos están torturados, de 5, 6 años están trabajando, y al mundo no le importa. Donde hay poder, hay plata, hay poder, y no dejan a otros para vivir. ¡El planeta Tierra se hizo para todo el mundo! Porque él es negro, yo soy blanca, porque es petizo, yo soy gorda, porque esta religión, por otra. Tengo tanta bronca en mi pecho, que nunca, nunca, se pudo cicatrizar.
Y no es la primera vez que estoy dando testimonio. Parece que no tengo tantos pelos en la cabeza como cuanto testimonio ya di en mi vida; pero esto sirve. Pienso: Esto sirve para futuras generaciones, ¡que despierten! ¿Sabe qué es esta palabra “libertad”? Y siempre estamos oprimidos. Tenemos miedo.
Yo me fui ahora a cobrar jubilación, estaba con un señor, dice: “Tengo miedo de mis hijos hablar, ellos están con la presidenta y yo estoy contra ella.” Te lo juro. Ahora que fui a cobrar. Y este señor de 75 años me dijo: “Estoy con mis tres hijos: una es diputada, otra es ‘qué se yo’ del gobierno; y es un clan que no se puede abrir la boca.”
Digo: ¡¿Qué pasa?!, ¡qué pasa con el ser humano! Todo por dinero matan, por dinero roban, por la droga matan, se vive esta época tan tremenda; yo no hablo de época porque todo lo que a mí me tocó... Que Dios salve este mundo, porque estamos realmente tan mal, tan mal… psíquicamente, sentimentalmente; pienso que un día se termine esta maldad, esta agresión.
Fueron 3 años en el gueto (esta fue la preparación): hambre, tifoidea, las peleas. Usted ve esas casitas de miseria. Varsovia era un país como un segundo París; pero yo hablo de los guetos donde estaban viviendo los judíos; porque los judíos luchaban. Pero ¿qué pasa? No había tanto armamento; y cuando vos ibas a canjear, ibas a pedir que te den algún armamento, te pedían constantemente dinero; y tres años se acaba el dinero, y no tenías de dónde sacar dinero. Te daban armamento y no tenían balas; si tenían balas, no tenían revólveres; y después los judíos… yo hablo de Varsovia, de los guetos.
Al principio era como cien calles el gueto, y habían nazis que entraban en el gueto así como si fueran dueños de la vida de uno. Había uno que si no mataba dos o tres personas no se iba del gueto; en la mañana, todas las mañanas venía. Uno trataba de no salir a la calle. Pero no sé por qué tanto, tanto, defenderse tanto en la vida por esos cuatro, diez locos, que igual tenemos que morir todos. Ahora, yo hago siempre un paréntesis para pensar. Digo: ¿No sería mejor cuando liquidaron una familia, que dejen que liquiden a todos? No que dejen a una persona que tenga siempre la mochila en la espalda; porque para mí esto tampoco es vivir, el que yo haya vivido todo el tiempo.
Yo viví en el gueto, bajo la tierra en los búnkers. Del último búnker, cuando tiraron una bomba vinieron los nazis y gritaban: “¡Hände hoch! ¡Hände hoch! ¡Manos arriba! ¡Heraus, heraus! ¡Salgan del búnker!” Y cuando me vio (éramos 14 hombres y yo la única mujer, de 14 o 15 años), me dijo: “Sácate la ropa”, pero ellos en ningún momento tocaban una judía, porque para ellos era rassenschande: vergüenza para la raza para estar con una judía. Él quería hacerme sufrir. Y en este momento cuando yo salí con manos arriba, ya no tenía a nadie de mi familia. Entonces usted sabe, me quedé con una hemorragia, me vino así como una cascada de sangre, me vino. Él me vio que yo quedé así como con toda una sangre, entonces se dio vuelta y me gritó que me ponga algo.
De allí, cuando me sacaron… ya fue el último búnker, entonces nos llevaron de ahí del gueto. Ya era la “solución final,” porque ya no había nadie. Estos fueron los últimos, porque el levantamiento del gueto fue el 19 de abril. Ahí sí que luchaban mis heroicos hermanos. Todos chicos y chicas de 15, 16 años, hacían preparaciones, hacían bombas molotov, y así se defendían; pero se defendían, solamente cinco semanas se pudieron defender; después de cinco semanas venían ya todos escuadrones de alemanes, y con estas armas sofisticadas que tenían empezaron con fuego, andaban con mangueras, mangas de fuego, prendían todas las casas; la gente se tiraba de los balcones, porque se prendió la casa y todo.
Y de allí nos llevaron a donde venían los trenes para llevarnos a los campos de exterminio, porque a mí no me llevaron a ningún campo de trabajo; ahí había siete campos de crematorio, y ahí encima trabajamos, esto fue en el campo de exterminio; pero antes de Auschwitz-Birkernau, yo estuve en Lublin, Majdanek, que nos llevaron no sé cuánto tiempo, nos llevaron con el tren ida y vuelta; estábamos como sardinas, unos encima de otros; y esos gritos de la gente que estaba tan mal adentro en los trenes, les daba claustrofobia, porque era un olor que uno hacía sus necesidades, tenía que estar así adentro en los vagones, pero como animales nos llevaban. La gente gritaba, se cortaban las venas; adentro la gente pisaba uno encima del otro y gritaban, golpeaban; entonces abrían el vagón donde se gritaba, y salía la primera tanda que, se abría el vagón, y empezaron tututu… rompían y mataban la mitad de la gente, y se caían. Al caerse, ¡Dios mío!, sacaban siempre… muchísima gente mataban de los trenes.
No sé cómo vive este pueblo alemán ahora, cómo se levantó después de tanto genocidio; porque a mí me llevaron a seis campos de exterminio, 350 km después de Berlín; todo el camino fue sembrado de muerte. Yo nunca vi hombres cuando me sacaron de Auschwitz. Estuve un año y medio en Auschwitz, en Birkenau, trabajé ahí con granadas, bombas, canalizaciones, hice para los baños, los canales, todo. Llenaba estos carros de mierda (discúlpenme pero para mí es normal), me sacaba por kilos estos piojos, nos comían, nos tenían locos, ¡qué horrible era!
Venían un día, venían nazis con estas bañaderas de acá hasta allá, en invierno (porque enero, febrero, es invierno), y dijo: “Este es un momento de desinfección, sáquense este trapo (ellos decían vestidos, pero nos dieron un trapo); tírenlo adentro para desinfectar.” Nos dieron media hora, una hora, para sacar la ropa y ponerla en el agua porque que tenían ahí… vino una orden: “En 5 minutos tienen que sacar.” Vos sacaste tu trapo, otra sacó otro trapo; y así mojados teníamos que ir, mis piojos, tus piojos, piojos de todos, y así con frío.
Yo la verdad no sé cómo vivo hoy, siempre viví con frio; pero esto ¡para que se seque! En enero, febrero, la mitad se moría. Ellos querían que se muera. Esto pasó en Birkenau, en Auschwitz. Después que me acostaba con todo este trapo mojado, sin colchón, sin frazada, entonces uno se acostaba sobre el otro, del frío y para secarse un poco. Al día siguiente estabas en esta cama, eran tres de un lado, de maderas, te acostabas adentro, no eran las marineras; y al día siguiente yo le gritaba: “Saca los pies, saca las manos,” ¡estaba muerto!, entonces dormías con los muertos. Pero ¿sabe qué pasa? No hay que tener miedo a los muertos. Los muertos cuando se mueren no te pueden hacer nada. Yo ahora no tengo miedo a nada, la verdad; porque ya… viva no me van a sacar, se lo aseguro.
Ojalá hubiera tenido esta fuerza que tengo ahora, a los 14, 15 años. No me hubiera quedado en casa teniendo miedo, hubiera luchado en el gueto con mis queridos hermanos y hubiera muerto en el gueto. Ahora no me da miedo de nada. ¿Qué me pueden hacer más de lo que ya me hicieron? No hay palabras en el mundo para que diga lo que han hecho con mi vida.
Trabajé, iba a comandos que hacíamos, antiaéreos. Yo a los 15 años, me pusieron una máquina de esta que salía leche y tenía que hacer granadas. ¡Yo que era la Shirley Temple de la casa, la muñeca de la casa!, y ahora me daban para que haga bombas, granadas; y si salía mal te pegaban 25 encima de la piel, que ya no te levantabas, ya estabas muerta, entre no comer, no te daban de comer, hacías trabajo forzado, ¿y quién sabía hacer una bomba o granada? Y bien, así fue nuestra vida, de un campo a otro, la marcha de la muerte.
Este día 27 de enero que conmemoraron ayer, anteayer, yo hice la marcha de la muerte. ¿Por qué se dice marcha de la muerte? Porque vino una orden de que tenemos que salir urgente, esto fue ya en Auschwitz, porque los rusos se acercaban; entonces dijeron que todos tenemos que salir en un minuto, ¡éramos como un millón de personas! ¿Saben qué era? ¡Todos querían salir primero! Entonces estaban los nazis adelante. Primera tanda que quería salir: tututu… lo mataban enseguida; y después cuando salían, porque ya tenían miedo que los rusos venían, entonces nos sacaban y éramos escudo humano. Y de noche nevando con estos suecos que nos pusieron, con este trapo… ¡Yo no sé cómo uno sobrevivió todo esto! Yo muchas veces pienso: ¿Cómo es posible que pase todo esto un ser humano ¡y quiera vivir!? Pasaba un perro, yo lo envidiaba; le tiraban un hueso al perro, lo hubiera sacado, comí carne humana, comí ratas, ¿qué más me pueden hacer? Y después de la guerra nadie dice nada.
Así me tocó en todos los campos; así, no comer, trabajar de día, de noche, de sol. Ahora me dan por mi trabajo mucho dinero, 700 dólares por mes; ¿qué es?, no tengo para mí paga. Ellos tendrían que mantenerme, darme, no sé, lo más grande que hay en el mundo. ¿Qué hicieron con la vida mía, con otras chicas, que éramos todas chicas de 14, 15 años? Hoy no pueden caminar, yo soy todavía oro, pero tengo presión, colesterol, tantas macanas, que empiezo mi día con una bolsa de medicamentos; pero estoy. Puedo todavía gritar por estos 6 millones que no pueden gritar, por ese millón de niños que mataron. ¿De qué mataron?, ¿cómo murieron estos chiquitos hermosos?, ¿qué familias hubieran hecho estos millón y medio de niños? Los lloro, ¡qué barbaridad! Es algo increíble.
Fue muy difícil porque así como los alemanes no se acercaban a las chicas judías, así después cuando terminó era muy feo. No teníamos dónde ir. Teníamos que ir a Polonia de vuelta, porque yo era de Polinia, de Varsovia; rapadas, de 30 kilos. ¿Cómo puedo yo explicar a ustedes: seis años de cautiverio mío, lo que era esto? Y después qué me esperaba. Liquidaron mi familia, mi casa. Tengo tres, cuatro, casas ahí, y yo dormía cuatro meses de peladera en la calle pidiendo limosna. De un lado tenía miedo de dar vuelta porque los polacos no eran muy amables con los judíos. Cuando venían los chicos de la guerra a un pueblo, a cualquier lado, los mataban los polacos.
Después de sobrevivir esta odisea… porque yo le voy a explicar: tampoco yo pude entender porqué. Después entendí, porque mis padres tenían muchos amigos que no eran judíos, entonces los padres, cuando pasaba todo esto dejaban los bienes: “Cuando vuelva me vas a devolver.” Pero los padres no pudieron, los mataron, entonces los chicos sabían, escuchaban que acá… “quiero esto, quiero lo otro”, entonces iban a pedir que le devuelvan. No le devolvían: los mataban. Esto ya fue a lo último ¿no?
Cuando nos llevaron para matar del último campo, de Rechlin, entonces ahí ya no iban con todos los grupos, porque ya los grupos no estaban. Los alemanes se escapaban, ya iban sin botas, sin nada, y nosotros veíamos que se terminaba pronto la guerra; entonces cada uno que podía se escapaba.
Nosotros íbamos con 2, 3 nazis, que llevaban estos perros grandes para que no salgamos de la fila; entonces íbamos 5 adelante y 5 atrás, caminaban de 5 en 5; y nos llevaban para un bosque para matarnos, del último campo. Entonces los caminos eran así angostitos, y ellos querían las bombas que eran la “lady-di” y dinamitaron lugares. Ya tenían su equipo y sacaban las dinamitas, las bombas; y cuando vos salías de este paso de acá para acá: Tututu, se reventaban las dinamitas que tenían adentro estas bombas, las minas, y allí la gente estallaba en cien mil pedazos; entonces tenías que caminar para no ir de una lado a otro.
Yo tenía una amiga que se llamaba Ana, no una amiga, una compañera del campo, le digo: “Ana, mira, de acá tenemos que irnos, escaparnos.” Esto fue antes del último ya, que nos llevaban para matarnos. Entonces ella de miedo empezó “a-a-a” a hablar mal. Digo: “Ana, nos llevan para matarnos, no hay más campos, no hay más a dónde llevarnos ya. ¿Viste cómo van, ya sin zapatos y todo? Tenemos que salir, buscar una oportunidad para escaparnos.”
Entonces nos llevaron, y uno dijo: “Vení, vamos a caminar, a mirar atrás que caminen bien.” Entonces digo a Ana: “Ana, si ahora no salimos, nunca más vamos a vivir.” Yo la agarré del brazo y la arranqué conmigo y la llevé; llegamos a un establo que había lleno de vacas; y ahí nos metimos la mierda de la vacas y ahí estuvimos. Tardó 10 minutos o 15 minutos, y les dicen que se escaparon dos chicas judías. Entonces ¡él abrió el portón! Mira, estos momentos cuando sentíamos que él abría el portón… y ellos andaban así con las bayonetas mirando; pero no quiso entrar adentro y cerró el portón de vuelta. Esto fue… realmente no sé. Yo le hablo tan tranquila, el corazón nos saltaba, por eso hoy tengo mal el corazón, todas esas cosas. En la noche salimos porque ya se fueron todos. Seguro no quedó vivo ninguno de ese grupo.
Y nosotras, yo y ella, con estas vestimentas de los refugiados, de rayas, y yo le digo: “Ana, vamos a pedir alguna ropa a estas mujeres que están acá.” Parece que yo tenía más lógica. Entonces me salí y golpeé, entré, y le dije a la mujer: “Yo te pido, danos una ropa para cambiar, después yo voy a decir que ustedes nos ayudaron, te pido por favor.” Me dice: “Y yo no quiero. ¡No tenemos nada!” —“Denos algo de comer” —“¡No!”
Nos fuimos. Había un molino y al lado había otra casa; entramos, robamos una ropa y tiramos en el molino la ropa; de allí salimos con pañuelos, todas cambiadas, pero con números acá y esta Estrella de David amarilla. Y al día siguiente… nosotros subimos a un molino para dormir; cuando dormimos nos levantamos y estaba lleno de alemanes que se escapaban. Digo: “Ana, quédate tranquila acá Ana”, y quedamos durmiendo, porque teníamos los pañuelos, porque estuvimos todas rapadas y nos quitamos los suecos y dejamos los pies afuera. Al día siguiente todos se escapaban. Yo vi un nazi que estaba en el campo conmigo. Digo: “Ana, acá ve este que nos pegaba tanto con el rebenque.” Le digo: “Mira cómo camina.” Se escapaban todos.
De ahí entramos en una casita, no era edificada; una casita que estuvimos ahí dos días; robamos pollos, robamos para comer algo porque no teníamos nada. Ahí no se decía robamos sino “organizamos”. Esta fue la palabra: "organizar," era más suave que robar. Poníamos dos maderas, y poníamos un balde, y ahí entraban los pollos; y les sacábamos después las plumas, no sé cómo las sacábamos y nos comíamos el pollo. Y por el camino se moría tanta, tanta gente, de comida, en esos años de los campos no podía aguantar el estomago, entonces vino la hemorragia de los intestinos y se morían, ¡pobrecitos!
Y después, un día pasaron 3 nazis; y decían que si no tenemos algo para comer, a nosotras que estuvimos sin esta vestimenta; y cuando salieron, también gracias a Dios salieron; y después, una hora después, vinieron los rusos y nos preguntaron si no hay francotiradores, pero estaban vestidos como los nazis; y dijimos: “Sí, hace una hora, cuando preguntaron si no tenemos algo para comer.” Entonces ellos salieron y empezaron a buscar en los bosques; se escuchaban los gritos; ellos los mataron. Después volvieron de vuelta y dijeron: “Nosotros sabemos que ustedes son de campos de exterminio, nosotros vamos a bombardear todo este camino mañana, ahí hay puente que lo vamos a bombardear; ustedes salgan de acá, métanse en los bosques o hagan trincheras, y a la mañana siguiente, a las 6 de la mañana, vamos a pasar con soldados acá.”
Ustedes no se imaginan esta noche para nosotros qué era. Estábamos temblando todos, éramos algunas; no íbamos a hacer trincheras, si ni podíamos caminar, sin comida, sin todo. Entramos muy adentro en el bosque; ahí encontramos un grupo de chicos polacos, que ellos fueron a Alemania a trabajar, porque ahí ya se pagaba trabajo, a ellos les pagaban mensual, que como no tenían ya mano de obra, entonces se inscribían para trabajar; e hicimos un grupo, pero ellos no sabían que éramos judías, tres, cuatro; estuvimos ahí y nos juntamos, íbamos “organizando” caballos y estos carros para volver.
Después se empezaron a ir los rusos, que hablaban en ruso: “Nosotros te liberamos, nosotros tenemos derecho de violarlas.” Eso fue un desastre, que nos poníamos carbón en la cara, esos pañuelos, y parecíamos viejas, pero a ellos no les importó nada, no importaba nada; que cuando te agarraban te hacían mierda de vos; que todo el camino teníamos que escondernos, usar pantalones, nunca me quité los pantalones que “organicé” de los nazis. Y así viajamos como dos, tres meses.
Y un día dicen estos grupos que ellos se iban a ir a una iglesia, que iban a rezar, y me llamaron: “Guinucha, vení vos también.” Ahí mismo le dije: “Mira, yo no soy creyente ahora, después que vi lo que pasó realmente con el pueblo judío; pero soy judía. Yo entro con ustedes pero yo no me voy a hincar, porque Dios está en todos lados.” Y ahí el primer lugar donde entré, fue la iglesia.
Y después me subí al techo del tren para viajar, porque tenía miedo de viajar en los vagones, porque estaban todos los rusos que iban de vuelta; y así viajé sobre el techo. No sé, viaje sobre el techo, dormí arriba en el techo y el tren andaba.
Hoy hay cosas que no me explico cómo sobreviví. ¡Eso no es nada! Cosas que me sucedían cuando me pegaban las rusas, cuando me pegaban los alemanes, cuando trabajaba… estos son cosas… cientos de veces estuve ante la cámara de gas. Fue el destino que ustedes estén hoy acá, que ustedes escuchan mi grito de mi alma, la verdad… ¿por qué tanto, tanto, egoísmo? ¿por qué tanto, tanto, odio a un pueblo que no hizo nada al otro? No sé, no sé.
Yo misma no creo, yo misma muchas veces me pellizco; porque pasar… pasé con mi madre la marcha de la vida, ella estaba con - la encontré en Auschwitz porque nos llevaron… Mira, me olvidé de mi pobre madre para hablar. Tengo tanto para hablar. Cuando tiraron la bomba de gas ella se quedó, la gasearon a ella, ella se quedó en el búnker, porque no pudo caminar, y la perdí; y después me encontré con ella, cuando ella estaba toda - la cara todo mal, le rompieron la nariz, le rompieron la cara; y vino un chico y me dijo mira: “Tu madre está allí y necesita tu ayuda.” Cuando la vi me quise morir; era una muñeca, mi mamá era tan hermosa, tan hermosa; no la pude reconocer de los golpes que le dieron; tenía 40 años, jovencita, y después en la marcha de la muerte estuve con ella.
Estos sufrimientos, ver cómo quedo tu madre, cómo queda… es algo increíble, sufres por vos y sufres por tu madre; esto es algo increíble. Pusieron los alemanes un jarrito para tomar té, y cuando él se dio vuelta yo le saqué este jarrito (está en Yad Vashem este jarrito) y lo llevé para mi mamá, que lo tome este jarrito de té; pero me jugué la cabeza; no me importó en este momento nada, para verla que esté bien.
No podía caminar, entonces yo saqué mis botas, le oriné las piernas y le puse estas botas mías; y ella no podía caminar, dijo que se va a ir para que le mate el nazi; entonces se acercó para que le mate el nazi. El nazi le dijo: “¿Bala, yo voy a matarte? Me da lástima con una bala, prefiero matar este perro y vos que se muera sola” le contestó. Entonces vino un carro, que todas las alemanas gritaban que no van a caminar, porque estas alemanas las sacaron de que eran prostitutas, que eran ladronas, que eran asesinas, que eran políticas, y ellas nos cuidaban todo el tiempo en los campos de exterminio, ellas estaban con nosotras. Mira, como hicieron con todos nosotros, a ellas cómo les pegaban, ¡Dios mío! Entonces trajeron carros para ellas, y yo le dije a mi mamá: “Mamá vos también sos alemana.” Y dice: “¿Y cómo subo? Me van a matar”, me dijo, y yo le contesté: “¿No viste que querías que el nazi te mate? Te van a matar alemanas.” Y no sé cómo la subí o que ella se paró, que yo ni pude caminar, que era tan chiquita, tan desnutrida; y ella se paró y yo la tire arriba del carro; después me perdí con ella. Ella vino acá; después la pude sacar, la volví a buscar por todos lados.
Habían trenes que venían noche y día, a Auschwitz, a Birkernau, que los sacaban al trabajo; pero una cosa era, venía Eichmann y todos esos jerarcas y hacían ruleta rusa: “Lings-regs”, vos no sabías el “lings-regs” qué era, si era para el trabajo, si era para quemarte; era cuestión de suerte, era también cuestión de esta ruleta rusa, porque todos los días venían trenes de Hungría, de Checoslovaquia, de Eslovaquia, de todos lados, para llevar al trabajo; para hacer bombas, como yo hice, granadas, aviones, canalizaciones; era manos libres, no le pagaban nada, no le daban de comer; qué les importaba, tenían todos chicos de 14, 15 años, todas las chicas, que aprenden; yo aprendí a hacer todo esto.
El proyecto “Huellas para no olvidar”
¿Sabe por qué es importante recordar? Para las futuras generaciones, que no les pase a nuestros hijos, a nuestros hermanos, lo que pasó. Y pienso que si uno se olvida de su pasado no puede vivir el presente y futuro. Y uno salva un alma: salva a todo un continente.
Es la elongación de su ser humano cuando vos no estás. Que por lo menos mis nietas, mis bisnietos que tengo, dos, que van a acordarse: “Esto fue la mano de mi abuela, de mi bisabuela, que sobrevivió un genocidio tal y tal”.
Cuando vi mis manitos ahí, de mis nietos y de mis bisnietos, fue tan grande, tan grande para mí. La verdad es que estuve feliz y contenta en este momento porque sentí que algo dejo para que nunca más vuelva a ocurrir esto; y pienso que nunca, nunca, nunca más, la gente se deje denigrar de esta manera.
Y les agradezco a ustedes con toda mi alma, que trabajan por la paz, que es el único deseo de todas las personas que sobrevivieron; y no sólo de los que sobrevivimos, yo pienso: Todo ser humano reza que haya paz. Pienso que esto es lo primordial en el mundo para todos los seres humanos. Y a ustedes les doy mi bendición como un ser humano que sufrió tanto, que también reza porque haya paz para todos los seres humanos.
Es no olvidar. No perdonar, porque los otros seres que han muerto no pueden hablar, no pueden gritar: “¿Por qué me lo hicieron?, ¿por qué?, ¿sólo porque soy judía?” Esto hablo por ellos, grito, porque hay momentos en que grito. No puedo entender. Pero es por esta razón que escribo y hablo, para que el mundo no se olvide.