Discurso en Foros “Educando para No Olvidar. El Holocausto, paradigma del genocidio” - Dra. René Ferrer

Discurso en Foros “Educando para No Olvidar. El Holocausto, paradigma del genocidio” - Dra. René Ferrer

Palacio Legislativo

Asunción, Paraguay

Lunes, 17 de marzo de 2014

 

Dra. René Ferrer

Historiadora e investigadora, profesora

 

Buenos días, autoridades de la nación; buenos días, a la Directora General de la Embajada Mundial de Activistas por la Paz; al Embajador Mundial de la Embajada de Activistas por la Paz, William Soto; a la Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos, Mirtha Gusinky; la Directora de Derechos Humanos del Ministerio de Relaciones Exteriores, ministra Nimia Da Silva; al Cónsul del Estado de Israel, abogado Alejandro Rubín; y a todos los presentes, senadores, amigos, profesores, que me han honrado con convocarme para hablar en este momento.

Tengo que hacer una aclaración. Creo que todos estos títulos de doctora, especialista en el Holocausto, todo eso realmente es demasiado para mí, a pesar de que he estudiado historia, que tengo un doctorado, me he dedicado principalmente a la literatura.

Tengo ciertamente un trabajo que consta de dos partes y se titula: “Experiencia y consecuencia de una visita a Auschwitz, Birkenau.”

La primera parte se refiere a la historia; son consideraciones históricas sobre el Holocausto (y la voy a acortar mucho porque creo que se ha hablado suficientemente del tema; y con el documental que hemos visto, hemos tenido muy presente lo que ha sido aquello).

Quiero simplemente mencionar algunas cosas de ese trabajo histórico, para decir que ciertamente esa… digamos, esa discriminación contra el pueblo judío, viene desde los inicios de la historia del pueblo hebreo, debido a que era considerado el pueblo elegido de Dios; y generalmente también ha sufrido dispersiones antes de la diáspora que sucedió después de la segunda destrucción del templo de Jerusalén en el 70 después de Cristo.

Estos sentimientos de intolerancia y rencor se manifestaron en los albores de la historia hebrea, y siguieron cobrando intensidad en el imperio romano luego de la conversión del emperador Constantino al cristianismo; y aun luego en la Edad Media con la prédica de la Iglesia Católica considerando a los judíos como el pueblo deicida, responsable de la muerte de Jesucristo.

La reforma de Martín Lutero puso también su acento en este sentimiento que crecía, sobre todo en la población de menos, digamos, de menos recursos en la población humilde. Esta segregación impidió a los judíos estudiar, ejercer profesiones liberales, imposibilitados de trabajar y adquirir tierras labrantías; los judíos se limitaron a practicar oficios de vendedores ambulantes, tenderos, comerciantes de baratijas, los más humildes; y a dedicarse a las actividades financieras, como préstamos a interés y al comercio en oro y plata, aquellos que lograron progresar económicamente. Y ese ascenso ha provocado la envidia de las sociedades en las cuales, digamos, los judíos vivían no integrados precisamente.

Las comunidades judías sufrieron siempre la marginación, y se aislaron, incluso, como medio defensivo, para justamente conservar su religión, sus tradiciones, sus costumbres; y hacer, digamos, como una barrera contra la violencia que tuvo sus diversos grados en los diversos países europeos, sobre todo en la Europa del Este y posteriormente extendida a todos los pueblos. Ustedes saben que en España fueron expulsados en 1492 por los reyes católicos, y no fue ni la primera ni la última expulsión.

Ahora, en el siglo XVIII se presenció un gran vuelco en cuanto a la actitud hacia el pueblo judío, hacia la población judía, a consecuencia de la revolución francesa, que les dio la ciudadanía a los judíos que vivían en Francia. Ese Decreto de Independencia y de paridad con los ciudadanos franceses fue emulado por distintos pueblos en Europa, y no con mucho entusiasmo por algunos, pero sí en una forma bastante general, a pesar de que no todos aplicaron el Decreto instantáneamente. En Alemania, en Austria, se tuvo que esperar 20 años para que, de palabra, en la letra se les diera la paridad.

Ahora, en el siglo XIX nace en Alemania un movimiento antisemita organizado, que luego se llamó Partido Antisemita, que propiciaba la persecución y ‘la solución judía’, que puede considerarse el antecedente próximo de la política racista del régimen nazi en relación a las minorías raciales, no solamente la judía, también la gitana; y además, personas discapacitadas, débiles mentales, eran considerados infrahumanos y pensaban que ponían en peligro la pureza de la “raza aria”. Es la primera vez, con este primer Partido (que se puede considerar un antecedente del racismo que manifestó el Partido Nazi con sus pavorosas consecuencias), es la primera vez que el sentimiento antijudío se vuelve racial. Es la primera vez que se habla de antisemitismo poniendo la raza como principal motivo de discriminación.

El Holocausto presenta una peculiaridad que sobrepasa todas las atrocidades de la historia, al establecer campos de exterminio y fábricas de muerte científicamente diseñadas para matar gente que creían inferior, y deshacerse de los cadáveres con la mayor velocidad y eficacia posible.

Si estamos reunidos hoy meditando sobre el Holocausto, es porque sabemos que los crímenes contra la humanidad, de esta naturaleza, no deben repetirse jamás; y somos responsables de mantener la memoria.

Ahora entra la parte en que yo les voy a hablar como lo que verdaderamente soy, como poeta. Les voy a hablar de la experiencia y consecuencia de mi visita a Auschwitz-Birkenau.

Luego de esta mirada retrospectiva a la historia que antecede al Holocausto, deseo compartir mi impresión y las consecuencias de la visita que hice en el 2012 al campamento de exterminio Auschwitz-Birkenau.

Ante la vivencia de semejante atrocidad me hice la siguiente pregunta: ¿Se puede poetizar el holocausto? Me remonto a 1986, año de mi primera visita a Israel y al museo Yad Vashem, en cuya entrada se expone un zapatito de loneta con las marcas de los dedos de un niño pequeño; ya entonces me sacudió la impresión y surgió el primer poema sobre el genocidio más grande y calculado del siglo XX: “El zapatito vacío”.

La decisión de conocer un campo de concentración latió desde entonces en mi interior, ahondar los conocimientos sobre el fenómeno irracional del Holocausto y la idea de que todo cuanto un escritor ve y experimenta, se transforma posteriormente en palabra escrita. Me hace pensar que contemplar las nefastas instalaciones del mayor campo de exterminio del régimen nazi no podía quedar en silencio.

El recorrido fue silencioso, paso a paso, anonadante, revelador de una realidad leída o vista en fotos, documentos, películas, pero nunca palpada en el mismo sitio del horror. Pisar los mismos senderos, estar de pie en los mismos patios, en el lugar de los fusilamientos, de la horca, las barracas, las celdas de castigo, las alambradas de sus púas brillando al sol, las frías cámaras subterráneas, los hornos en ese momento ardientes (para mí) como entonces, las chimeneas  sin el humo levantándose hacia el cielo; y pensar que ese humo eran personas de carne y hueso transformadas, y que ese humo negro eran ellas: las víctimas.

Y posteriormente en Birkenau, ver las vías de los trenes, las barracas de maderas hasta donde se pierde la vista, correctamente alineadas; los estanques, tan inocentes ellos, prestos a recibir la cenizas de tanta vida; y más allá el bosque, la esperanza imposible de llegar hasta el amparo de los árboles, las alambradas de espinos, las casetas atentas en el aire observando, observando cada movimiento, cada intento de libertad.

¡Cómo semejante experiencia va a dejar a un ser humano sin una reacción!, ¡cómo no sentir la necesidad de gritar contra la ignominia, no narrar lo que se ha visto, no cantar a esas muertes la elegía más triste de la historia! Ya en ese momento pensé que no podía quedarme callada, yo que pasaba el día entero entre palabras.

De vuelta al Paraguay la impresión persistía, el interés creció; me adentré en lecturas, en la literatura referente al tema, documentos, libros testimoniales, de lectura de la Kabbalah, la idea de escribir no cejaba.

Pasado un tiempo me di cuenta de que no estaba en condiciones de escribir una novela o un cuento o un testimonio. Sólo la palabra poética libera y transfigura la realidad llevándonos al conocimiento más profundo; sólo ella podía ser el vehículo que en ese momento me ayudase a dar testimonio de aquella barbarie y a la vez me ayudase a hacer una catarsis, un intento de reinventar con palabras aquella realidad irracional.

¿Cómo hacerlo?, ¿cómo tocar un tema tan doloroso, sin ofender a los sobrevivientes y a la memoria de las víctimas?, ¿cómo, no siendo judía, atreverme a hablar de algo que no me había sucedido personalmente, y trabajar con el verbo cuando de vidas humanas se trataba?; sabiendo que un poema no es la mera liberación de la emoción sino un andamiaje minucioso de palabras que reconstruye a partir de la emoción; un poema que es trabajo, calculo, rigor, autenticidad, inteligencia en la mínima medida que la sensibilidad herida. Temí no ser capaz, y sobre todo herir a los que ya han sido tan heridos por la vida; temía equivocarme.

Pero por otro lado, ¿cómo callar?, ¿cómo pudiendo decir algo, asustarme de las consecuencias de mis propias palabras?, ¿cómo no intentar expresar lo que la violencia había matado, y enmendar la injusticia aunque más no fuera con el dolor puesto en el papel?.

Superadas las primeras dudas tome la decisión de optar por la poesía que canta, e inicié mi tarea a partir de los dos poemas anteriores “El zapatito vacío”, el cual les mencioné, e “Ignominia”, que da título a este libro inspirado en una imagen de “La lista de Schindler”.

Así nació la primera parte del poemario “Holocausto”, que inicialmente pensaba titularlo “Tras las huellas del Holocausto”. En ellas se describen, como en una elegía fragmentada, los distintos aspectos del horror: la naturaleza que rodea al campo, el bosque que iluminan los ventanucos desde las sombras fosforescentes de la noche en duelo y comparte la desdicha de las víctimas desde una rama dorada por el otoño, que se conduele de los ultrajes de la demencia dejando caer el lloro silencioso del árbol herido; y los viajes, los viajes en tren, encerrados como ganado por aquellas villas a lo largo de un mapa sin retorno, las ruedas que engullen la distancia como serpientes que silban y se muerden la cola. Y la muerte, la terrible muerte, que es llamada a veces desde ese presente horrendo como si fuera una amiga compasiva que libera del sufrimiento insoportable.

Pasado y presente se entrelazan. En las noches del insomnio en las barracas se avivan los recuerdos de un tiempo que se fue; eso pienso que les habrá pasado, la vida anterior al suplicio; entonces vuelven las imágenes, por ejemplo, de aquel mantel bordado con migas de pan ácimo en las noches de los viernes, que contrasta con la terrible entrada en las cámaras de gas subterráneas cuando una madre le dice a su hija pequeña: “dame la mano, caminemos juntas tal cual llegamos al mundo el día de nuestro nacimiento cuando danzó el corazón de nuestros padres alrededor de la cuna.”

Pero los malos recuerdos persiguen a la víctima, y entre los gritos de la desesperación y la agonía se rememora la irrupción de las SS interrumpiendo la intimidad somnolienta de un piso de alquiler, desparramando los juguetes por el suelo con el ímpetu de su entrada triunfal (porque triunfalmente entraban llevándose todo por delante).

Al contemplar ese lugar donde tantas personas murieron de pie durante las esperas interminables después de las jornadas de trabajo forzados, el poeta recurre a las palabras para rescatar ese momento del olvido y ve lo que no pudo ver.

Las cuerdas del cansancio estrangulan el aliento en el medio del patio desolado al claro de una luna que se avergüenza. También surge el reproche ante el silencio de los que pudieron haber protestado ante la ignominia, y no lo hicieron. Cuando se destituye la raíz de la alborada, los pilares de la conciencia se derrumban; y nadie habló, nadie protestó a tiempo, ninguno de los países que podía haber hecho algo lo hizo a tiempo.

Pero el poeta no puede evadir sus propias creencias filosóficas cuando lo único que puede hacer para manifestar su indignación ante el escarnio irrevocable del Holocausto, es escribir. No puede dar la espalda a su concepción de una vida futura en el después de la muerte.

Y surge la segunda parte del poemario, llamada “Salmos”, como un llamado de justicia, como una necesidad de esperanza en algo que enmiende semejante atrocidad, aunque sea más allá del suplicio, y suplique un rechazo absoluto al hecho inconcebible de que la vida de tanta gente inocente haya acabado con esa clase de muerte y se convierta en una humareda simplemente.

Me niego a clausurar el futuro, me niego a cerrar el libro, con las últimas palabras de esa primera parte “Tras las huellas del Holocausto”, que son un poema a los olvidados, a todos los olvidados; y que comienza así: “Benditos sean los pueblos que tiene alguien quien les escriba un poema porque muchos no lo han tenido”.

Entonces me aterra clausurar la posibilidad de una nueva vida para todos los que murieron injustamente y doy audiencia a mi seguridad de que caminaremos de nuevo en otra vida en busca de la luz. De una luz que emana del Dios que posibilita el reencuentro y la enmienda de un destino fatal definitivo.

Pienso en los judíos, en los gitanos, los grandes olvidados del Holocausto, en todos aquellos que murieron por motivos raciales, por sus convicciones, por su oposición al régimen; en los comunistas, los prisioneros rusos, polacos, los eslovacos, los testigos de Jehová, los homosexuales, en los minusválidos, los incapacitados, los dementes, los miembros de la resistencia, católicos y protestantes que no estaban de acuerdo, los alemanes opositores al nazismo, los que murieron por salvar judíos.

La plana mayor de los ejércitos conquistados, arrasada; la intelectualidad de Alemania y los países, arrasados, que ha dado dado su sello de civilización a la Europa del siglo XX, todos esos sabios. Pensemos en Albert Einstein lo que ha dado a nuestra humanidad, pensemos en tantos filósofos, en tanta cultura que se llevó a la hoguera, en tantos libros que fueron incinerados, libros de mentes brillantes judías; porque el judío en ese aislamiento supo utilizar su inteligencia, supo ahondar en sus raíces y supo hacer filosofía, literatura, historia, ciencia; todo eso no podía quedar en una hoguera, en una humareda.

Yo me niego a que todo eso quede en algo que no se pueda cambiar, y ruego a Dios porque estas ideas mías de vidas futuras (y hablo en plural) y de evolución hacia la luz del Ser innombrable, no sean un mero ejercicio poético o filosófico sino una futura realidad en un universo infinito en el cual tampoco somos los únicos. Gracias.