Educación humanista, un campo unitario de reflexión - Prof. Enrique Robles

Educación humanista, un campo unitario de reflexión - Prof. Enrique Robles

Argentina | 03.07.2015
Educación humanista, un campo unitario de reflexión - Prof. Enrique Robles
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Secretario

Federación de Docentes Universitarios Nacional (FEDUN)

Agradezco sustantivamente al III Seminario Internacional y a los organizadores que nos invitan a participar a ambas representaciones de las cuales soy portador. Una es FEDUN, que es la Federación de Docentes de las Universidades Nacionales de la República Argentina, en la cual cumplo una función de secretario de Relaciones Institucionales; y a su vez, estoy representando en este momento al Colegio Nacional de Monserrat y al Departamento de Filosofía del cual formo parte, porque precisamente hemos considerado (desde uno de los colegios que consideramos más emblemáticos o más significativos dentro de los diecinueve colegios humanistas que hay en la universidad) el tratamiento de este tema tan particular.

Nosotros (y mi persona) lo primero que consideramos fue la importancia de este tema, pero a su vez los inconvenientes metodológicos con los cuales se tropiezan en forma permanente para el tratamiento de este tema.

Es un tópico de difícil discusión, y, bueno, yo he tratado de hacer un semblante lo más sucinto posible (del cual espero que luego, quienes tengan alguna consulta que realizarme, lo formulen) y se las voy a leer, porque atiende fundamentalmente a cómo abordar el problema de la paz y de la violencia en el mundo.

A este texto le he dado un título vinculado a la educación humanista, porque precisamente estoy en representación de esa educación humanista y de ese colegio tan antiguo que depende de la Universidad Nacional de Córdoba, que es el Colegio Nacional de Monserrat, y del cual me siento honrado de ser exalumno, docente y representante.

El texto se titula: “Educación humanista, un campo unitario de reflexión”.

Voy a hacer algunas aclaraciones mientras lea, para evitarles que las preguntas que formulen sean un poquito reiterativas o de alguna forma que ya estén contextualizadas dentro de lo que se dice.

Cuando hablo de campo unitario de reflexión, creo que ese es precisamente el método para tratar la cuestión de la paz en el mundo.

Cuando preguntamos qué implica el ciclo de la pobreza, encontramos estos indicadores:

  • Alto nivel de desocupación.
  • Mala instrucción.
  • Ocupación mal remunerada.
  • Bajos índices de motivación.
  • Visión fatalista de la vida.
  • Altos índices de alienación y disociación familiar, entre otros factores.

Todos ellos resultan ser los componentes constitutivos del comportamiento violento adquirido.

Cuando hablo de violento, del comportamiento violento adquirido, estoy dando por supuesto que nosotros no consideramos que la naturaleza humana esté condenada a la violencia, ni que esté condicionada por una violencia esencial; sino que precisamente es fruto de la educación, del aprendizaje, de la convivencia.

Un determinado sistema de valores y también la violencia, la desigualdad y el individualismo de la calle, tienen sus formas reflejas en la estructura educativa.

La indiferencia ante el compromiso concreto en la educación y nuestra frecuente actitud de reserva ante el problema de la paz en el mundo y ante el cual actuamos como si la guerra y la muerte fueran “el otro” de nuestra cultura, pone de manifiesto la superficialidad con que hemos tratado la violencia en todas sus formas y muy a menudo.

Es de difícil tratamiento la cuestión de la paz mundial, porque no solo está referida a la relación exterior entre los Estados, sino que es inherente a la valoración de la paz que se haga presente en la cultura particular de cada pueblo.

Lo que vale para los individuos de un pueblo (afirmaba Immanuel Kant en su Filosofía de la historia), vale también para los pueblos vistos como individuos. Cuando nos advertía Kant acerca de este rasgo permanente, también nos decía de la importancia de la formación de valores y aludía al respeto por la paz, destacando que ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en el gobierno de otro, o simplemente que la paz perpetua era en ese momento el desafío más importante que debe afrontar la racionalidad humana.

Sin embargo, el siglo XX ya mostraría el fracaso de esa racionalidad ilustrada. El mundo se debatía entonces entre las guerras civiles internas y los conflictos internacionales.

Lejos de planificar una educación en valores, el aparato de propaganda y la cultura de masas exaltaba la confrontación ideológica en esquemas encubiertos, que ni siquiera hoy nos permiten ver con suficiente claridad la diferencia que existe entre el estado de guerra y el estado de paz.

Como es el caso de la guerra fría o el caso del terrorismo de nuestro siglo. Ustedes recordarán qué difícil nos costaba a nosotros diferenciar qué ocurría en Medio Oriente, si había dos días en donde acontecía la guerra y había otros dos días en donde parecía que estaba todo en santas pascuas; es un modo de encubrimiento, no solamente de problemas sino de la realidad de la paz en el mundo.

Cuestionarse el problema de la paz es preguntarse una vez más: ¿cómo se garantizan los derechos del ciudadano, la libertad de prensa, la independencia judicial o la prevención de la violencia para restablecer la confianza en el orden público?

La paz del mundo es tributaria del Estado de derecho de los pueblos. El imperialismo con su retórica política de la garantía del orden y de la defensa de nuestra forma de vida, funda sus expectativas en la guerra contra el terrorismo y formula la doctrina de la paz romana, que, ya sabemos, es la paz interna sostenida a merced del conflicto con los vecinos.

Tampoco garantizamos nuestros derechos con las democracias liberales, los dos aspectos de la política liberal; esto es, la libertad espiritual y la libertad de comercio sintetizan el ideal del liberalismo, en donde resulta que el espíritu es libre para toda especie de crítica y el dinero es libre para todo tipo de negocio. Por ello mismo, resulta posible hablar de una libertad de prensa y al mismo tiempo aceptar que la prensa le sirva a quien posee el dinero. Así la política se transforma en economía y el consumidor ocupa el lugar del ciudadano.

Consolidar la paz social es el propósito del humanismo de nuestros días. Un programa de educación debe considerar entre sus contenidos y en profundidad, la cuestión de la seguridad pública, esto es: las leyes y el orden; y a su vez debe ser estudiado en forma articulada por las instituciones civiles en tiempos de paz, no por el ejército ni por las pequeñas camarillas que dirijan circunstancialmente la representatividad republicana; pues si bien los gobiernos deben ser populares y los pueblos no tienen mejor forma de ser gobernados sino por las democracias electorales, la mayor garantía sigue siendo la formación de valores espirituales.

La contención socio-afectiva en la experiencia escolar y las vivencias cotidianas consideradas como condiciones iniciales del aprendizaje resultan ser una fuente de inspiración muy favorable para el pensamiento creativo, pero resulta insuficiente para determinar una imagen del mundo que caracterice a una época para lograr entender la producción de conocimiento de la misma en sus diversas áreas.

Por ello, es necesario emplear una morfología social de la historia distinta, una teoría del sujeto que permita identificar dicho clima intelectual, las necesidades vitales nuevas y la actividad de la ciencia y la tecnología en cada momento. Esta es la tarea esclarecedora que le corresponde a la educación; y ello no se produce en la escuela del contenido social ni en la escuela enciclopédica.

Hoy debemos enseñar a visualizar un campo unitario de reflexión, en donde se sintetice la teoría y la práctica de un modo sistemático y con la creación de espacios destinados a este estudio específico de discusión; de lo contrario, el problema de la violencia y la paz continuará en el plano de la mera abstracción.

Es indispensable, entonces, desarrollar un programa de formación en valores, con contenidos curriculares específicos para nuestros colegios humanistas, primeramente.

El mercado primitivo crece hasta convertirse en una ciudad culta y finalmente en urbe mundial, la globalización parece ser el destino de toda cultura que se cristaliza en una civilización.

Esto es según el modelo de muchos filósofos que han considerado el desarrollo del proceso germinal de la civilización como un proceso orgánico al cual se llega; y que advierten (de alguna forma ya no leo), advierten que este es un fin de ciclo y que en este fin de ciclo es necesaria nuestra preparación, es necesaria nuestra reflexión, es necesario cambios de metodología y exámenes profundos acerca de los contenidos que se transmiten, y mucho más; como dijo alguna autoridad de la iglesia en su momento: “Esta no es una época de cambio, esto es un cambio de época”, y hay que terminar de entenderlo de ese modo.

De hecho, que vivimos (dice) en un mundo histórico en donde no hay verdades eternas. Toda filosofía es la expresión de su tiempo y solo de él, pero la muerte como problema permanecerá siendo una pregunta abierta; y la cuestión de la guerra y la paz es de esta índole (es decir, metafísica), porque toca algo íntimo en nosotros, que es elegir entre la libertad o el determinismo de la naturaleza (no quise decir entre las Ciencias Sociales y las Ciencias Naturales, sino entre ambas), asumirnos como sujetos libres, capaces de convenir con el respeto de las leyes y en armonía con nuestros semejantes y con el planeta Tierra.

En definitiva, aceptar la voluntad de dominio justificando nuestros actos en una suerte de darwinismo social.

Creo que este es el campo unitario de reflexión en el que consiste el humanismo para nuestro siglo.

Gracias.